«Obsesionados con la dureza del ataque de Hamás, se buscaron argumentos históricos como la expulsión de España en tiempos de los Reyes Católicos, y el Holocausto nazi, para reforzar el derecho de Israel a responder con todas sus fuerzas»
Por José Ignacio Algueró Cuervo, doctor en Geografía e Historia
Cuando, hace ahora un mes, elementos de Hamás perpetraron un espantoso ataque contra civiles y militares en territorio israelí muy cercano a la frontera con Gaza, causando algo más de mil trescientos muertos y capturando a alrededor de doscientos cuarenta rehenes, las reacciones no se hicieron esperar. Centrándonos en España, la mayoría de los medios de comunicación y prestigiosas plumas hablaron de “ataque terrorista injustificado” y del “derecho de Israel a defenderse”. Amparándose en la indiscutible crueldad de los hechos, justificaban por adelantado el inicio subsiguiente de la venganza israelí. En esta misma línea, pero con mucha mayor trascendencia, el presidente de Estados Unidos se mostró dispuesto a apoyar -seguir apoyando- a Israel con todos los recursos necesarios para acabar con Hamás.
La mayoría de los medios obviaron circunstancias, al menos, llamativas, como que el primer ministro israelí Netanyahu, investigado por varios casos de corrupción, llevaba meses siendo cuestionado por miles de manifestantes en las calles ante la pretensión de su Gobierno de coalición con la ultraderecha de reformar la ley para acabar sometiendo al poder judicial al control del ejecutivo, presidido por él mismo.
Era difícil igualmente encontrar menciones al hecho de que el ataque se había producido en la frontera con un territorio -Gaza- bloqueado desde 2007 por tierra, mar y aire por Israel, un país que posee un ejército y unos servicios secretos considerados como de los mejor preparados y dotados del mundo.
Obsesionados con la dureza del ataque de Hamás, se buscaron argumentos históricos tales como la expulsión de España en tiempos de los Reyes Católicos y, principalmente, el terrible Holocausto nazi, para reforzar el derecho de Israel a responder con todas sus fuerzas a esta nueva agresión contra el pueblo judío.
Por el contrario, se ignoraron algunas realidades históricas que parece oportuno considerar:
La ONU decide en 1947 partir Palestina en dos, concediendo a los judíos el 56% del territorio, y a los árabes el 44% restante. Pocos meses después, Ben Gurión proclama unilateralmente la independencia de Israel que, tras derrotar a una coalición formada por Egipto, Siria, Jordania Líbano e Irak, pasa a controlar el 78% y decide la expulsión de su tierra de alrededor setecientos cincuenta mil palestinos, que pasan a convertirse en refugiados en países vecinos.
Mediante lo que eufemísticamente consideró un “ataque preventivo” para proteger el canal de Suez, pero que es conocido como Guerra de los Seis Días, Israel conquista Gaza, Cisjordania, Jerusalén Este, el Sinaí y los Altos del Golán.
Coincidiendo con la primera intifada, Israel ve en el nacimiento de Hamás en 1987 una oportunidad para debilitar a la OLP de Arafat. Sin embargo, el brazo armado de esta organización política apostará por la sustitución del estado hebreo por otro palestino.
La Conferencia de Paz de Madrid (1991) y los Acuerdos de Oslo (1993), apoyados decisivamente por Estados Unidos, marcaron el camino a seguir: “Paz por territorios”, y existencia de dos estados, uno israelí y otro palestino, que estaría controlado por la recién creada Autoridad Nacional Palestina. El asesinato del primer ministro Isaac Rabin por un ultranacionalista israelí en 1995 vendría a enfriar las expectativas.
Ante el fracaso para establecer las fronteras de los dos estados, en 2000 estalla la segunda intifada, en la que, ante la asfixia producida por la política israelí en los territorios ocupados, los palestinos vuelven a enfrentarse al ejército invasor, sufriendo más de cinco mil bajas y causando un millar al enemigo.
En 2006, y contra pronóstico, Hamás gana las elecciones, y al año siguiente decide expulsar de Gaza a la Autoridad Nacional Palestina -que mantiene el control sobre Cisjordania- lo que sirve a Israel para aumentar la represión en la franja.
Entre 2008 y 2022, los enfrentamientos entre israelíes y palestinos se mantuvieron, con mayor o menor intensidad. Un balance fundamentado, pero que con seguridad se quedará corto, nos habla de más de cuatro mil muertos entre los palestinos y algo más de un centenar entre los israelíes.
Además de los muertos en enfrentamientos directos durante estos setenta y cinco años, habría que contabilizar los heridos con secuelas físicas y psíquicas; los asesinatos ‘selectivos’ de potenciales enemigos de Israel, ya fuera un palestino acusado de terrorismo, una periodista inoportuna grabando o un ingeniero nuclear iraní; las viviendas arrasadas -bastaba ser familia de alguien que atentara contra un israelí, muchas veces autoinmolándose, o que se sospechara que allí se albergaba alguna infraestructura ‘terrorista’; la destrucción de templos y escuelas; la usurpación de tierras entregadas a colonos israelíes sin respetar el derecho internacional; las restricciones de agua, luz y combustible; la prohibición de construir viviendas y de realizar actividades económicas consideradas potencialmente peligrosas, y un largo y trágico etcétera.
La crueldad desesperada de cualquier ataque palestino o la ‘prevención’ de otro, así como su legítimo derecho a defenderse eran la justificación esgrimida una y otra vez por los gobiernos de Tel Aviv. Mientras, la ONU, maniatada en el Consejo de Seguridad por el derecho de veto de Estados Unidos -el gran aliado y protector de Israel, como sabemos-, aprobaba en su Asamblea General decenas y decenas de resoluciones criticando las violaciones de derechos humanos por parte de Israel, país que, según fuentes de Amnistía Internacional, sólo acabaría acatando el 0,5 % de las mismas, y que se protege de cualquier cuestionamiento de su proceder al no reconocer, -como Estados Unidos, por cierto- la jurisdicción del Tribunal Penal Internacional.
Con los antecedentes aquí descritos, se llega al punto de inicio: los sucesos del 7 de octubre pasado y la respuesta israelí, para la que se acaban los adjetivos. Cualquiera que no esté cegado por la falta de objetividad supongo que, reconociendo la crueldad mostrada por Hamás, coincidirá en que los más de diez mil muertos palestinos -de los que más de cuatro mil son niños y niñas inocentes de toda culpa- y la limpieza étnica que Israel está perpetrando en Gaza -y, de paso en Cisjordania, con más de diez mil personas desplazadas de sus hogares y tierras por los colonos y el ejército- son un genocidio en toda regla perpetrado por el gobierno de un pueblo que sufrió en sus propias carnes hasta dónde puede llegar el ser humano convertido en monstruo.
Mientras esto ocurre, la comunidad internacional, con Estados Unidos y la Unión Europea a la cabeza, se convierte en cómplice por dejación: mira para otro lado, se autojustifica pidiendo pasillos humanitarios y ofreciendo ayuda económica para quienes son bombardeados indiscriminadamente y acaban muriendo por falta de recursos en hospitales devastados con la excusa de esconder a terroristas, y deja manos libres a Israel para continuar su plan de exterminio. Sólo el secretario general de la ONU parece atreverse a alzar la voz contra lo que está sucediendo, pero es una voz que clama en el desierto y a la que tanto Estados Unidos como Israel ponen sordina hasta que acaben por acallarla.
Ante la trágica realidad que se está viviendo, quienes busquen informaciones contrastadas y no manipuladas que los acerquen a la objetividad encontrarán en la labor de periodistas como Wael al Dahdouh de Al Jazzera, Fran Sevilla y Silvia Intxaurrondo de RTVE o Francisco Carrión de El Independiente testimonios e informaciones impagables que engrandecen una profesión tantas veces denostada. Vayan para ellos mi agradecimiento y mi admiración.