«Falta que el Sporting tenga a bien homenajear a uno de los mejores futbolistas de su historia. Lo que pide la afición es respeto por la figura del 11 en la puerta 11 del Molinón»
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A mediados de los 70 un buen ramillete de equipos sudamericanos organizaban giras por España. Disputando torneos veraniegos, tan en boga en aquellos años de fútbol agreste y romántico. Bernardino Pérez Elizarán ‘Pasieguito’, entrenador del Sporting de Gijón, seguía de cerca a un joven extremo de Boca Juniors. En Valladolid terminó por convencer al míster, tenían que fichar a Enzo Ferrero. El secretario técnico, Enrique Casas, viajó a Córdoba para cerrar el fichaje del argentino. Doce millones de pesetas y una firma después y Enzo cambiaba la remera bostera por la elástica rojiblanca.
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Debutó en el Trofeo Costa Verde jugando contra el CSKA Sofía, en su primera temporada en Gijón (75-76) acompañaba en la delantera a Quini y Churruca. En la retaguardia esa calidad no igualaba a la del ataque y el equipo descendió. Su paso por la segunda fue efímero y se convirtió en uno de los protagonistas de la época dorada del Sporting: con un subcampeonato de liga (78-79) y dos finales de Copa (81 y 82). Emocionaba en El Molinón con el 11 a la espalda, encaraba Ferrero sin pierna mala, fintaba, regateaba ofreciendo gambetas porteñas a la vera del Piles. Sorteando defensas, desafiando desde el centro del campo a la línea de fondo. Pisando el área con la técnica de un preciso Nureyev en botas de tacos. El artista Enzo, pegado a un balón, dibujaba la jugada en invierno o en verano y regalaba seis o siete momentos luminosos por partido.
Hoy jugaría en el París Saint Germain o en el Manchester City, nunca en el Real Madrid. «Así, así, así gana el Madrid». El recuerdo sigue muy vivo entre los forofos más veteranos: San José y Ferrero enzarzados en una disputa, el madridista permanece en el campo, el argentino a la calle, expulsado, con sangre en el rostro. Es una vieja historia. Los blancos juegan con doce, casi siempre… Hace unos años Rafa Quirós recordaba un gol inolvidable del 11 rojiblanco al eterno rival merengue. ‘Tarzán’ Migueli perdió el resuello con su cintura de hipopótamo en el último de los cuatro chicharros que se llevó el Barça el 30 de octubre de 1979. Ferrero encaró a Migueli desde la banda izquierda, sentando al central ceutí una, dos y tres veces. Levantó la testa, cambió de ritmo, armó su pierna derecha y ajustó el balón que se coló por la escuadra en un gol antológico. Terminó el partido entre atronadores aplausos, saltaron al campo unos cuantos aficionados que besaron, abrazaron y subieron a hombros al genial extremo que saludó a la rendida grada una tarde feliz en El Molinón.
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Colgaba las botas al final de la liga 84-85, atrás iban a quedar las convocatorias de Menotti con Argentina, sus primeros partidos con Boca Juniors y diez sublimes temporadas de rojo y blanco. Enzo Ferrero Águila se quedó en Jovellanos City, hizo su vida aquí, su familia y negocios: Ferrero Sport; entrenó al Gijón Industrial y al Oviedo A.C.F. El 1 de noviembre de este 2021 recibió un merecido reconocimiento en la gala del deporte asturiano, ahora tan solo falta que el Sporting tenga a bien homenajear a uno de los mejores futbolistas de su historia. No hablo de despachos. Lo que pide la afición es respeto por la figura del 11 en la puerta 11 del estadio. Dos confesiones, dos detalles, antes del punto final: me cuenta el escritor Manolo Abad (utillero en el A.C.F.) que a Enzo le gustaba escuchar a Frank Sinatra mientras conducía. Otro amigo: Antonio Forascepi compartió gimnasio y kumite con un cinturón negro de karate y de la vida llamado Enzo Ferrero.