El cierre de Arcelor sería una catástrofe no solo para los empleados directos, sino también para la amplia red de empresas auxiliares que dependen de esta actividad
El día de mañana, cuando economías como China, India o Estados Unidos sean absolutamente hegemónicas (si no lo son ya), Europa procederá orgullosa a enseñarles su medalla de campeones en emisiones cero. Eso sí, a costa de desmontar la economía de algunas regiones que, como Asturias, quedarán relegadas para siempre en materia industrial.
Bruselas impone sus reglas verdes y lo está haciendo sin ningún tipo de cortapisas. En Asturias vamos a notarlo muy pronto: Arcelor ya ha enseñado sus cartas al suspender la creación de una planta de reducción del mineral de hierro en Gijón. El Gobierno de Pedro Sánchez quieren convertir a Arcelor en un ejemplo nacional y europeo de gran industria alimentada con hidrógeno verde, pero la producción de hidrógeno verde es costosa y logísticamente compleja. Y encima, el acero que llega a Europa desde otros países extracomunitarios lo hace a precio de derribo. Sumen: costes disparados e imposiciones frente a países que no ponen reparos y ofrecen un mejor balance de resultados. Es cuestión de tiempo que los propietarios indios pongan pies en polvorosa y se lleven el principal motor de empleo industrial en Asturias.
El cierre de Arcelor sería una catástrofe no solo para los empleados directos, sino también para la amplia red de empresas auxiliares que dependen de esta actividad. El impacto en la economía asturiana sería devastador, ampliando el éxodo de jóvenes en busca de empleo y dejando aún más tocado a un territorio que lucha por reinventarse en un contexto de adversidad económica.
La transición ecológica, impuesta más que impulsada desde Bruselas, promete ser la tormenta perfecta para sectores clave como la siderurgia y la agricultura, pilares esenciales de la economía asturiana. No es cuestión de abandonarse a las emisiones desenfrenadas, algo por lo que parecen haber apostado China e India en su carrera por hacerse los amos del futuro. Pero tampoco de quedarse atrás. España emite aproximadamente un 0,6% del dióxido de carbono que recibe la atmósfera del planeta anualmente. Asturias aporta un 7% a esa cantidad. Aún así, los deberes verdes que le pone Bruselas son una amenaza clara al futuro sustento de la región.
No es sólo Arcelor, también es la agricultura y la ganadería quienes ya sufren, y van a sufrir más, las duras condiciones que les impone Bruselas. Miles de familias asturianas dependen del campo y cada vez lo tienen más crudo. Este año, los productores de fabes han visto cómo las restricciones en el uso de ciertos productos para combatir plagas han resultado en una cosecha marcada por la aparición de una preocupante «mancha negra». No tiene efectos sobre el sabor o la calidad de la faba, ni por supuestos sobre la salud, pero es suficiente como para que los mercados la rechacen. Buena parte de la cosecha se ha ido al traste.
Asturias no puede ser el laboratorio de experimentos ecológicos imposibles. Ni fabes nos van a quedar en esta Asturias, patria querida, nuestra.
No puede haber riqueza ni trabajo ni vida en un planeta muerto. Son esas ideas productivistas como las que Vd. exhibe las que nos han conducido a esta situación: se llama esquilmar y se llama codicia. Que pena!