Este Ayuntamiento ya solo nos ve como simples figurantes en esta superproducción casposa en la que se ha convertido el verano xixonés
Cuando era niña existían dos días al año en Xixón que brillaban más que el sol: el día de la Cabalgata de los Reyes Magos y la Noche de los Fuegos. Ambos días, al margen de lo de los regalos que siempre son un plus, tenían en común que eran dos noches que exigían rituales especiales que se escapaban de las rutinas diarias. Y así después de la Cabalgata tocaba irse a casa, preparar con cuidado el vaso de leche con galletas para dejar a Sus Majestades, colocar con esmero la zapatilla en el sofá e irse a la cama llena de nervios y expectativas. La Noche de los Fuegos, en contraste, era una noche en la que estaba permitido no solo irse a la cama muy tarde sino también estar en la calle hasta las tantas. En aquella época solíamos ver los Fuegos desde la terraza de la casa de mis tíos junto a todos mis primos y primas, abuelos y abuelas y algunas de las amistades de mi familia. Era emocionante, ruidoso y muy divertido. Pero mi parte favorita era sin duda la vuelta a casa, tan de noche, tan de verano, entre esa marea de gente que te obligaba a caminar muy muy despacio y por tanto a llegar a casa e irte a la cama muy muy tarde. Durante mi adolescencia seguí manteniendo la tradición de los Fuegos, sentada esta vez en la playa con mi grupo de amigos, haciéndonos, como buenos adolescentes, los escépticos pero disfrutando a tope del espectáculo, hasta que un día decidí -me hice adulta y descubrí el placer del silencio- que ya me había cansado de los Fuegos y el barullo de la Semana Grande, por lo que empecé a planificar mis vacaciones para esos días y huir así del gentío y el estruendo… hasta que llegó mi hija que resultó ser una fan incondicional de los Fuegos, de las aglomeraciones y del trasnochar. Y entonces ser y ejercer de madre hizo que volviera a apreciar y a disfrutar esa noche, esta vez desde la mirada de mi hija que hizo que tuviera que reconocer que incluso la Silvia que adora irse pronto a la cama y el silencio era capaz de disfrutar del ruido, la pólvora y la marabunta de gente porque ahora los veía a través de esos ojos infantiles tan enormes que brillaban de alegría más que la propia pirotecnia.
Pero incluso cuando renuncias a participar en las fiestas populares de tu ciudad sigues conservando el sentimiento de aprecio y consideración hacia ellas, fruto, en muchos casos, de la nostalgia y de la reconstrucción idealizada de mi infancia, lo que no impide también que las aprecie por lo que valen y por lo que dicen de mi ciudad. Porque la Semana Grande xixonesa mostraba una forma de vida y un carácter ciudadano que apostaba por las experiencias en común y gratuitas: la gente en la calle pasándolo bien, la oferta cultural y de ocio gratis y el disfrute comunitario de los espacios públicos. Digo mostraba, en pasado, porque el Ayuntamiento está ahora mismo más preocupado en proporcionar a la hostelería nuevos nichos de negocio y de ofertar Xixón como la capital de los bares y los chiringuitos -con permiso del Uviéu de Canteli, que en eso de cargarse el espíritu de las fiestas populares nos lleva un par de años de ventaja- aunque con eso acaben con el alma de la Semana Grande.
Pero es que, además, detrás del cambio de modelo de la Semana Grande, que incluye también alargarla hasta que coincida con los toros porque la reacción va a tope con las guerras culturales, hay una concepción de la ciudad, pero también del ocio, la cultura y el espacio público, que deja fuera a la ciudadanía pues está pensada para atraer aún más turismo y para garantizar que no se les acabe el chollo a los colegas.
El nuevo plan del Ayuntamiento para esta renovada -para peor- Semana Grande (más larga, más ruidosa, más sucia, más cara) consiste principalmente en ceder el espacio público, en este caso el Paseo de Begoña, para llenarlo de chiringuitos, esto es, barracas en las que se va a vender alcohol a cascoporro. Dejando al margen el hecho en sí de lo que implica que nuestro Ayuntamiento cada vez venda más baratos trozos de nuestras aceras y paseos para la hostelería, pues apenas queda una calle sin sus terrazas, cada vez más estrafalarias y adornadas, es asombroso cómo hemos mimetizado la fiesta, el ocio y la diversión con el consumismo y, principalmente, con atiborrarnos de alcohol.
Esto en sí es una muestra, en primer lugar, del tipo de ciudad turística que estamos ofertando: una ciudad de despedidas de soltero y bebercio, de turismo de usar y tirar, molesto para los y las vecinas y, a la larga, perjudicial para la imagen y la economía de la ciudad pues ese tipo de turismo no tardará en encontrar nuevas ciudades más baratas y más permisivas, mientras la nuestra acabará languideciendo tras haberse cargado el pequeño comercio y la hostelería tradicional y haber expulsado a los vecinos de los barrios, bien por las molestias o por los pisos turísticos. Pero además este tipo de apuesta municipal lleva aparejado el despilfarro del dinero de todos y todas, pues convierte las calles en vertederos que hay que limpiar y genera ruido e inseguridad ciudadana, mientras que los beneficios económicos se reparten casi exclusivamente entre el sector de la hostelería -socializamos los gastos, privatizamos las ganancias.
Puede que a la gente que venga a pasar este verano a Xixón le dé exactamente igual cómo sea la Semana Grande, al fin y al cabo la mayoría nunca ha estado aquí, pero no tardarán tampoco en darse cuenta de que lo que les puede ofrecer esta ciudad no es muy distinto a lo que les están ofertando en otros lugares y es bastante probable que no vuelvan más. También puede pasar que muchos turistas vengan aquí porque aprecian realmente lo que esta ciudad tiene de particular y, al ver que ahora ya no difiere de otras ciudades turísticas lanzadas al ocio y al consumismo, nos den la espalda y busquen otros horizontes. Pero sí que hay una cosa que deberíamos tener clara: que a la ciudadanía de Xixón sí que nos debería importar que se hayan organizado unas fiestas populares pensando solo en el turismo y en la patronal de la hostelería y no en los y las vecinas de esta ciudad, pues evidencia que este Ayuntamiento ya solo nos ve como simples figurantes en esta superproducción casposa en la que se ha convertido el verano xixonés.
Que ganas de criticar por criticar algo que todavía no ha sucedido, espera a que pase la Semana Grande y luego ya das tu opinión. aunque claro esta, viendo estas declaraciones anticipadas ya nos suponemos cual va se. Yo, por ejemplo, algo que eche siempre de menos en Gijon son los chiringuitos en la calle como tienen la mayoría de las ciudades cuando están en fiestas, cuando pase ya opinaré si me parece mejor o no
Excelente artículo de opinión.
La utilización del turismo como única bala política lleva a decisiones de este tipo. Transformar, por decirlo con palabras suaves, la fiesta de tu ciudad en algo que nunca ha sido.
No todo va de cuántos ingresos se generen, de cuántos turistas vengan, de cuántos hosteleros están contentos, de que en otras ciudades se haga. Va de que aquí nunca se ha hecho así, y ha funcionado. Y no se cambia por el bien de los gijoneses, si no del turismo.
Gente borracha, suciedad, espacios poco recomendables para los menores, entre muchas otras cosas. Porque no pensaremos que la gente se va a comportar poniéndoles en el centro de la ciudad un lugar para emborracharse, ¿verdad? ¿Verdad que no seremos tan ingenuos de pensar que todo será alegría de origen natural? A cambio de beneficios para unos cuantos hosteleros (para otros todo lo contrario) y hoteles más llenos.
Convirtámonos en Magaluf. Total, da dinero. Qué importa lo demás.
Increíble!!! Un cambio radical en tan solo un año!!!
La derechona ha hecho un milagro!!!
Hasta hace un año la gente no bebía, no hacía botellón, no había despedidas de soltero, peleas, ruidos,….Al contrario todo el turismo venía a ver la Universidad Laboral y las Termas Romanas y bebía cerveza sin alcohol.
Es el momento de abrir un bar!!!
Antes es una idealización de lo que no pasaba, según nuestro parecer.
O como llenar frases sin chatGPT.
Un articulillo sin pies ni cabeza