Transmisión de enfermedades, humedades, falta de canalización y un estado ruinoso de las instalaciones han hecho del espacio municipal un foco de peligro para animales y trabajadores
El único perro que aparece en las imágenes sobre estas líneas se llama Trosky. Su dueña falleció en 2019 y, sin nadie más que pudiese hacerse cargo de él, convirtió el Albergue Municipal de Serín en su nuevo hogar desde entonces. Tiene ahora 11 años y es uno de los residentes más mayores de las instalaciones gijonesas para animales domésticos. Cuando llegó tuvo que someterse al mismo proceso que el resto de los 104 compañeros perrunos que se encuentran este mes de mayo en el centro: implantación del microchip, vacunas, castración, revisiones veterinarias, alimentación, medicamentos… Un gasto que ronda los 400 euros a la entrada de cada mascota, sea gato o perro, según calcula Alicia Quesada Vidal, responsable del albergue y coordinadora de su entidad concesionaria, la Fundación Amigos del Perro del Principado de Asturias.
El coste por cada animal resulta difícil de calcular porque «cada uno llega en unas condiciones distintas» y sus necesidades cambian, aunque en cualquier caso, Quesada intenta transmitir la importancia casi mayor de lo que viene después, que son unos gastos de mantenimiento que en algunos casos se prolongan «hasta la muerte por vejez» del gato o perro y cuya dotación presupuestaria «no ha variado mucho» desde que ella asumió el mando de las instalaciones hace 6 años. En este tiempo, la vida y los precios al consumo han ido subiendo y la Fundación ha tenido que ir «ajustando mucho» estas cantidades también para evitar, de alguna manera, perder la prórroga concesionaria contra alguna otra fundación o empresa que recorte más la cifra a solicitar.
Pero es sabido que, de largo, lo más problemático del centro gijonés no radica en los servicios, sino en el espacio. El conjunto de edificios se construyó hace 27 años y nada ha cambiado desde entonces. De hecho, una de las primeras cosas que menciona Paula Hevia Rodríguez, una de las cuidadoras en el centro desde 2018, es que «las instalaciones están mal planteadas de base». Transmite el parecer unánime de sus otros dos compañeros cuidadores, además del veterinario, los dos laceros y la directora, ya que todos identifican deficiencias arquitectónicas estructurales que hacen que los problemas aparezcan ya al margen de la vejez o el deterioro. El ejemplo más evidente empieza por el tejado. Muchas techumbres de algunas jaulas están construidas en caída para evitar la acumulación del agua de lluvia, pero el asunto es que estas dan a parar a las jaulas contiguas donde duermen y pasan la mayor parte del día los perros.
Ello constituye el primer paso de una «nula canalización de las aguas» que se hace extensiva a toda las áreas destinadas a los canes; tanto en las jaulas de convivencia como las cuarentenas, aquellas jaulas individuales donde mantener aislados a los animales que llegan por primera vez al albergue. La acumulación de aguas, sumada a la «porosidad del cemento» con el que están construidas las celdas, convierte ambas zonas en presa de la humedad constante y en un «foco de virus y enfermedades», algo que también se traduce en más gasto en medicinas.
«Con la falta de aislamiento que hay, nada me garantiza que un perro no caiga igual de enfermo que el de al lado por mucha lejía que yo utilice para limpiar»
El asunto continúa, ya que las mencionadas cuarentenas, esas zonas que por definición buscan el aislamiento para evitar los contagios, comunican con la zona común en la que residen aquellas mascotas que están sanas. Tampoco se mantiene la independencia entre las propias cuarentenas y por ende no se garantiza la no transmisión de enfermedades mutuas entre los perros que siguen enfermos. Los «compañeros» de cada jaula individual, «que llegan con altos niveles de estrés, muy inquietos y nerviosos», al estar en continuo movimiento, pueden estirar una de sus patas y tocarse con otro que, como en su caso, permanezca en supuesta cuarentena. Con el agua que los trabajadores utilizan para bañarlos o desinfectar su puesto ocurre lo mismo: sin canalización, esta llega a las jaulas de la zona común y demás cuarentenas. «Si hay un animal con una úlcera por la humedad, o con sarna al que tienes que bañar cada día y las condiciones son las que hay, nada me garantiza que el perro de al lado no lo termine cogiendo por mucha lejía que yo utilice para limpiar», comenta Hevia.
El área destinado a las cuarentenas felinas corre la misma suerte. Se trata de pequeñas celdas que no tienen una separación correcta entre sí y están «apiladas» en forma de torre, por lo que «las heces o restos del gato de arriba pueden caer en el espacio del de debajo», relata la trabajadora. En conclusión, «mantener unas condiciones mínimas de sanidad» se vuelve misión imposible en cualquiera de las zonas para la Fundación.
Jaulas convertidas en «ratoneras» para los trabajadores
Al margen de las condiciones sanitarias, Rubén Cayado Crespo enfatiza en la seguridad, el segundo aspecto que más preocupa a la plantilla. Como veterinario del albergue se muestra muy tajante al repetir que «las instalaciones no son las adecuadas desde el punto de vista veterinario y deben ser mejoradas tanto por bienestar animal como por la seguridad de los trabajadores». Los dos compañeros están de acuerdo en que no han tenido nunca un disgusto porque ya tienen bien aprendido «donde están todas las trampas». Aún así, sigue habiendo margen para grandes sustos como el que vivió Crespo junto a otra cuidadora del centro hace días. Ocurrió mientras manejaban a un can que había llegado a Serín con problemas de comportamiento y después de haber atacado a una persona que terminó hospitalizada. Vivieron momentos tensos trabajando con él y le ubicaron en una jaula en la que creían que la trampilla con la que estas cuentan en caso de peligro funcionaría y se cerraría para encerrar momentáneamente al perro. Pero aquel día no lo hizo. «Si tenías que salir corriendo, quedabas en una ratonera y el perro mataba a la compañera y me mataba a mí», revive preocupado.
«Las instalaciones no son las adecuadas desde el punto de vista veterinario y deben ser mejoradas tanto por bienestar animal como por la seguridad de los trabajadores»
Y al margen de que una mayoría de trampillas estén estropeadas, de la seguridad, de la insalubridad… La lista de mejoras sigue alargándose bastante: remaches en bordes metálicos para evitar cortes, arreglos de puertas que se caen, óxido, un nuevo vallado apto para que los perros no consigan romperlo, crear otro acceso a las instalaciones, añadir más baños al único que hay, habilitar una zona de hospitalización aparte de la zona de habitáculos, más zonas verdes…
Todas estas observaciones hechas por el personal en el centro parecieron haberse recogido en una memoria técnica elaborada por la Concejalía de Medio Ambiente y Sostenibilidad del Ayuntamiento de Gijón que dará paso a la «reforma integral» prometida por el presente Gobierno al albergue. El concejal en este área municipal, Rodrigo Pintueles, garantizó en más de una ocasión que «se cuenta con dotación presupuestaria» para poder licitar la redacción del proyecto de reforma este 2024. Esta asciende a 486.000 euros, casi medio millón; un inversión que admite que se resulta «notable» pero definió como «necesaria e inaplazable» para el bienestar de los animales que habitan en las instalaciones gijonesas. Pintueles también ha estado varias veces en Serín y en su última visita, en febrero, tuvo palabras muy duras para el estado «ruinoso e insalubre» del espacio. «Una instalación pensada y orientada al cuidado animal, va camino de convertirse en un foco permanente de enfermedades», resumió. Desde Amigos del Perro buscan creer a la Corporación, pero tienen en la retina «todas las visitas y políticos» que han pasado por allí «con promesas». Alicia Quesada, mujer a la cabeza de las ‘ruinas’, termina la conversación diciéndose a sí misma con media sonrisa que «la fe es lo último que se pierde».