
«Hay momentos en política en que una ausencia se convierte en presencia. Y la de Barbón, durante esta tormenta, se ha convertido en símbolo de algo más profundo: una desconexión con la calle (…)»

«¿Dónde está Barbón?». La pregunta flotaba en el aire entre pancartas, micrófonos y conversaciones a media voz en la protesta docente.
No era una fórmula retórica. Era literal. Y, en cierto modo, simbólica.
Porque en un momento en que la tensión educativa se convierte en termómetro del malestar regional, el presidente del Principado estaba… fuera.
Fuera de Asturias. Fuera del foco. Fuera de cobertura política, aunque —según asegura— nunca del teléfono.
El propio Barbón resolvió el enigma en su red social de confianza: “Ya en Asturias, de la que salí ayer en un viaje relámpago”, publicó. Viaje personal, privado, programado “hace meses”, puntualizó. Y añadió con solemnidad afectada: “No están siendo días fáciles para nadie. Tampoco para mí, os lo
aseguro”.
La frase podría figurar en cualquier novela de iniciación política. Pero aquí no es ficción: es un boletín emocional a modo de disculpa institucional.
La realidad es menos literaria y más física.
En plena protesta educativa, con decenas de centros paralizados, una consejera dimite, el Gobierno se reestructura sobre la marcha, y el presidente está en paradero desconocido hasta que decide aparecer por redes.
¿Casualidad? ¿Descoordinación? ¿Error de cálculo? Todo a la vez.
No se trata de cuestionar que un presidente tenga derecho a un respiro. Pero hay algo inquietante en la imagen de un líder que delega cuando barrunta que todo se agrieta. Porque no es solo Educación. Servicios Sociales ya toma posiciones. En el ERA (residencias de ancianos), el personal calienta en el
banquillo. Y en Sanidad se huele el humo de un posible contagio reivindicativo.
El Gobierno, que quiso corregir una decisión errónea -la de imponer una hora lectiva extra en julio y septiembre-, lo hizo tarde y mal. Como quien pisa el freno con los ojos cerrados: se detuvo, sí, pero activó una reacción en cadena. La analogía nuclear no es gratuita.
Un presidente que intenta detener la explosión quitando una pieza, Pero libera otra. Y otra. Y otra más. Neutrones sociales que impactan en sectores fatigados, En nóminas postergadas, en sindicatos que olieron la sangre del retroceso.
¿Dónde está Barbón?
Es una pregunta que ya no remite a su geolocalización, sino a su papel en la escena política asturiana. Porque mientras él asegura que ha estado «colgado del teléfono», la escena pública hablaba sola: docentes movilizados, consejera dimitida, oposición afilando titulares, y una sensación creciente de que la sala de máquinas funciona sola, sin timón, sin relato, sin autoridad. Incluso su portavoz tuvo que recurrir a la agenda oficial para justificarlo: “Ha trabajado todos los días del mes”, dijo. Lo cual, en este contexto, suena más a parte médico que a defensa política.
Hay momentos en política en que una ausencia se convierte en presencia. Y la de Barbón, durante esta tormenta, se ha convertido en símbolo de algo más profundo: una desconexión con la calle, una delegación de la responsabilidad emocional, una presidencia que responde por Facebook cuando el país real grita por megafonía.
Quizá vuelva a aparecer.
Quizá incluso dé un golpe de efecto.
Pero el daño está hecho: ya no se trata de si estuvo o no estuvo, sino de por qué no se notó su ausencia… Hasta que fue demasiado evidente.