ENTREVISTA CON FERNANDO GONZÁLEZ, PAISAJISTA
«Si pudiera poner un jardín en la ciudad sería en el Solarón. El High Line de NY era una zona muy parecida, deteriorada y que ahora es un paseo impresionante»
«El paisajismo siempre se ha visto como algo elitista o muy de aficionados»
«El Jardín Botánico de Gijón es muy especial. Deberíamos valorarlo mucho más«
Fernando González nació en Oviedo, pero su pasión por los jardines se despertó en Londres. Allí emigró, tras rechazar un puesto como profesor en Asturias y allí se enamoró de los jardines y del paisajismo. Tras estudiar en la Universidad de Greenwich abrió su propio estudio y desde entonces no ha dejado de cosechar éxitos, entre ellos, ser premiado en los ‘Oscar’ del paisajismo. La llegada del Brexit despertó una alarma en él y pensó que ya era hora de volver a España. Había terminado un ciclo. De aquello hace ya tres años en los que le ha dado tiempo a aliarse con Nacho Manzano para crear algunos de los jardines más bellos de la región.
Es el primer invitado del Jardín Botánico en el nuevo ciclo de colaboraciones ‘El Paisajista Invitado’, donde ha diseñado un jardín muy especial. Además, esta tarde, a las 19h, ofrecerá una conferencia en la Antigua Escuela de Comercio dentro del ciclo de conferencias del Botánico. De planes, metas, el futuro del Solarón y la importancia de este arte en las ciudades charlamos con él.
¿Cómo acaba un licenciado en Historia del Arte de Oviedo como paisajista en Londres?
Terminé la carrera y me puse a preparar oposiciones de docente, en las que conseguí una interinidad a la que no me presenté. Creo que soy de esos pocos que han dejado la plaza. Recuerdo que llamaron a casa y preguntaron por mí a mi madre: “Como no vayan a Londres a por él…”, contestó ella.
Yo solo tenía claro que quería hacer algo más artístico. Cuando llegué a Londres todo lo que sabía de jardines era lo que había visto y leído de La Granja y de Versalles. Nada más. Y es que, a pesar de haber estudiado Historia del Arte, nadie me había hablado de los jardines como arte. Descubrí el paisajismo, que allí es una carrera, y la cursé. Cuando acabé monté el estudio y empecé a hacer jardines, a presentarme a concursos… y todo aquello me llevó hasta el Chelsea Flower Town.
El ‘Oscar’ de los paisajistas
Así es. Es lo máximo a lo que puedes aspirar, lo inaugura la Familia Real y es todo un acontecimiento allí. Participar dos veces y poder salir premiado es increíble. Luego también representé a España en la Copa del Mundo de Jardines celebrada en Japón, y llegué a hacer un jardín en la Plaza Roja de Moscú. Después de todo aquello llegó el Brexit y sentí que había acabado mi etapa en Londres. Había conseguido todo lo que quería conseguir, y fue cuando me mudé a España. Realmente lo de volver empezó con Nacho Manzano.
¿Cómo surge esa simbiosis entre el chef y el paisajista?
Cuando yo estaba en Londres, Nacho ya tenía un restaurante allí. Estábamos en un evento -en defensa del oso asturiano- en el que le habían encargado el catering y a mí la decoración. Así nos presentaron. Empezamos a hablar y justo me dijo que iba a ser el 25º aniversario de Casa Marcial. Ahí empezó esa ‘vuelta’ a Asturias, con un “oye, ¿cómo no te vienes a hacer un jardín?”.
Después de aquel llegó el del Molín de Mingo y una cosa fue llevando a la otra. Lo próximo que tenemos pendiente es un proyecto en su nuevo restaurante, en el Palacio de Rubianes. Vamos a hacer un jardín enorme.
Tiempo más tarde conocí a Chus (Barrientos, responsable de Dinamización del Jardín Botánico) y me contó que querían darle ese nuevo enfoque al Botánico, no solamente divulgador, sino también contar con jardines de exhibición y ornamentales. Él ha viajado mucho a Londres y conoce bien la importancia con que se trata a los jardines. Para mí es un orgullo participar en este proyecto en un lugar así.
Habla con mucho cariño del Jardín Botánico de Gijón, pero ¿qué es eso que lo hace tan distinto?
Es un Jardín muy especial y deberíamos valorarlo mucho más. Vas al de Madrid, por ejemplo, y es un jardín muy pequeño. Tiene así como una cosa por aquí, otra por allá … .en Gijón todo está muy bien pensado. Las colecciones no están puestas por poner, son ecosistemas muy bien construidos y estudiados y eso es algo que no se ve en tantos jardines botánicos.
¿Y cómo va a ser el jardín que ha diseñado en este espacio?
Los jardines pueden ser espacios científicos y de divulgación, y en el que estamos trabajando en Gijón es ambas cosas. Queremos enseñar a la gente plantas que vayan a resistir el cambio climático, que necesitan poca agua y no precisan de abono ni fertilizantes.
Son plantas muy cercanas a los ecosistemas, muchas te las puedes encontrar en el campo. Y es que buscamos, de alguna manera, mostrar que se pueden hacer jardines más sostenibles. Por ejemplo, utilizando plantas polinizadoras. Ayer cuando fuimos al jardín ya estaba todo lleno de abejas, lo que es muy bueno.
Por eso, creo que el Botánico está haciendo algo muy importante, que es enseñar a las personas otro tipo de jardinería. Y es que muchas veces la gente no sabe de las cosas porque no se les enseña, y esta es una gran oportunidad para aprender.
Además, queremos mostrar que los jardines son bonitos en cualquier época del año, no solo con flor. En invierno y otoño también tienen otros colores igualmente atractivos y son el sustento para miles de insectos que hibernan durante esas fechas para salir al calor de la primavera. Por eso invitamos a venir a los jardines más de una vez, y comprobar como, mes a mes, todo evoluciona.
La de paisajista es una profesión aún muy desconocida en España. Desde el desconocimiento parece que se basa en poner 3 o 4 plantas en un jardín, cuando es mucho más. Cuéntenos un poco qué supone para usted.
Cuando eres paisajista estás trabajando con cosas vivas. Al igual que un escultor usa materiales muertos, nosotros tratamos con seres vivos, algo que ya supone mucha responsabilidad. Para poder diseñar un jardín hay que saber de suelo, del clima, de las plantas… saber qué sitio es adecuado para cada una, saber cómo combinarlas, como crece cada una de ellas y cómo se relacionan entre sí.
La jardinería de antes era un poco más de “pongo una planta aquí y esto allá”, pero desde hace 40 años, impulsando sobre todo en países como Holanda, ha surgido un movimiento mucho más elaborado y más ecologista.
Tiene trabajos distribuidos por medio mundo, de Nueva York a Moscú pasando por Viena. En Asturias ya hay varios jardines con su firma, al que se suma este del Botánico. ¿Es especial eso de trabajar “en casa”?
Es un orgullo que te llamen para hacer algo así en un sitio tan especial. Es otra “casilla” desbloqueada en mi carrera y estoy muy agradecido. Pero insisto en que lo importante es enseñar a las personas a que hay otro tipo de jardines más sostenibles y que también son aplicables a calles y plazas.
Ese querer “acercar” el paisajismo a las personas choca con la visión clásica y algo elitista que se tiene de este arte.
Sí, por un lado siempre se ha visto como algo elitista y por otra como algo muy de aficionados. Pero el paisajismo es un arte. Hay jardines en Alemania o en Reino Unido que están considerados al mismo nivel que cualquier estructura arquitectónica.
En este sentido, creo que la pandemia nos ha ayudado a darnos cuenta de que necesitamos ese contacto con la naturaleza y de que, por supuesto, las ciudades necesitan más plantas y menos cemento. Estábamos muy distanciados de la naturaleza y la pandemia nos ha hecho ver que la necesitamos. Que si, por ejemplo, la población de abejas está mermada se rompe un ciclo y sin esos ciclos se nos va todo al ‘carajo’.
Antes hablábamos de que es una profesión aún no muy conocida en España, pero quizás sí en el resto del mundo. ¿Se siente más reconocido fuera que en casa?
Pensaba que sí, pero he tenido la gran suerte de ver que no es verdad. En estos tres últimos años, ya en España, no ha dejado de venir gente interesada por este tipo de jardines. En Valladolid, de donde es mi madre, haré dentro de poco un jardín en la ciudad y también otro en un pueblo cercano, Medina de Rioseco.
La gente está muy volcada y estoy muy feliz de que sigan surgiendo nuevas oportunidades. Ha sido algo que me ha sorprendido mucho. También creo que la visión que se tenía aquí del paisajismo está cambiando, que se empieza a invertir dinero en ello y que poco a poco se promocionara más. Y es que, es algo que siempre digo, pero en los diez pueblos en el mundo donde la gente vive más feliz, en todos la actividad favorita es la jardinería.
Si pudiera hacer uno de sus jardines en cualquier parte de Asturias, ¿dónde lo situaría?
Tengo dos sitios muy claros que, si te das cuenta, son sitios para que los disfrute el público. El primero es el Solarón, en Gijón. En Nueva York, el High Line era una zona muy parecida, deteriorada, en la que se intervino y que ahora es un paseo impresionante. Lo he hablado con algunos amigos de Gijón y alguno con perro me pregunta que donde lo pasearían. Pues en el Solarón. Es tan grande que allí cabría todo.
Y el segundo espacio con el que me gustaría colaborar es con el Campo San Francisco de Oviedo, que, creo, necesita ya una renovación.
Después de haber conseguido casi todo lo que era posible dentro del paisajismo, ¿qué retos le quedan por cumplir?
Llevar este tipo de jardinería sostenible, de la que hemos hablado, a la gente de la calle y sobre todo a las ciudades: los parques, las rotondas… cualquier pequeño lugar es perfecto. Es algo que ya se está haciendo en otras partes de Europa y de Estados Unidos y que ojalá podamos traer pronto a España.