El auge de los discursos reaccionarios y las políticas contra los derechos LGTBI+ son responsables del aumento de las agresiones homófobas ya que son el combustible que las alimenta
En el año 2015, Roland Emmerich, el mismo director que había perpetrado Independence Day, dirigió una película sobre los disturbios de Stonewall. Hollywood daba así carta de naturaleza al movimiento contemporáneo por los derechos LGTBI+. El problema es que lo hizo blanqueando, en el sentido literal de la palabra, los disturbios, convirtiendo en el eje central de la película las vivencias de un chico blanco, muy joven y de belleza más que normativa, cuando en realidad aquel levantamiento popular cargado de rabia del 28 de junio de 1969 e iniciado en el pub Stonewall del barrio neoyorkino del Greenwich Village tras sufrir, una vez más, el acoso de la policía, estuvo protagonizado principalmente por mujeres trans racializadas que llevaban toda la vida jugándose el pellejo, su bienestar y su vida por el simple hecho de existir. Pero Hollywood lo había vuelto a hacer: había cogido un acontecimiento histórico nacido de la rabia, la cólera, la injusticia y la conciencia política para convertirlo en algo fotogénico, inofensivo, inane y estúpido. Emmerich se podía haber marcado un Salvar al soldado Ryan -por no salirnos de los parámetros político-estéticos de Hollywood- pero prefirió hacerse un Forrest Gump de serie B. Un poco lo que suele hacer el capitalismo con las luchas sociales y las causas políticas. Lo hemos visto con el feminismo, el cáncer de mama o la ecología, que se han convertido en nichos de negocio, en una bonita manera que tienen las empresas de ganar dinero haciendo como que hacen que se preocupan por las cosas, por los colectivos, por los problemas de la gente. Así que era casi imposible que el colectivo LGBI+ se librara del pinkwashing. Siempre que se acerca el Día del Orgullo me acuerdo de Shangay Lily, una de las personas más inteligentes y que más me ha hecho pensar y reflexionar en mi vida, que se pasó parte de su vida como activista denunciando la mercantilización y la explotación del Orgullo y defendiendo sus raíces como un levantamiento popular de reivindicación política y símbolo de la rabia y la violencia que las personas del colectivo LGBI+ han padecido históricamente.
Esto no quiere decir que se deba encarar el Orgullo con el espíritu triste y gris de la Semana Santa, ni mucho menos, la alegría, la fiesta, los colores, la brillantina y la música siempre serán revolucionarios, solo hay que ver el escándalo que cada año las mentes bien pensantes montan estos días. Pero ¿sabéis qué? No importa absolutamente nada lo que yo tenga que decir y opinar sobre cómo tienen que celebrar y reivindicar las personas del colectivo el Ogullo, no importa mi opinión ni la de nadie de fuera del colectivo porque no es asunto nuestro, nuestro papel tiene que ser el de apoyar, escuchar, hacerse a un lado y salir a dar la cara. Y es que no deberíamos dejarnos deslumbrar por el brillo de los logos con la bandera multicolor que sacan a relucir muchas compañías y empresas durante el mes de junio, pues quedarán guardados en el mismo cajón virtual en el que están los morados del 8N o los rosas un día después de la Carrera de la Mujer contra el cáncer de mama, una vez que hayan hecho caja con estas causas. Papel (virtual) mojado como las falsas etiquetas de sostenibilidad que nos restriegan por la cara y que lo único que demuestran es que el capitalismo es capaz de ganar dinero con cualquier cosa.
Sin embargo este empeño del capitalismo es la paradójica evidencia de que defender a las personas del colectivo LGTBI+ es lo políticamente correcto, en el más amplio, humanista y favorable sentido de la palabra, es decir, que la defensa de los derechos del colectivo es la defensa de derechos humanos en la que tiene que estar implicada toda la sociedad. Y es por lo mismo que la reacción ha entrado de lleno otra vez en las guerras culturales, tomando de rehenes a las personas y los derechos LGTBI+ aupándose en discursos violentos, bulos y desprecios y escondiéndose detrás de una falsa defensa de la infancia, de valores tradicionales que han servido de excusa para la discriminación y la criminalización de las personas LGBTI+ y en el hecho de que ya se han logrado una serie de derechos formales a los que se han opuesto históricamente y que están boicoteando en ayuntamientos y CCAA donde gobiernan y donde ejercen la censura sin ningún tipo de disimulo. Estos discursos de odio contra el colectivo amparan políticas abiertamente homófobas y transfobas en los lugares donde gobiernan poniendo palos en las ruedas a los avances sociales, convirtiendo la vida de las personas del colectivo en una carrera aun mayor de obstáculos y, sobre todo, alimentando la violencia real contra ellas. El auge de los discursos reaccionarios y las políticas contra los derechos LGTBI+ son responsables del aumento de las agresiones homófobas ya que son el combustible que las alimenta. Solo en Asturies las agresiones contra personas del colectivo han aumentado un 40% y más de 1600 incidentes violentos han sido registrados solo en el año 2023 en todo el país. Estos delitos de odio, cometidos contra personas migrantes, racializadas y LGTBI+ son la consecuencia directa del auge de estos discursos reaccionarios alimentados y alentados por las fuerzas políticas del todo el espectro de la derecha.
Este año 2024, gracias a los votos del PP, Vox y del señor tránsfuga de Vox que es de Vox en todo menos en el nombre, y que ahora mismo es quien sostiene a Moriyón y a Foro su mayoría de gobierno, el Ayuntamiento de Xixón se va a quedar sin declaración institucional por el Día del Orgullo, una muestra más de la apuesta de las derechas por atacar la línea de flotación de la convivencia ciudadana. Una declaración institucional no es nunca un tema baladí pues opera en el plano de lo simbólico pero también en el plano material; por eso es tan grave y da tanta vergüenza lo que ha sucedido en el Ayuntamiento de Xixón, porque ha sucedido además con la complicidad de la propia alcaldesa, que es experta en tirar piedras y esconder la mano, como si ella fuera ajena a lo que hacen y piensan sus socios de gobierno, esa gente corriente que ha declarado públicamente que para ellos y ellas las personas LGTBI+ de esta ciudad son, una vez, más ciudadanos de segunda. Y es aquí donde sí que tenemos que dar la cara, para demostrar, una vez más, que esta ciudad y su ciudadanía están a la altura a la que algunos de sus representantes políticos se niegan a estar pero sin olvidar tampoco que estos concejales y concejalas de bien han llegado al Ayuntamiento aupados por los votos de otra gente corriente que, por lo visto, apoya y calla ante quienes creen que los derechos humanos y la defensa de la gente LGTBI+ no va con ellos.