El que fuese el funcionario más veterano de los Juzgados de la ciudad, conocido y apreciado por sus carácter «entrañable» y por su entrega al mundo de las antigüedades, fallecía este miércoles, a los 67 años, tras una larga batalla contra el cáncer
No son las palabras, sino los hechos, los que determinan la altura del ser humano. Y durante toda su vida, más corta de lo que debería haber sido, Enrique Mijares Roces fue medido por sus acciones, por cada gesto que tenía con sus allegados y compañeros, por sus modales y sus principios. Es por eso que hoy bastan dos sencillas palabras para sintetizar con tierna precisión todo cuanto fue: «Era una buena persona«. Así le recuerda su viuda, Teresa Gárate, recurriendo a una frase en pasado tristemente oportuna. El que fuera el funcionario más veterano de los Juzgados de Gijón, y reconocida figura del sector de las antigüedades, fallecía este miércoles con apenas 67 años, tras librar una titánica batalla contra un cáncer que, si bien finalmente le venció, jamás le doblegó. Su cuerpo será incinerado esta misma mañana, a las 12 horas, en el Tanatorio ‘Jardín El Lauredal’, en Noega; eso sí, por siempre quedará el magnífico recuerdo que dejó entre todos aquellos que, bien en el plano profesional, bien en el personal, tuvieron ocasión de conocerle.
«Era como un gentleman inglés, un caballero de otro tiempo: en el Juzgado te cedía el paso, te acomodaba la silla, te ponía el abrigo… Era muy educado, muy prudente, dispuesto siempre a ayudar a los demás. Jamás tuvo una palabra más alta que otras, y le quería todo el mundo», rememora Gárate, quien desde que se confirmase el fatal destino de Mijares no se ha separado de su hija, María, y de su nieta recientemente nacida, Candela, a la que «agradecía como si fuese la suerte de su vida haber llegado a conocer, aunque lo que más sintiese fuese no poder verla crecer». Porque la enfermedad no dio tregua. Lo que comenzó como un timoma, un brote cancerígeno bajo el esternón que le dejó ronco, no tardó en extenderse a otras partes de su cuerpo, llegando a afectarle la vista; ni siquiera los tratamientos experimentales aplicados en el Clínic de Barcelona surtieron efecto. Y, aun así, Mijares jamás perdió su buen talante, ni su celebrada predisposición para con los demás. «Siempre tuvo unas ideas muy liberales y permisivas, y el tiempo que vivió, vivió feliz«.
Buena parte de esa felicidad se la proporcionaron las antigüedades. Aunque se le recordará, sobre todo, por ser uno de los rostros amables de los Juzgados de Prendes Pando, en los que se asentó tras un breve periplo en Cangas de Narcea, su mayor pasión fue lo vintage, la adquisición y, posteriormente, venta de piezas de antaño de todas las procedencias, tipos y condiciones. «Le gustaban con locura, como si tuviese un ‘síndrome de Diógenes’ con las antigüedades; tanto, que sufría vendiéndolas, pero era feliz con ello«, ríe, pese al dolor, Gárate, con quien contrajo matrimonio en 1980. Ese amor por lo antiguo le llevó a abrir el anticuario De Seis a Ocho, hoy a la espera de arrendador o comprador, pero todavía reconocible en la céntrica calle Joaquín Fernández Acebal. Ese fue el templo de Enrique Mijares hasta que la dolencia le impidió seguir empuñando su timón.
Desde que se supiese la trágica noticia, muchas son las personas que han acudido al tanatorio para dar una postrera despedida a este «hombre sin igual», trasladar el pésame a sus cercanos. Al mismo tiempo, se cuentan por decenas, si no cientos, los mensajes de pesar enviados a la familia. Entre ellos, uno de los más emotivos en el recuerdo de Mijares era Benigno Villarejo, decano del Colegio de Abogados de Gijón. Por mor de su oficio, tuvo oportunidad de coincidir reiteradamente con Mijares en el ámbito laboral, y atesora una imagen clara de él. «Era entrañable; siempre te atendía con una sonrisa, y eso es algo que, en un entorno como son los Juzgados, se agradece mucho«, detalla. Puede que esa tónica amable sea la usual en el caso de Gijón, «que lo es», pero en el ahora fallecido destacaba particularmente. Era, de hecho, su seña de identidad. «Como profesional, era un chaval afable, siempre de buen trato y con predisposición constante a ayudar a la gente. Un funcionario de esos con los que se agradecía el contacto. Lamento mucho lo ocurrido…».