«Construir un edificio encima de otro no es algo nuevo, lo que sí parece nuevo es lo oportuno del resultado final y por qué se hace. No por necesidades demográficas del lugar, ni mucho menos, si no por obtener más metros cuadrados que poder facturar»
Hoy quiero escribiros de algo muy concreto, de un edificio. Un edificio que tiene mucho que contarnos, no solo sobre su historia, sus vicisitudes o sus particularidades, sino que nos servirá de hilo conductor para conocer un poco más cómo funcionan las cosas del urbanismo, de las ciudades.
Hablamos del edificio que está en la intersección entre la calle Jovellanos y la calle Cabrales, justo enfrente de los Jardines del Náutico. Ese edificio que lleváis viendo, desde hace ya tiempo, con andamiajes que sujetan su fachada y con enormes lonas de publicidad, y que simboliza un poco lo que urbanísticamente se ha hecho, y se sigue haciendo, de manera discutible en nuestra ciudad. Discutible, que no ilegal.
Empecemos por hablar de patrimonio arquitectónico. Este edificio se considera patrimonio arquitectónico de la ciudad, no porque a mí me guste (que me encanta) sino porque figura como edificio catalogado dentro del Catálogo Urbanístico de Gijón vigente desde 2019. Un Catálogo Urbanístico viene a ser como el diccionario urbanístico de una ciudad: es donde aparecen los elementos más destacables y a preservar de un lugar; no solo edificios, sino también árboles, jardines, mobiliario, cementerios, y así un sinfín de cosas.
Nuestro, porque ya es nuestro, edificio es de 1895, según señalan el Catalogo Urbanístico de 2010 y el de 2019, que es una modificación y actualización del anterior. Si consultáis el catastro, la fecha que se le atribuye es de 1890. Es algo que suele ocurrir, me refiero a esta diferencia, en general no tiene mayor importancia. Pero en este caso particular sí que la tiene.
La tiene porque uno de los elementos cruciales de ese edificio es que se considera un trabajo de Manuel del Busto. Manuel del Busto, excepcional arquitecto que tenemos la suerte de poder reconocer aún en numerosas obras que hay por la ciudad y del que existe una bibliografía amplia, que mencionaré después. Pues nos encontramos con lo siguiente: Manuel del Busto no acabó de cursar sus estudios de arquitectura hasta 1898. Y no estaba en Gijón. Su primer edificio en Gijón es de 1904, y no es nuestro edificio. Y esto lo sé gracias a la magnífica y totalmente recomendable publicación de Héctor Blanco González “El Gijón de Manuel del Busto” y se puede cotejar también con el libro ‘Manuel del Busto’, de Rosa M. Faes. Es decir, el edificio original existente allí en 1895 o en 1890, no es de Manuel del Busto si estas fechas son correctas. Pero la cosa no es tan sencilla. Sigamos. Ocurre que, en 1920, como consta en un expediente municipal que aparece citado en el Catálogo Urbanístico y sí se señala en la documentación oficial, al edificio se le realiza un recrecido de dos plantas (muy habitual en esa época y de lo que aún quedan ejemplos en la ciudad) y también se recubre de azulejo, en este caso ya si, entendemos, un proyecto obra de Manuel del Busto.
Es probable entonces que el edificio original sea obra de uno de esos maestros de obras que en numerosas ocasiones no han sido suficientemente reconocidos. Lo que me lleva a la última recomendación bibliográfica de hoy del siempre interesante e ilustrativo Héctor Blanco González, con su obra “Arquitectura sin Arquitectos en Asturias”, sin la que yo jamás hubiera llegado a conclusiones de este tipo.
Situada esta primera realidad, es reseñable tanto su anonimato, en parte, al menos de momento, como su protección. Y ahí empezamos a evaluar el segundo aspecto que quisiera destacar, y es el concepto de “protección” de nuestro patrimonio arquitectónico. Este edificio arrancaba en el año 2010 con una protección integral propuesta en el planeamiento general, pero que durante la realización del Catálogo Urbanístico pasó a ser ambiental. De manera muy resumida “integral” significa que no se puede reestructurar (por lo general) ni recrecer (también por lo general) y “ambiental” es la categoría más ‘ligera’ de protección, en donde sí se puede reestructurar y recrecer. En 2019 se considera que todo debe seguir igual, y por tanto queda en esa categoría, lo que en la actualidad va a permitir que el edificio, además de una restructuración, se lleve como “premio” un recrecido de dos plantas. Un recrecido más para Manuel del Busto, puesto que además otros dos de sus edificios van a sufrir esta plaga de rentabilidad. El que se encuentra prácticamente derruido de la calle León y el que va a tener detrás un rascacielos, en la calle San Bernardo.
Construir un edificio encima de otro no es algo nuevo, lo que sí parece nuevo es lo oportuno del resultado final y por qué se hace. No por necesidades demográficas del lugar, ni mucho menos, si no por obtener más metros cuadrados que poder facturar, con la excusa de “ocultar las medianeras de los edificios colindantes”. Habría que explicar a los sabios que esgrimen los Proyectos en base a esta realidad, que esas barbaridades de torres de pisos que se hicieron en el casco histórico de Gijón, durante los años 60 y 70, durante la dictadura, eran una salvajada. Y utilizar esto como justificación en obras de este siglo y que encuentren respuesta afirmativa desde las instituciones públicas, es, bajo mi punto de vista, incidir en el error de devaluar el patrimonio arquitectónico de nuestra ciudad.
Pero claro, con este modelo de crecimiento en vertical salen más viviendas y más dinero. Por tanto, la protección y el patrimonio pasan a un segundo y tercer plano.
¿Y el resultado final para la ciudad cuál es? Muy sencillo: viviendas de lujo. Un piso de 55 metros cuadrados por 390.000 euros. En el mejor de los casos, acabaran siendo una segunda vivienda en primera línea de playa. Efecto, el de estos precios, que solo logra encarecer el mercado inmobiliario local. Es un hecho fehacientemente demostrado. De esta manera el urbanismo sostenible en el que nos tendríamos que mover en 2023, aprendiendo de los errores que llevaron nuestro país a la peor crisis de la democracia, el boom inmobiliario de 2008, pasa a la nada absoluta. Por un lado, no se protegen adecuadamente edificios históricos de la ciudad y por otro, se densifica con recrecidos y más viviendas zonas ya densamente pobladas que contribuyen a generar sinergias negativas en la movilidad y habitabilidad de ese entorno y, finalmente, se estratifica aún más la ciudad con la subida del precio del metro cuadrado. Y todo esto lo hemos sacado de un edificio. Anda que no hablan las piedras cuando se las escucha.