«No sabemos si el Arzobispo de Oviedo y el Presidente del Principado mantienen una relación espiritual que trasciende el secreto de confesión»
De niño, uno creía en Dios como creía en los Reyes Magos. Aquella creencia no era muy distinta a cuando uno creía en Superman, pero a diferencia del último hijo de Krypton, éste no era un dios redentor, sino judío. De su mano estaba que a uno le fuera bien en la vida. Esa ayudita final que otorgaba el éxito o inclinaba la suerte hacia el fracaso, te invitaba a creer. Efectivamente, creer en Dios sumaba puntos en la nota final de nuestra conciencia. Yo le decía a Dios que estuviera ahí, jugando a mi favor. Por eso siempre fui un mal creyente o, en el mejor de los casos, un creyente mezquino, absolutamente interesado; un mal católico que, sin embargo, vivía fascinado por su liturgia. Cada domingo, ir a misa me parecía a mí que era como ir al teatro, un auto sacramental, un relato evangélico, un rito, una escena en la que Dios obraba la conversión del pan y del vino en el cuerpo y la sangre de Cristo. Qué flipe. Yo, querido y desocupado lector, fui creyente por estética. Después descubrimos que Dios estaba en las partículas elementales y en el Big Bang y en los agujeros negros. Y después, con Marx y Gustavo Bueno decidimos que Dios fuera una cultura, una hegemonía y una droga, o sea, que Dios era un poder y nada más.
Entre Sanz Montes y Adrián Barbón hay una amistad cultivada. No sabemos si el Arzobispo de Oviedo y el Presidente del Principado mantienen una relación espiritual que trasciende el secreto de confesión. El poder político y el poder religioso siempre han mantenido un secreto de confesión que el laicismo, históricamente, ha ido decapando hasta hoy. Pero en Asturias, esta relación amical se respeta, incluso se sublima cada día de celebración de Nuestra Señora de Covadonga, cada día de Asturias, cuando el clérigo ocupa la portada de los periódicos y el Presidente se retira a un lado como un siervo de Dios, entregándose a la fe y la propaganda.
No sabemos qué opina Adrián Barbón de la consulta digital que Ana González, la Regidora, está organizando. Sí sabemos qué piensa Sanz Montes, quien lo atribuye todo a una guerra cultural e identitaria. «Si, la religiosidad atea tambien tiene sus cultos, ritos y morales. Que me quieran imponer una religión laica, en un estado aconfesional, me parece un abuso», ha dicho en una buena entrevista de El Comercio, donde Sanz Montes hace trampas intelectuales, como buen clérigo, para equiparar la ausencia de religión con una religión invasora.
La ira de Sanz Montes se ha despertado cuando ha advertido a Ana González que se atenga a las consecuencias si continúa con el referéndum. Ha sonado la advertencia a guerra de religiones, a última cruzada. Se han despertado los caballeros de la Orden del Temple, porque si los ateos tienen identidad, los católicos gijoneses también. A Sanz Montes se le dibuja la silueta de un guardaespaldas cuando habla de Dios. Hay aquí dos fuerzas, dos soberbias, confrontadas, dispuestas al combate. Se trata de un pulso que pone a Adrián Barbón en un severo compromiso político y religioso. ¿De lado de quién está? ¿De los que quieren consultar la religiosidad de la ciudad o de los que quieren creer? Yo me siento liberado de este dilema. Sólo creo en Elvis.