«El sueño de la razón produce monstruos, pero si eres político produce, sobre todo, infraestructuras»
El parque de atracciones, la «avenida imposible» y otros «desvaríos desarrollistas»
por david péreZ
El sueño de la razón produce monstruos, pero si eres político, produce, sobre todo, infraestructuras. Si eres el alcalde o el concejal de una apacible ciudad de provincias, las obras serán tu pasaporte a la posteridad, y el urbanismo tu visado, claro que la posteridad es un barrio peligroso, un sitio traicionero. No es un lugar para cualquiera: a la posteridad hay que llegar con los deberes hechos; como mínimo, con los flamantes centros de interpretación con visitantes, los aeropuertos con aviones y los homéricos palacios de congresos de una pieza.
En Gijón, muchos políticos, siempre en alianza con la gloriosa estirpe de los promotores urbanísticos, han intentado hacer una muesca en el universo haciendo y deshaciendo la ciudad. Por suerte, no todos lo han conseguido, aunque es cierto que en el camino se han quedado proyectos prometedores, buenas ideas para mejorar el entorno urbano. Pero no es la norma. Si echamos la vista atrás, se despliega ante la mirada un siglo lleno de delirios urbanísticos y todo tipo de ensoñaciones políticas, la mayoría frustradas, algunas realizadas a medias, solo unas pocas convertidas en realidad, aunque nunca como sonaba en boca de sus impulsores.
Esta es la historia de algunos de esos proyectos, todo recogidos en el libro Gijón: La ciudad que nunca existió, obra del historiador Héctor Blanco (Mieres, 1970), avezado investigador el desarrollo urbanístico y arquitectónico de la ciudad.
«Veinte años después de haberse editado ese libro, casi habría material para una segunda parte… Indudablemente, figuraría en lugar destacado el proyecto Salamandra, pensado para albergar un centro de talasoterapia frente a la playa de San Lorenzo, en la avenida de José García Bernardo. Arquitectónicamente era un proyecto de gran interés que con seguridad habría dado proyección a Gijón y hoy sería un referente del Gijón del siglo XXI. Junto a este tendría que ir su antítesis pensada para ubicarse casi en esos mismos terrenos pocos años después: la torre de 14 plantas que pretendió levantarse frente al hotel Abba y que por suerte no pudo realizarse por cuestiones económicas y judiciales. Hubiese sido un patinazo monumental», explica Héctor Blanco a miGijón.
«Bah, zaparucaes»
A principios del siglo XX, en la ciudad existía una palabra especial para nombrar los proyectos imposibles. Si algo sonaba muy descabellado, se decía: «bah, zaparucaes». Si algo parecía fantasioso, utópico, enrevesado o alocado: «zaparucaes, claro».
El concepto tiene su origen en la figura de Gerardo Fernández García, alias el Zaparucu, propietario de una antigua zapatería en la plaza del Instituto, Calzados la Maja, actualmente reconvertida en Calzados Chiqui. En los años veinte y treinta, este comerciante risueño fue el artífice del primer (y probablemente el único) think-tank gijonés: el Comité de Comunicaciones e Iniciativas de Gijón, una institución que tenía como razón de ser imaginar proyectos para la ciudad, con el Zaparucu como principal ideólogo. La mayor parte de sus ideas no pudo verlas nunca realizadas. Sin embargo, fue un auténtico visionario.
Con décadas de antelación, Gerardo Fernández imaginó el Cerro de Santa Catalina transformado en lo que es hoy. También concibió las charcas del Piles como un gran parque público conectado con el alto de La Providencia a través de un paseo, y El Musel como uno de los principales puertos de España, incluso pudo imaginar los jardines del Náutico frente al mar y el hospital de Cabueñes antes de que existiesen, entre otras muchas cosas.
La edad de los balnearios
Sin embargo, entre los múltiples deseos del Zaparucu, el más recurrente tiene que ver con la construcción de una gran zona de ocio en el entorno de la playa de San Lorenzo, un complejo que integrase todo tipo de instalaciones y servicios para el esparcimiento del pueblo, con un balneario como núcleo. Lo intentó varias veces, con diversos proyectos. El más ambicioso tiene un nombre que no requiere muchas explicaciones: el Gran Centro de Diversiones de la Playa de San Lorenzo.
Encargado al arquitecto Juan Manuel del Busto, hijo de Manuel del Busto, artífice de edificios como la estación de ALSA, el proyecto, concebido durante la II República, asumía el derribo de la manzana del antiguo Hospital de Caridad (hoy Hospital de Jove), en la zona del Náutico. Sería un edificio de planta rectangular paralelo a la playa compuesto por restaurantes, cafés, hotel, sala de fiestas y un balneario, en un desarrollo vertical de planta baja piso principal y, poca broma, seis pisos superiores. También contemplaba la instalación de pistas de tenis, campos de juegos y un aparcamiento en los alrededores, con una zona de pérgolas, terrazas, juegos infantiles y tiovivos en la parte delantera, con acceso a la playa con una doble rampa de escaleras, además de un paso subterráneo desde el balneario.
El proyecto se dio a conocer en la prensa el 15 de agosto de 1935. Debido a su magnitud, no pudo ser, pero el Zaparucu no se rindió. Cinco años después, volvió a la carga con un plan algo más comedido: el Gran Hotel-Balneario y Casino del Mar. Fue su última propuesta. Ubicado entre la Escalerona y la Escalera 5, era un complejo de ocho pisos integrado por un hotel, un balneario, un restaurante, una sala de fiestas, además de un casino. El proyecto asumía el derribo del edificio conocido como martillo de Capua, una propuesta del primer Plan de Ordenación Urbana de Gijón que nunca se llevó a cabo, siendo catalogado definitivamente en 1977 tras una serie de propuestas de derribo desde los años treinta.
Las reformas urbanísticas de aquella década supusieron, entre otras cosas, la pérdida de los balnearios decimonónicos, por eso la construcción de un gran balneario para Gijón es una propuesta recurrente a lo largo del tiempo. El complejo de Talasoponiente, inaugurado en 2008 y actualmente visiblemente deteriorado en su exterior, acumulando además numerosas quejas por las deficiencias de sus instalaciones, sin que haya llegado a cumplir las expectativas con que nació, es el resultado histórico de múltiples propuestas para edificar un gran balneario de referencia en la ciudad.
El complejo turístico definitivo
Además de los planes del Zaparucu, hubo otras muchas propuestas para erigir el balneario ideal, pero entre todas ellas existe una idea precursora, una joya de la corona de los sueños húmedos urbanísticos en la modalidad de ocio y turismo: el Casino, Balneario, Hotel y Teatro del Campo Valdés.
Concebido en 1921 por el concejal Manuel González Riera, quien encargó el proyecto a los arquitectos madrileños Eduardo Gallego y Eduardo Sánchez Eznarriaga, la ubicación de este colosal complejo era la zona comprendida entre la iglesia de San Pedro y la rampa de descenso a la playa, entre la Pescadería municipal y el antiguo balneario de Las Carolinas.
A nivel de la playa, en la planta sótano, estaría el balneario. Más arriba, a la altura del Campo Valdés, la lujosa entrada al edificio, dotado de una terraza con vistas al mar de cien metros de largo por diez de ancho. Por encima, tres plantas más, dando cabida a un casino y a una sala de teatro con capacidad para mil espectadores, integrando un gran ventanal para seguir las representaciones con la playa y la zona de Somió como telón de fondo. Además, en el ala norte, un hotel con 150 habitaciones y un restaurante con aforo de trescientas personas.
Así explica el historiador Maximino Roza la justificación de un proyecto que contaba con el auspicio del ayuntamiento: «La no-realización de estas lujosas infraestructuras privaría a Gijón, aún en mayor medida que la ausencia de veraneantes cortesanos o de sangre azul, de llegar a consolidarse como una estación de veraneo prestigiosa, una vez que la justificación hidroterápica de los balnearios litorales había perdido su vigencia».
Finalmente, pese a contar con la aprobación de la opinión pública de la época, el Ministerio de Fomento no concedió los terrenos, frustrando la realización de un edificio que habría cambiado para siempre las postales de Gijón.
El parque de atracciones de Asturias
También quedó en la nada, muchos años después, en 1969, la propuesta de Luis Adaro de construir un parque temático en los terrenos del actual Parque Hermanos Castro, antigua ubicación de la Semana Negra.
Con una extensión de 70.000 metros cuadrados, el proyecto del Parque de Atracciones Cultural y Recreativo de Asturias incluía una montaña rusa, una noria gigante y un restaurante con mirador a 100 metros de altura, además de una serie de ingenios tecnológicos descritos de este modo: «bólidos de plástico que en su interior ofrecerían, por medio de pantallas de cine, las sensaciones ópticas más sorprendentes, o la sala de desgravitación, donde todo lo que entrase experimentaría un estado de ingravidez como el de los cosmonautas«.
Pero lo más interesante es que el complejo proponía convertirse, con décadas de antelación a la burbuja de los centros de interpretación regionales, en el centro neurálgico de la divulgación del patrimonio industrial del Principado, «una especie de museo industrial de Asturias donde quedarían recogidas antiguas locomotoras y vagones, máquinas de vapor, máquinas soplantes y toda clase de aparatos de antiguo uso y que hoy ya no se utilizan, pero que demostrarían cuáles fueron los elementos de los que se dispuso en los años antiguos para la industrialización de la región», relataba el informe del proyecto.
San Lorenzo, un juguete urbanístico
Como emblema de Gijón y uno de los principales epicentros de la actividad urbana, el entorno de la playa San Lorenzo ha sido, y sigue siendo, el principal objeto de deseo de las transformaciones urbanísticas.
Uno de los proyectos más polémicos, de 1987, planteaba construir un dique semisumergido en la parte oeste del arenal, desde la Escalerona a la iglesia de San Pedro, para lograr una zona seca en pleamar, con el fin de aumentar el aforo playero. La oposición de la opinión pública logró bloquear la propuesta, impulsada por el MOPU, que inicialmente contaba con un presupuesto de 600 millones de pesetas y el apoyo de PSOE, IU y CDS, solo con Alianza Popular en contra dentro del consistorio.
Veinte años antes, en marzo de 1964, la visita del ministro de Información y Turismo, Manuel Fraga, era aprovechada por las autoridades locales para presentar un delirante proyecto para el Náutico. La propuesta, obra del arquitecto municipal Enrique Álvarez Sala-Solís, no tiene desperdicio. Incluía una piscina en el centro de la parcela, que estaría rodeada de pabellones acristalados para distintos usos. Como guinda, una torre de trece pisos, que albergaría un hotel, un balneario y, en la última planta, una sala de fiestas. «Ya se ha previsto la proyección de sombras que, por lo calculado, no afectarán sensiblemente a las zonas de paseo», se escribió en la prensa local. Finalmente, la propuesta no prosperó: hoy el Náutico permanece como un espacio diáfano.
Muchos años después, en 2020, la reconversión del Muro para ampliar su uso peatonal, se ha convertido en el tema del año, y probablemente del presente mandato político, suscitando una gran controversia, especialmente por los trastornos causados en la redistribución del tráfico. Sin embargo, este proyecto parodiado como el Cascayu (rayuela, en asturianu) por el diseño de la nueva señalización en el suelo parece una broma en comparación con los planes de la Gestora Municipal de la ciudad para San Lorenzo en los primeros meses de la Guerra Civil.
Entre ellos, estaba la creación de un gran parque paralelo a la línea de playa, una actuación que hubiera cambiado para siempre la fisonomía de la bahía, empujando hacia el interior la claustrofóbica línea de edificios de doce plantas que la ciudad había de conocer en el futuro.
Según la descripción del proyecto de Argimiro Severón, médico naturista de la época, «todo el frente, desde la avenida de Rufo Rendueles hasta el Piles, empezando por la calle Ezcurdia, debería convertirse en un gran parque público dividido en tres secciones: una para parque zoológico, otra para jardín botánico y otra para parque público«.
En general, el proyecto buscaba convertir en zona verde la franja costera del ensanche de El Arenal, con la consiguiente mejora de la calidad ambiental del paseo y de la playa. Finalmente, todas las líneas de propuestas para crear un gran parque en el centro de Gijón confluyeron históricamente en el relleno de las charcas de El Piles, alejándose de manera definitiva de San Lorenzo para dar a luz, con el tiempo, al parque de Isabel la Católica.
No obstante, para Héctor Blanco, la oportunidad de crear una zona verde en el centro urbano ya se había perdido algunas décadas antes. «El plan de ensanche y reforma de Gijón de Javier Sanz, realizado a finales del siglo XIX, fue una de las grandes oportunidades perdidas del urbanismo gijonés. Hubiese permitido desarrollar un crecimiento racional y ordenado de la ciudad durante el siglo XX y habría hecho que hoy tuviésemos un gran parque central y una trama urbana similar a la del ensanche de Barcelona que hubiese repercutido muy positivamente en el hábitat urbano«, explica el historiador a miGijón.
«La avenida imposible»
En las antípodas de este proyecto, por los drásticos efectos que hubiera supuesto, se encuentra el conocido como Plan Parcial Begoña-Muelle, desarrollado entre 1969 y 1973, sin llegar a ejecutarse, aunque el ayuntamiento lo intentó con toda su voluntad. Las dificultades e incertidumbres generadas alrededor de este proyecto motivaron que fuera conocido popularmente como «la avenida imposible».
Y realmente lo era, porque el plan planteaba nada menos que derribar parte del centro histórico con el objetivo de crear una monumental avenida. En palabras del concejal Emilio Moreno Truán, se trataba de «transformar Gijón en una ciudad moderna y contar con una avenida que por su longitud y anchura le dé empaque y prestancia de gran ciudad».
Así las cosas, la nueva calle cruzaría desde el actual paseo de Begoña hasta la Plaza del Marqués, manteniendo la misma anchura en todo el trazado. Por otra parte, se construiría una avenida complementaria desde la plaza del Carmen hasta el Náutico, además de otra vía transversal desde San Lorenzo hasta la plaza del Marqués. Para hacer realidad el nuevo callejero imperial, era necesario arrasar, literalmente, con parte del centro de la ciudad.
Entre los edificios que iban a ser pasto de las ruinas, se contaban la escuela de Comercio, el antiguo Instituto Jovellanos y la iglesia del Sagrado Corazón. También la torre de los Jove-Hevia, la capilla de San Lorenzo, la Pescadería municipal, el edificio del Banco de Gijón y una parte las edificaciones de la Plaza Mayor, entre un gran número de inmuebles que «hoy en día son la parte más representativa de la ciudad de entre siglos», señala Héctor Blanco en Gijón: la ciudad que nunca existió.
Para el historiador, el Plan Parcial Begoña-Muelle sigue siendo, con diferencia, el peor de los gestados en el último siglo. «Creo el proyecto más tremebundo fue el de la «avenida imposible», un desvarío desarrollista que no resolvía ninguno de los problemas que tenía Gijón en aquel momento y que, de haberse hecho, habría convertido el actual centro de la ciudad -urbanísticamente hablando- en un pequeño Hong-Kong. Un auténtico desastre».
El descabellado plan se enterró definitivamente en el pleno del 26 de marzo de 1973 ante la imposibilidad de ejecutarlo, tras cuatro años de gastos y toda clase de dificultades financieras, legales y técnicas.
Los tres aeropuertos de Gijón
Hoy puede parecer una excentricidad, pero en los años veinte se hablaba muy en serio sobre la construcción de un aeropuerto en Gijón. El asunto estaba sobre la mesa. Además, no hubo un proyecto, sino tres, con el precedente, en 1922, de construir una base naval para hidroaviones, con tres ubicaciones posibles: la playa del Arbeyal, la ría de Aboño y la charca del Piles. El concejal Gervasio de la Riera fue el artífice de este proyecto iniciático, superado en 1927 por otro más vistoso: la construcción de un aeropuerto en El Musel.
«Si Gijón en su creciente progreso ha demostrado la intensidad del tráfico, tanto por vías férreas, como marítimas, como por las carreteras, estamos seguros que igual vida ha de tener la navegación aérea, dada la importancia mercantil e industrial de nuestra Villa«, describe un expediente del ayuntamiento.
Ante semejante demanda, la propuesta contó con la aprobación del Estado, quedando condicionada a la ampliación del puerto. Aunque El Musel llegaría a contar con una zona destinada a hidroaviones, finalmente la construcción de sendas pistas de aterrizaje en Carreño y Llanera postergó la idea del aeropuerto de Gijón, que despertaría varios años después, en 1958, con más fuerza y envergadura, ahora con una ubicación en el otro extremo de la ciudad: la construcción del nuevo aeropuerto de Asturias en el alto de La Providencia, en la parroquia de Somió.
La de Gijón era una de las tres alternativas: las otras dos eran el concejo de Pravia o la mejora de las instalaciones de Llanera. Por una cuestión financiera, se eligió la última, pero la ubicación del este de Gijón era, técnicamente, la mejor, aunque también la más cara: unos 60 millones de pesetas, sin contar la compra de los terrenos.
Con acceso a través de la actual carretera de La Providencia, el aeropuerto de Somió, que contaba con el beneplácito del ayuntamiento, se ubicaría frente a la playa de Peñarrubia, en paralelo a las de Serín y El Estaño. Tendría una pista de hormigón de 1,7 kilómetros y, sin duda, los pasajeros disfrutarían de unas fantásticas vistas de Gijón al despegar. Demasiado buenas, porque el casco urbano quedaría situado a tan solo un kilómetro del aeropuerto. La construcción de una infraestructura de esta magnitud, además de implicar un alto impacto medioambiental, hubiera cambiado el horizonte de Gijón, llenando de aviones el cielo de la bahía de San Lorenzo. Actualmente, la vertiente este del litoral gijonés es la única que no ha sido profanada de forma drástica por el desarrollo urbanístico.
El Metrotrén de Cascos
No llama la atención porque el desaguisado está enterrado en el subsuelo, pero el proyecto del Metrotrén, con origen en el año 2000, puede contarse como uno de los mayores delirios políticos de la historia reciente no solo de Gijón, sino también de Asturias. Causa personal de Francisco Álvarez-Cascos, entonces ministro de Fomento de Aznar, la idea inicial planteaba vertebrar las cercanías en el centro de Asturias, integrando las redes de FEVE y RENFE con un nuevo trazado subterráneo a través de Gijón, conectado a su vez con Oviedo y Avilés.
A diferencia de otros ejemplos glosados en este reportaje, el Metrotrén se llevó a cabo, pero el resultado es un túnel de 3,5 kilómetros (por el que no ha pasado nunca un tren) abandonado a las inundaciones y al saqueo desde 2006 a 2018, cuando se retomó el proyecto, con un trazado del que aún restan por construirse 2,7 kilómetros de vías hacia el este de Gijón, sin que exista un proyecto en la actualidad para finalizarlo, ni financiación para cumplir con la promesa de que llegue a Cabueñes en 2023, en palabras del ministro Íñigo de la Serna.
En las últimas décadas, todos los proyectos vinculados al Plan de vías de Gijón, como el Metrotrén, se han convertido en firmes candidatos a terminar en una segunda edición ampliada del libro de Héctor Blanco. Hace ya casi veinte años que se constituyó la sociedad Gijón al Norte S.A., con el objetivo principal de construir una estación intermodal en la ciudad capaz de dar relevo a la maltrecha estación de autobuses de ALSA y a la provisional estación ferroviaria de Sanz Crespo. «Ahora aún falta saber si muchas cosas pendientes de estas últimas décadas, sobre todo lo relacionado con el Plan de vías, van a realizarse o finalmente a incorporarse a esta historia del Gijón que nunca existió», apunta el historiador.
Mientras tanto, el sueño de la razón sigue trabajando en silencio, ideando nuevos monstruos, nuevas infraestructuras, nuevas calles, esperando que alguna idea pueda llegar a ser una de esas zaparucaes que, de vez en cuando, para sorpresa de los seres humanos, confirma la regla, abriendo a los concejales las puertas de la soleada posteridad municipal.
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