«Pero Nacho, que es un dandy, sabe que hasta el prestigio caduca, y que solo el futuro nos salva de la decadencia y la mediocridad»
Hoy visita Ignacio Villaverde a la Alcaldesa de Gijón. Es la visita institucional del recién elegido rector de la Universidad de Oviedo que acude al consistorio como un Primer Ministro en su primer despacho con la Reina, aunque uno tiene la impresión de que el dandysmo de Nacho es tan efervescente que será Ana González la que hoy se reunirá con el rector en el futuro despacho de Villaverde.
Uno se puede imaginar que hoy van a discutir seriamente sobre un grado en ciencias del deporte y también sobre el instituto de inteligencia artificial que tiene contentos respectivamente a la Regidora y al director de la Politécnica, si resulta que el rector ha tomado ya, definitivamente, la decisión de planificarlo todo en el campus de Mieres. En cualquier caso, ninguno de los dos tiene el chocho para farolillos y será todo muy institucional y sin crispaciones ante la galería.
Nacho ha sido elegido rector, «yo soy el rector» ha dicho, pero podía haber sido alcalde de Gijón, diplomático, magistrado del Constitucional, un filósofo post-estructuralista, a lo Foucault, un novelista moderno, nihilista y punk, incluso el legítimo heredero de Johnny Hallyday si realmente se lo propusiera. Villaverde, querido y desocupado lector, es de esos tipos que puede ser todo lo que él quiera, porque ha nacido para la política y para seducir a las masas. Y ha llegado a la Universidad, después de toda una maratón, para sanear y perfumar la institución con fragancias de Yves Saint Laurent. Nacho Villaverde es un dandy astuto y certero, impecable, afrancesado, implacable y sentimental.
«Así que no le manchen ni el fular ni la toga con localismos trasnochados«
Todo el que conozca al rector sabrá que encierra dos vidas. Una anterior al dandysmo como estética y otra posterior con una absoluta vocación política. La anterior era canalla, bohemia, noctivaga e ilustrada. Al profesor de Derecho Constitucional se lo podía encontrar uno de noche en la ratonera del Savoy, calle Pelayo, en mitad de un concierto o, directamente, subido al escenario, con su guitarra eléctrica. La siguiente vida, como decimos, es esencialmente elegante y política, sinuosa y diplomática, aparentemente diletante en la Plazuela de San Miguel, ferozmente académica en el claustro de la Universidad y siempre como sacada de la Escuela Nacional de Administración fundada por Charles de Gaulle. Esta otra es la que hoy estalla definitivamente con la práctica constante del gijonismo en las calles, sin perjuicio de sus tareas políticas en la socialdemocracia local y el triunfo electoral que lo ha elevado al atrio del prestigio intelectual que otorga, de prestado, como casi todo, la toga pontificia del rectorado de la Universidad. Pero Nacho, que es un dandy, sabe que hasta el prestigio caduca, y que solo el futuro nos salva de la decadencia y la mediocridad.
Villaverde principió en los despachos de la alcaldesa, Paz Fernández Felgueroso, como asesor, continuó con Santiago Martínez Argüelles, y llega hasta hoy, siendo el flamante rector de la Universidad de Oviedo, después de una campaña electoral diferida, agonizante y prorrogada por el anterior manda de la cosa universitaria, que no dejaba de ejercer el tancredismo: una especie de Rajoy a la universitaria.
Villaverde ha tomado el rectorado como un tren expreso, dispuesto a modernizar la universidad y dejar bien claro que el rector es él. Por lo tanto, no lo es ni el director de la Politécnica del Campus de Gijón, ni tampoco su alcaldesa. Ayer, en Avilés, hizo un alarde de excelencia, casi como un Presidente Autonómico o un filosofo preñado de futuros, al afirmar que en todos estos líos de grados, tierras y campus él siempre piensa en términos regionales (podía haber dicho universales, y también). No hay cosa que más le estorbe a un dandy que el aldeanismo. Ni la pandemia ni los nuevos regímenes neofeudales van a poder con él. Así que no le manchen ni el fular ni la toga con localismos trasnochados. Al rector no se le vienen con esas, por Dios.
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