ENTREVISTA A TERESA PERALES (PARTE II) | POR JOSU ALONSO
“Mi hijo ve a su madre en una silla como algo natural porque ha crecido con ello. Le inculco que soy ‘la mamá de Mariano’ no ‘el hijo de Teresa Perales’”
24 años nadando, 27 medallas en los Juegos Paralímpicos que ascienden a 90 si sumamos mundiales y campeonatos de Europa. ¿Los números dan vértigo?
El 90 ya es un número muy grande, muy gordo porque hace años decía que me retiraría cuando llegara a la 100. Ahora que lo veo más cerca digo: ¡Jolín, es que no me quiero retirar! (risas).
Conociéndola un poco, en su cabeza estará París 2024…
Por supuesto. Dos años y diez meses pasan enseguida. Para cuando nos demos cuenta ya estamos preparando otra vez los Juegos.
¿Le seduce el hecho de estar a un paso de superar a Michael Phelps?
Sí, lleva haciéndolo desde Río 2106. Me quedé a dos medallas porque se me escaparon dos de las pruebas en las que participé. Era la primera vez en mi carrera deportiva que me pasaba y se me quedó la espinita clavada, la tengo entre ceja y ceja desde entonces. No es que sea mi principal motivación, pero sí una de ellas.
Cuando hablamos en junio estaba a punto de volver al agua tras sus problemas de hombro. En aquella ocasión las cosas salieron bien, ahí están los resultados de Tokio. Ahora, todavía no ha vuelto a la piscina, pero supongo que tendrá unas ganas locas…
No te puedes imaginar hasta que punto. Es por probarme, por ver cómo estoy. Sé que tengo pendiente la cirugía de hombro porque lo habíamos retrasado por los problemas de salud en Tokio, pero voy a ver si consigo escaparme (risas), a ver si aguanta.
“Me llevan los demonios, porque no entiendo el hecho de tratar a una persona de forma distinta por su condición sexual o su raza”
Vayamos al inicio porque tengo entendido que no le gustaban los cursillos de natación.
Los odiaba a muerte, me parecía súper difícil nadar y lo pasaba muy mal. El recuerdo que tengo de pequeña es de un agobio tremendo. Me inventaba cualquier cosa para no ir a los cursillos de natación. ¡Quién lo diría! Y quién diría que a mis padres les llegaron a decir que mejor me dedicara a otro deporte porque la natación nunca iba a ser lo mío.
En su carrera también ha habido tiempo para la política. Fue asesora del área de Fomento y Deporte del Ayuntamiento de Zaragoza, también de Servicios Sociales y Familia, diputada en las Cortes de Aragón y directora general de Atención a la Dependencia del departamento de Servicios Sociales y Familia del Gobierno de Aragón. ¿Es un ámbito al que le gustaría volver?
A corto plazo, no. No está en mi mente, me va muy bien como estoy. He de reconocer que mi paso por la política no lo recuerdo como algo malo, al revés, lo hago con mucho cariño. Conocí a gente extraordinaria que dedicaba todo su tiempo a ayudar a los demás. Me quedo con esas personas porque no me gusta nada cuando se habla tan mal de los políticos y me duele que la política esté tan denostada porque hay gente que es muy buena y verdaderamente quiere cambiar las cosas y ayudar. La política siempre me movió como el arte de llegar a acuerdos en beneficio de la mayoría, esa es la máxima que deberían tener todos y es la esencia bonita.
Usted abandona en 2011, hace una década. ¿Le convence lo que ve ahora?
No exactamente, pero es que nunca llueve a gusto de todos. Es difícil que a todos nos convenza lo que vemos u oímos. No me convence porque siempre hay demasiados protagonistas que se olvidan de ese acuerdo en beneficio de la mayoría.
¿La clase política actual vive alejada de los problemas reales? La sensación es que vivimos en la bronca permanente.
Ya, pero por los protagonismos de cada uno de los líderes de cada partido porque, en realidad, cuando aterrizas a la gente le político de verdad, el de sentimiento intenta hacer cosas y cambiarlas. Lo que pasa es que luego lo llevamos a la puesta en escena y parece que solo nos enseñan las broncas políticas, pero los entresijos, lo que hay por detrás no creo que sea tanto de bronca política sino de trabajo diario. Me gusta más pensar que detrás hay personas trabajando por nuestro bien.
Decían que de la pandemia saldríamos más unidos. No parece que sea el caso.
Inicialmente, sí y luego cada uno vuelve a su redil. Parece que las cosas se nos olvidan demasiado pronto.
¿Para usted la pandemia ha sido más complicada por estar en una silla de ruedas y tener contacto con todo?
Sin duda. De hecho, cuando empezó el confinamiento no salía ni a comprar el pan y en nuestra casa fuimos muy estrictos y mantuvimos el confinamiento hasta junio. Hasta que mi marido no empezó a trabajar y yo tenía las piscinas abiertas no salíamos de casa porque era innecesario, era nuestra forma de contribuir a la sociedad y no extender el virus y por temor personal de no saber muy bien cómo se contagiaba. Yo voy todo el día dándole a la silla con lo que era imposible no tocar las cosas.
Los discursos sobre los derechos de las personas homosexuales o el racismo vuelven a estar de actualidad por parte de algunos. ¿Estamos dando pasos hacia atrás?
Sí, y es muy duro porque nadie elige de inicio dónde, cómo o cuándo nace. Es injusto que se nos trate de manera diferente por ser diferentes. Me llevan los demonios porque no entiendo el hecho de tratar a una persona de forma distinta por su condición; me da igual si es una condición de género, sexual, raza, religión. Todas las personas tenemos el mismo derecho a estar en la faz de la tierra. No sé porque unas personas se sienten más que otras.
Quizá sería necesario que impartiera alguna conferencia para que, viendo su historia, algunos comprendieran lo que de verdad importa.
Invito a todo el mundo a que venga y a que me salgan más (risas). Es algo que me gusta mucho porque empatizo con el público. Una de las cosas que nos ha quitado la pandemia es ese contacto con la gente. Hemos hecho muchas videoconferencias de manera telemática y echo mucho de menos la mirada de la gente, el gesto para enfocar la conferencia por un lado o por otro. Siempre hay una base, pero luego dices lo que te sale del corazón y para eso es necesario poder ver a la gente.
“La política actual no me convence porque siempre hay demasiados protagonistas”
Y también le gusta la escritura. Dos publicados. ¿No hay dos sin tres?
De momento no es algo que tenga en mente. Me costó mucho el segundo libro, fue un puñado de ideas, no sé si tengo muchas más (risas). Me cuesta pensar en el tercero, me lo han propuesto muchas veces, a lo mejor si hubiera una propuesta en firme… pero yo no me lo ha planteado.
Ha dicho en varias ocasiones que no cambiaría su vida, pero ¿cómo entiende todo esto su hijo Mariano que ahora tiene 11 años?
Como algo natural porque él ha crecido con mamá en silla de ruedas, mamá campeona, mamá que no se le pone nada por delante y sabiendo que soy la mamá de Mariano, no es el hijo de Teresa Perales. Claro, cuando vamos por la calle le dicen: ‘Qué mamá tienes, eh’ y ahí le están diciendo eres ‘el hijo de’, pero me empeño mucho y de lo que más orgullosa me siento es de ser ‘la mamá de’.
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