No es difícil tener la sensación de que el Tsunami Xixón ha sido lo más parecido a encontrar un oasis en el desierto y volver a sentir momentos en los que un riff, un estribillo o una voz son capaces de levantarte del sitio
La música de Zahara en el teatro de la Laboral el pasado domingo puso final a la serie de conciertos que Tsunami Xixón ha venido celebrando cada jueves desde hace un mes. Vetusta Morla, Izal, La M.O.D.A y Love of Lesbian nos permitieron enchufar la ciudad a la música indie más mainstream de la industria española, aunque no todo lo que se ha escuchado sobre el escenario ha sido mainstream. De eso hablaremos más tarde. Por el momento, basta con afirmar que las cinco actuaciones, con el sold out como denominador común, ponen de manifiesto que esta ciudad escucha música, que tiene ganas de más música y sobre todo, que necesita conectarse con el resto de ciudades españolas para tener su estima musical presentable y aseada ante el espejeo, incluso en época pandémica.
Del Tsunami se extraen muchísimas lecturas y conclusiones atravesadas por la política, las corrientes sociales y culturales, interconectadas de tal manera que construyen entre sí una trama por la que circulan nuestros hábitos de consumo, nuestros anhelos personales, nuestra ideología, nuestro narcisismo, los modelos de gestión cultural públicos y privados, el hedonismo que nos impregna y prestigia en la era de Instagram y, en definitiva, nuestra manera de estar en el mundo con los demás y con nosotros mismos. Lo que se pretende con este artículo no es otra cosa que analizar algunas de estas impresiones para comprender qué está pasando con la música en nuestra ciudad y, también, por qué no, qué ha sucedido con el indie español más icónico en Gijón o cualquier lugar, después de haber superado los momentos más críticos y crueles de la pandemia.
Que el Tsunami se haya celebrado en El Molinón implica volver a resignificar un estadio y su historia, no sólo deportiva, sino también musical. El Molinón ha dado grandes momentos en el historial de conciertos que conserva la ciudad. Incorporar uno de los templos de Gijón a esta «nueva época» ha sido un chute de autoestima local que no había logrado nadie hasta ahora desde ninguna administración. Que la música participa de la vida como un fenómeno antropológico es algo que ya sabíamos, pero cuesta creer que no sea una extensión de nuestro aparato nervioso. Por ese motivo, que el escenario se levantara ante la mítica grada norte del estadio no es un hecho banal. Muy al contrario, fue una decisión tan afortunada que permitió a las bandas definir un modelo de comunicación (incomprendida para la mayoría de los grupos) y construir un aura inédita que abrió un espacio ritual novísimo y acertado.
El éxito de taquilla de Tsunami hace prever que la industria musical está asegurada porque ha sido capaz de proyectar un modelo de cultura segura en tiempos pandémicos. La cultura de la responsabilidad individual, sin paternalismos que encorseten nuestro pensamiento, desde las propias estructuras económicas y sociales, ha permeado en la conciencia de los ciudadanos y hoy nadie entra en un recinto deportivo o ferial sin su correspondiente mascarilla. Por lo tanto, la cultura es segura porque los ciudadanos demandan y garantizan una cultura segura, porque los músicos la exigen y los promotores la cumplen.
De esta apreciación se deriva otra que tiene que ver con la música en vivo. Si un concierto impulsado por la iniciativa privada, capaz de congregar a más de 2000 personas cada noche, es seguro, no hay excusa que valga para que los recintos municipales y las empresas culturales públicas intenten comulgar con el mismo compromiso. Gijón sigue excluyendo al rock y al pop de su programación municipal dentro de recintos públicos como el teatro Jovellanos. Sin necesidad de compararnos con municipios de otras comunidades, a diferencia de otras ciudades asturianas en las que los teatros acogen conciertos, como Avilés y el Armando Palacio Valdés, o como la Fundación Municipal de Cultura de Oviedo y el Vesu Fest, Divertia ha reducido el rock y el pop a pequeños espacios destinados para una minoría. Encajados es, efectivamente, una buena propuesta audiovisual para la promoción de las bandas y es más que necesaria su continuidad porque facilita una parte de la producción y la promoción a bandas que, de otra manera, no podrían costearse un formato tan elaborado, pero destinado primordialmente al universo digital de las pantallas y las redes sociales. Encajados, que admite un aforo de 34 espectadores, y Divertia dejan de lado la experiencia musical de grandes aforos donde la historia del rock y del pop se ha ido haciendo y sedimentando desde que nació.
Nunca está de más recordar que el rock y el pop están indisolublemente unidos a la cultura de masas. Dicho de otro modo, el rock y el pop en vivo surgieron para expresar la rabia, la euforia, la tristeza o la alegría de las sociedades del siglo XX y del siglo XXI en grandes recintos. No tener en cuenta esto, trae consecuencias. La primera es que Gijón desaparece de los circuitos musicales del norte de España, en detrimento de otras ciudades que han apostado por una cultura musical segura que no renuncia a su vocación multitudinaria. La segunda es que renuncia sin motivo que lo justifique a una parte de la política cultural y turística que atrae a visitantes de otras comunidades que no sólo vienen a divertirse en un concierto, sino que también contrata hoteles, disfruta de la gastronomía y otros vicios mejores.
Por estos motivos, Tsunami Xixón es necesario. Pero también lo ha sido en esta ocasión porque, como decíamos al principio, nos permite otear el estado de la industria del indie español más consolidado. Efectivamente, he dicho industria. Quiere uno decir que Tsunami es oportuno porque ofrece la oportunidad de conocer in situ en qué estado llega después de haber pasado el trance más duro de la pandemia. Uno cree que es ahora cuando comienza a asomar la cabeza, aunque sea, como afirmó Santi Balmes en la entrevista publicada hace un par de semanas, para sacar adelante todo el material producido con anterioridad y, sobre todo, para que sus engranajes se muevan levemente y se decidan nuevamente a funcionar: «realmente ya no lo haces por ti, lo haces por tu staff, por toda la gente que te está esperando y necesita empezar a trabajar. Trasciende mucho más que la banda».
Y la industria llega con productos muy elaborados, demasiado, incluso, tanto que en algunos casos, como en el concierto de Izal, han perdido cualquier tipo de organicidad. Vetusta Morla desbordó con su directo. Elegantes, impregnados de referencias musicales, cinematográficas, audiovisuales, pero también con un directo calculado al milímetro, alejado de cualquier intento por asumir el riesgo o la improvisación. Y esta es una clave importante. Si decíamos antes que el rock es un género de multitudes, el riesgo de lo nuevo y el aprovechamiento de la incertidumbre del momento único sobre el escenario, constituyen la electricidad que alimenta a esas multitudes. Con el automático puesto, la fastuosa factoría audiovisual a punto y el artisteo virtual congelado, la propuesta de Izal anuló de raíz la posibilidad de que el azar formara parte del show. Mucho más orgánicos y honestos se presentaron los miembros de la M.O.D.A con su folk y su punk convergiendo en un pop sólido pero que tampoco dejaba mucho margen para la experimentación ni la improvisación.
La veteranía es un grado. Y Love of Lesbian la puso en valor desde el comienzo, asumiendo que no todos los días se toca en El Molinón. Fue la única banda que entendió desde el primer segundo que el lugar, en esta ocasión, no era cualquier lugar y exigía emotividad. Y lo hizo con alegría, sin nostalgia de otros tiempos, y celebrando los recuerdos. Pero más allá de esta anécdota, lo realmente importante que propicia parte de esta reflexión es que Santi Balmes y Julián Saldarriaga no renunciaron a vivir y a transmitir el vigor y la felicidad de sus conciertos prepandémicos en un momento como el actual, incluso bajo la lluvia. Quizá ellos sí han sabido leer el tiempo que nos toca vivir o quizá la fortuna ha hecho coincidir una visión de la música más intuitiva con un país que desea respirar y vivir guiados por su instinto. Instinto e intuición. Curiosa dupla que merecería otro artículo. En Viaje épico hacia la nada, todos los miembros de la banda transmiten organicidad a un estilo poderosamente emotivo, intuitivo, instintivo, sin menoscabo de seguir siendo el mismo grupo, Love of Lesbian. Tiene gracia que en un tiempo donde sólo se habla de salud, la música recupere un concepto como «orgánico» que alude a la actitud o disposición que nos empuja a vivir.
Aunque la responsabilidad de todos nos obligue a «desfolgar» con el freno de mano puesto, los lesbianos supieron construir una complicidad que devolvió a los obsesivos, a los fieles y a los curiosos, su fe en la música. El Tsunami Xixón ha cumplido con una tarea que tampoco estaba asegurada, aunque esa sea otra historia. Derribó miedos, abrió camino a otros festivales donde libertad y responsabilidad vayan de la mano y elevaron nuestro orgullo de pertenencia a una ciudad que volvió a amar la música. A fin de cuentas, un concierto es un ritual que debe cumplir con una función primordial muy clara: transformar nuestro ánimo, revolvernos por dentro, emocionarnos y, a ser posible, entretenernos y hacernos olvidar los problemas cotidianos. Me gusta pensar que la música siempre ha impregnado nuestra vida, forma parte «orgánica» de ella, y es por eso que suma, añade y la multiplica.
Por Víctor Guillot
Ya, pero se creó bajo gobierno de Foro, hay que suprimirlo pensaran en la casa consistorial.