El escritor Rafael Fernández Ruiz redacta e ilustra, en formato cuento, la primera biografía no autorizada del personaje que inspiró a Ramón Muriedas para esculpir su obra ‘La madre del emigrante’, instalada en el Rinconín
Dicen que no hay dolor tan lacerante como aquel que afecta al alma humana… Ni pesar tan insondable como el de una madre que pierde a un hijo. Cualquier persona con un mínimo de sensibilidad que pasee por Somió y se detenga durante unos minutos ante la escultura ‘La madre del emigrante’, la ya emblemática ‘Lloca’ que se yergue en el Rinconín, encontrará en su figura consumida, en su expresión desgarrada y en su mirada perdida hacia el turbulento Cantábrico, una representación muy precisa de ello. Pero… ¿Y si tras ese rostro crispado y arrasado, marcado para siempre por la partida a tierras lejanas de sus imaginados vástagos, hubiese algo más? Esa es la pregunta que ha hecho bullir la imaginación del escritor Rafael Fernández Ruiz (Gran Canaria, 1974) hasta rozar la obsesión, y que ha eclosionado en el cuento ‘La leyenda de la Lloca’, redactado e ilustrado por el propio autor, y que es, como él mismo afirma, «la primera biografía no autorizada» del personaje al que el escultor Ramón Muriedas Mazorra dio forma a finales de los 60.
La vida de este creador isleño, de madre canaria y padre de Muros de Nalón, ha sido casi tan agitada como las que se les puede imaginar a los hijos de la ‘Lloca’. Aunque nativo del archipiélago, su pasión por el arte y su afán por encontrar su propio camino pronto le llevaron a la carretera. Valencia, Tarragona, Italia, una primera recala en Asturias entre 2011 y 2018… En fin, un largo periplo durante el que cultivó su faceta literaria; inicialmente en el terreno de la novela adulta, aunque también con incursiones en el de la infantil. Prueba de ello es ‘Yoyito el espantapájaros y la gallinika de los huevos de oro’, de 2017, su ópera prima para niños, firmada como ‘Mamá y Rafa’ en homenaje a su difunta madre, «que también quiso ser escritora», y que dedicó a Tito y Ana, dos aldeanos del Valle de Paredes. «Me enamoré de Asturias cuando estuve en su granja», recuerda Fernández. «Fue cuando decidí que era el sitio en el que quería vivir».
Sin embargo, como ocurrió a tantas otras personas, el estallido de la pandemia trastocó por completo su realidad. «De repente, mis libros dejaron de venderse», confiesa. Algo que, unido al hartazgo que la oscuridad de la novela adulta le llegó a producir, coincidente en el tiempo con un periodo «casi de depresión por haber dejado de escribir», le llevó a hacer borrón y cuenta nueva, a buscar trabajo como copywriter y a centrar sus esfuerzos literarios en textos infantiles. Y un día, de vuelta por casualidad en Asturias, y caminando por Gijón, sus pasos le llevaron hasta el Rinconín… Y a la ‘Lloca’. «No fue un caso de síndrome de Stendhal, pero casi; me emocioné más con ella que con el ‘David’ de Miguel Ángel», afirma. A aquella primera visita siguieron otras, y la constatación de que «había un montón de gente igual que yo, que iba, que le besaba la mano a la estatua, la abrazaba y se iba». No obstante, en la ciudad se encontró con «muchas personas que no sabían nada de ella, y otras que la temían. Me daba pena que se le tuviese miedo… Y pensé en lo bonito que sería hacer una biografía amable de la ‘Lloca'».
Tras un primer acercamiento a esa intención, en forma de vídeo publicado en Instagram, Fernández comenzó a escribir y a dibujar en abril, y tras varios meses dedicado en cuerpo y alma a ello, hasta el punto de que «les dije a mis amigos que se olvidasen de mí en verano», el 1 de diciembre la primera tirada de quinientos ejemplares llegó a su domicilio de La Arena. «El libro es un canto de amor total a Asturias, perfecto para los niños, pero también es para adultos», detalla su creador. El relato sigue los pasos de una ‘Lloca’ enfrentada a una suerte de duende de la sidra, villano principal de un relato por el que circulan algunos de los elementos más icónicos de la cultura y del folklore asturianos, desde xanas y cuélebres hasta campesinos y mineros… Sin olvidar los mil y un detalles mágicos o ficticios que trufan la acción, como «la maldad del marqués de Teverga, de la que nacen los duendes», la presencia de hórreos voladores, o el mismísimo mirador de la Providencia convertido en una nave espacial.
Por el momento, la acogida del público está siendo favorable, si bien es cierto que más fuera que dentro de Asturias. «Me están llegando pedidos de Suiza, de Luxemburgo, de Madrid… Pero no de aquí. Eso me da un poco de pena», se lamenta Fernández. Y eso que, tras esa capa superficial de fantasía y aventuras, el el libro flota un ensalzamiento de la figura de la ‘Lloca’, y de tantas madres que vieron partir a sus hijos hacia tierras lejanas en busca de un porvenir imposible en España. Como el autor del cuento ha comprobado, «todo aquel que echa de menos a su madre o a su abuela encuentra consuelo allí». Además, su posible historia ofrece un final abierto. ¿Regresarían sus hijos con ella? Fernández lo tiene claro. «Cada uno imaginará lo que prefiera al ver la escultura, pero pienso que la mayoría tenemos ganas de ver a la ‘Lloca’ feliz, así que… Sí. Me quedo conque se reencontraron».