«Unamuno celebró la llegada de la República. Lo que no se le pudo decir a Unamuno cuando comienzan a gobernar los suyos fue que se callase. Siempre dijo lo que pensaba en cada momento. Fue muy duro con la República porque precisamente era republicano«
Quizás, el mayor problema de Unamuno fue que creyó ser la República, del mismo modo que también creyó ser Dios, cuando en Europa los totalitarismos habían matado a todos los dioses. También creyó ser un Quijote rodeado de sanchos, y así vamos teniendo un perfil difícil, austero, moderno, contradictorio y clásico de Míguel de Unamuno. Citamos a Antonio Machado para hacernos una idea de un carácter: «jinete de quimérica montura,/metiendo espuela de oro a su locura/ sin miedo de la lengua que malsina».
Luis García Jambrina presentó ayer en el marco de la Semana Negra La doble muerte de Unamuno, un nuevo trabajo escrito con el cineasta y documentalista Manuel Menchón. Mezcla de géneros, Jambrina defendió que el libro «no es una novela ni un ensayo histórico. Está la mezcla con el ensayo divulgativo y la narrativa. Hay momentos y aspectos de este asunto donde no se puede llegar con un método científico. Hay lagunas a las que solo podemos llegar por medio de la literatura».
La muerte de Miguel de Unamuno es uno de los grandes misterios de la historia reciente y de la historia de la literatura española. El origen del ensayo se sitúa en la investigación que hace Manuel Menchón. Menchón ya había rodado en 2016 una ficción anteriormente sobre el destierro de Unamuno en Fuerteventura durante la dictadura de Primo de Rivera. «Menchón había leído el relato oficial de la muerte de Unamuno y había percibido que estaba plagado de contradicciones, inconsistencias e incoherencias», afirmó Jambrina. Lo paradójico de todo esto es que ningún especialista, ningún historiador, ni siquiera del periodo salmantino de Unamuno, había investigado a fondo la muerte de Unamuno, hasta entonces rector de la Universidad de Salamanca. «Se había dado por buena la versión oficial construida en el contexto de los primeros meses de la guerra civil por parte de la oficina de prensa y propaganda de los sublevados, que en ese momento estaba dirigida por Millán Astray, fundador de la Legión»
La doble muerte de Unamuno se ocupa de la muerte física pero también de la muerte simbólica de Unamuno que en su caso es mas grave porque ya era una persona de 72 años que había perdido el interés por seguir existiendo. Jambrina y Menchón proponen en el ensayo que «Astray y la Falange no se conformaron con neutralizarlo, sino que trataron de destruir la memoria de Unamuno, el legado de Unamuno. Destruirlo y convertirlo en una especie de traidor a la República y a los sublevados. Muere como un Judas».
Mucho antes de su muerte, Miguel de Unamuno es un eterno candidato al Nobel y su figura es la de un gran intelectual reconococido en toda Europa y América. Era muy importante en el contexto de la guerra civil, que no acabara como Federico García Lorca, cuyo fusilamiento por parte de las fuerzas sublevadas había decantado una gran parte del apoyo intelectual internacional a los leales a la Republica.
Jambrina recordó que ya había trabajado en esta muerte, «en un cuento sobre la muerte de Unamuno incluido en una colección titulada Muertos S.A. Ese cuento había tenido cierta repercusión porque planteaba la posibilidad de que Unamuno hubiera muerto asesinado por envenenamiento, un rumor que circulaba por Salamanca en aquella época y se dice que también por algunas emisoras republicanas que semanas después la prensa de la Republica se hizo eco».
Al servicio de la construcción de un nuevo estado fascista, Franco puso a funcionar la Universidad de Salamanca. «La desmochó primero. Quitó a parte del profesorado que no fue leal a la causa y después eligió a aquellos juristas e intelectuales que legitimarían la guerra y destrozarían la causa republicana. En ese contexto hay que entender la muerte de Unamuno».
La muerte simbólica de Unamuno no termina con su entierro, le rinden honores de falangista. Esa utilización de la memoria se mantendrá durante buena parte de la posguerra hasta los años 60. De hecho, en el año 40, uno de los campos de concentración de Franco en Madrid, en el distrito de Arganzuela, recibe el nombre de Unamuno.
Incluso desde el comienzo de la democracia hasta hoy, se ha criticado que Unamuno ideológicoamente. «Nunca supo donde estaba», y se le ha reprochado sus innumerables contradicciones políticas, distanciándose de la República, obviando el alzamiento, en definitiva, realzando una postura ambigua. Jambrina, rotundo, desmentía ayer esta representación: «Es falso. Unamuno no era contradictorio. Yo no me he movido de mis posiciones, decía. Y celebró la llegada de la República. Lo que no se le pudo decir a Unamuno cuando comienzan a gobernar los suyos fue que se callase. Siempre dijo lo que pensaba en cada momento. Y fue muy duro con la República porque precisamente era republicano. Cuando surge el alzamiento lo que ignoran esas personas es que apoya a Franco, engañado por él, porque pensaba que el alzamiento vendría a enderezar el timón».
Sea como fuere, volvemos a Machado, a sus palabras tras conocer la muerte de su amigo: «Señalemos hoy que Unamuno ha muerto repentinamente, como el que muere en la guerra. ¿Contra quién? Quizá contra sí mismo; acaso también, aunque muchos no lo crean, contra los hombres que han vendido a España y traicionado a su pueblo. ¿Contra el pueblo mismo? No lo he creído nunca y no lo creeré jamás».