Junto con el deje de rebeldía y el espíritu de libertad, la pasión que el Asturias Chapter y el HDC profesan por estas motocicletas contribuye a diluir una mala imagen del mundo biker ampliamente injustificada, y cada vez más desterrada
Llegados a la segunda y última entrega de esta serie de reportajes sobre el fenómeno biker y el influjo de las motocicletas Harley-Davidson en Asturias, parece haber quedado meridianamente claro un aspecto: todo cuanto rodea a esa subcultura atrae. En mayor o menor medida, pero lo hace. Ya tenga por protagonistas a los miembros del Asturias Chapter, la representación asturiana oficial del Harley Owners Group (HOG), o a los socios del Harley-Davidson Club (HDC), los dos principales clubes en la región, la llegada de cualquiera de sus escuadrones de moteros a una población atrae miradas, fomenta anécdotas y motiva fotos y selfies. Y es ahí donde entra en juego otra de las piezas, y para nada poco importante, de cuantas construyen el puzle de la leyenda de las Harley: la customización, la voluntad de modificar el vehículo original y aportarle el toque personal de su propietario. Los resultados difícilmente pasan desapercibidos… Ya se opte por alteraciones más discretas, ya se tienda a convertir la moto propia en un deliberado foco de interés, el hecho de que sea casi imposible encontrar dos iguales es otro de los catalizadores de ese poder de atracción.
«Aquí cada cual tiene su avería: hay quien pone calaveras, hay quien cuelga dados, los hay que pintan la baraja francesa en el carenado, están los que suben los manillares para darles un aire chopper… Pero lo que más se trabaja son los escapes«, detalla Domi García, presidente del HDC. Puede parecer una frivolidad, pero operar en esa parte concreta del sistema de motorización de una Harley es clave para darle ese característico sonido capaz de desatar pasiones, incluso, entre quienes jamás han montado en moto. Porque, y he aquí un detalle esencial, no todas las Harley-Davidson son, ni suenan, igual. En el caso concreto del club que lidera García, el modelo más usual es el Sportster, de líneas y prestaciones que encajan con lo que el ciudadano corriente asocia a una Harley, pero también «hay Softail, Electra… Yo tengo la Trail Pan America, por ejemplo; la gracia en todas ellas está en personalizarlas y, aunque solemos acudir a talleres, también tenemos a algunos manitas». Por descontado, también en el Chapter se da valor a la customización, aunque no es algo tan capital. Y eso que entre sus ‘jinetes’ abundan modelos menos tradicionales, más pensados para recorrer grandes distancias, como las Road Glide o las Ultra Limited. «Ahora están ganado peso las Pan America, diseñadas para combinar autopista con montaña, y mucha gente opta por hacerles cambios, para que sean más personales», explica Acisclo Álvarez-Sala, director del Chapter. Con todo, en su organización abrazar el sector custom, o no, es secundario. «La cuestión es montar en Harley, compartir su espíritu; el resto son detalles».
La cara oscura del fenómeno biker: Ángeles del Infierno, Bandidos y otros motor clubs
Por supuesto, todo prisma tiene más de una cara… Y no todas son agradables. La pasión motera también, aunque ninguna deriva hacia las sombras, justificada o no, ocurre sin causa. Así, el movimiento biker tal como es habitualmente identificado surgió en Estados Unidos a finales de la década de 1920, con la constitución de las primeras agrupaciones de moteros, y la fundación en 1929 de la American Motorcyclist Association (AMA), primera de las muchas federaciones de aficionados del mundo, aún vigente. Ya entonces empezaron a arraigar algunas de las señas de identidad de esta subcultura, como las botas con hebillas, la ropa de cuero, el uso de ‘colores’ identificadores de cada banda en los chalecos y chaquetas, o la preferencia por determinados tipos de motos (Harley-Davidson arrancó en Milwaukee, capital de Wisconsin, en 1903; poco más hay que añadir para justificar lo oportuno de su poder de seducción, que ha llevado al gran público a olvidar el que, en la película ‘Salvaje’, Marlon Brando no montase una de ellas, sino una Triumph ‘Thunderbird’ de origen británico…). Detalles todos que contribuyeron a dar su icónica estética a lo que, en el fondo, era una forma de rechazar los encorsetados estándares sociales del periodo de entreguerras, de rebelarse contra la autoridad en el sentido más primigenio de la expresión, y de tratar de retener una suerte de libertad que el imparable desarrollo de la civilización capitalista parecía haber condenado a la extinción.
Sin embargo, en la evolución de esa filosofía hubo dos claros puntos de inflexión, ambos ligados a otros tantos conflictos bélicos. El primero fue la Segunda Guerra Mundial (1939-1945); a su término, muchos veteranos, especialmente aviadores, se integraron en el movimiento, otorgándole el grueso de su iconografía actual. El ejemplo más paradigmático es el de los Ángeles del Infierno (Hells Angels), el motor club por antonomasia, nacido en 1948 y cuyo nombre y colours se inspiraron en los de algunos de los escuadrones estadounidenses que combatieron contra los japoneses en los cielos del Pacífico. Mucho más tenebroso fue el segundo hito en la historia biker: la Guerra de Vietnam (1965-1975), que llevó a una amplia tropa de excombatientes traumatizados e inadaptados, a menudo atrapados en el mundo de las drogas, a buscar en los motor clubs ese lugar que la sociedad del momento parecía negarles. Desde aquel instante, lo que hasta entonces había sido mera rebeldía y afán de libertad quedó cubierto por una pátina sombría, si bien no siempre justificada, sí vinculada en el imaginario popular a prácticas como el narcotráfico, la explotación sexual, el tráfico de armas o la violencia gratuita. No fueron todos los aficionados a las Harley, desde luego; ni tan siquiera una mayoría, pero sí los suficientes como para condicionar la percepción colectiva que se tenía de ellos. Y, a pesar de sus esfuerzos por tratar de erradicar esa fama, y dejar constancia que no se trata de algo generalizado, bandas históricas como los ya citados Ángeles del Infierno, los Mongols, los Bandidos o los Outlaws son aún hoy consideradas organizaciones criminales en un buen puñado de países. También en España.
Especialmente activas en el Levante patrio, tales formaciones han tenido presencia en Asturias, si bien mucho menor. En 2016, en el marco de la llamada ‘operación Triciclo’, la Guardia Civil desarticuló el ‘Northside‘, el capítulo cantábrico de los Ángeles del Infierno que operaba, y diecisiete de sus miembros se sentaron en el banquillo de la Audiencia Nacional el pasado octubre, acusados de tenencia de armas y drogas. La causa sigue abierta, si bien marcada por cierto sabor agridulce: ocho de ellos fueron absueltos este abril por un error judicial, tras saberse que en 2018 el Juzgado de Siero había dejado caducar el periodo de instrucción del operativo realizado dos años antes. Pese a ello, el golpe policial fue severo, aunque no definitivo. Hoy los Ángeles del Infierno siguen existiendo en el Principado, y personas próximas al mundo biker que prefieren permanecer en el anonimato han reseñado el avistamiento de ‘colores’ de otras bandas de moteros consideradas ‘fuera de la ley’, como la también estadounidense Bandidos, o la alemana Gremium, si bien sin confirmación oficial por parte de las autoridades. Aun así, en todos los casos se trataría de grupúsculos menores, reducidos a una presencia meramente testimonial… Y con más de apariencia y reputación pasadas, que de verdadera permanencia en el mundo criminal.
La gran familia motera
¿Qué conexión tienen el Chapter y el HDC con cualquiera de ellas? La respuesta, en ambos casos, es tajante, y llega rápido: ninguna. Cero. Y eso que las convivencias con las anteriores no han escaseado al acudir a concentraciones en otros puntos de la geografía internacional; sobre todo, cómo no, en Estados Unidos, feudo por antonomasia de los outlaw motor clubs, o agrupaciones de moteros que predican estar al margen de las leyes (un anglicismo, motor club, aún hoy cargado de connotaciones peyorativas, y que los grupos de aficionados ‘legales’ evitan usar a toda costa). Cuando eso sucede, «nos saludamos, pero evitamos el contacto, y ellos también; hay una separación«, declara Domi García. Es la misma filosofía que aplica el Chapter. «Nos basamos en el respeto a todo el mundo; es algo que llevamos a gala», indica Acisclo Álvarez-Sala. De ahí que, en cualquiera de sus viajes al extranjero, al acceder a la sede de alguna otra banda «nos quitemos los chalecos con los ‘colores’, y los llevemos en la mano, a modo de respeto. Dicho esto, lo que cada cual haga en su club pertenece a su ámbito social, no al nuestro«.
Y lo que tanto el Chapter como el HDC optan por hacer es, simplemente, gozar de la libertad, de la afición y de la vida en común que una Harley les proporciona. Sin dobleces, ni mayores pretensiones. «La Harley la compras con el corazón, no con la cabeza; y, por tópico que suene, y por mucho que se repita, es una forma de vida«, sentencia García. La máxima expresión de esa afirmación la experimentó en el transcurso de su reciente viaje por los Alpes, una experiencia «preciosa, pero dura, de muchas horas en la moto, mucho calor, mucho tráfico…», pero en la que «nunca faltó una palabra de ánimo, un compañero que te ayudase a seguir, un apoyo en caso de accidente…«. Y ni siquiera es preciso irse a las cordilleras del norte de Italia para constatarlo. La misma Asturias demuestra la validez de esa filosofía de comunidad, casi de familia. Como concluye Álvarez-Sala, «es parte de ese paisanaje nuestro, tan especial, que hace que los de fuera nos vean como bonachones. Por eso los moteros de otros capítulos y grupos, cuando vienen a Asturias, marchan encantados. Tenemos la suerte de vivir en una tierra espectacular, y lo dice una persona con muchos kilómetros y países encima. No hay nada comparable«.