El recorrido guiado ‘Gijón Industrial’, uno de los varios que propone Visita Gijón para este verano, permite aproximarse al influjo que sobre la ciudad han tenido y, en ocasiones, aún tienen corporaciones como Naval Gijón o ArcelorMittal
No se puede conocer, comprender ni interpretar la historia de Gijón, al igual que la de la misma Asturias, sin prestar atención a su poder industrial. Ya sea en el sector de las conserveras, en el de la extracción minera, en el de la construcción de navíos o en el de la siderurgia, la presencia en la ciudad de un tupido tejido fabril ha sido una constante desde aquellos tiempos, ahora remotos, en que los primeros pobladores del lugar se percataron de todo el potencial que la riqueza en recursos, las fáciles comunicaciones terrestres y las proximidad al mar del territorio podían proporcionar. Una evolución aún en curso, marcada por etapas de grandeza y por periodos de crisis, y en la que el servicio municipal Visita Gijón ha encontrado el contenido perfecto para conformar uno de sus itinerarios guiados de este verano: ‘Gijón Industrial‘, un descenso a la influencia que ese músculo de la industria ha dejado en la urbe, y que cada miércoles y domingo, hasta el 4 de septiembre, permitirá a los curiosos acercarse a ese poder no siempre evidente, pero sí imborrable.
Con un itinerario concentrado en una hora y media, el recorrido comienza en la plaza del Marqués, en pleno corazón del Gijón romano, para descubrir los vestigios más antiguos de esa actividad fabril: la industria de salazones, sumamente activa entre los siglo III y IV, en la época conocida como el Bajo Imperio. Un tiempo de decadencia para la civilización romana, pero rica en dicho sector productivo, y cuyo influjo queda complementado en la visita con la entrada a la exposición ‘Orto y Ocaso’ en el Palacio de Revillagigedo, centrada en la historia del vidrio y la loza en la ciudad entre los siglos XVIII y XX. Se configuran así dos radiografías a otras tantas actividades que, aunque hoy poco recordadas por el foráneo, llegaron a dar trabajo a miles de gijoneses.
Continuando con la marcha, la siguiente parada se da en los Jardines de la Reina. Allí, el visitante toma contacto con el que es, por antonomasia, el emblema industrial de Gijón: el puerto del Musel. El relato aborda el por qué de su construcción, fruto del impulso industrializador que el país vivió en el siglo XIX, sin olvidar a aquellos personajes que lo hicieron posible, de ubn modo u otro. A partir de ese punto, la playa de Poniente ofrece una nueva lección; esta vez, sobre el asentamiento de empresas madereras, que, junto con las fundiciones de hierro, nutrieron de materia prima al que es todavía hoy el segundo puntal fabril del municipio: sus astilleros. Nombres como Naval Gijón, Armón o Constructora desfilan ante el curioso, aderezados con menciones a la Central Térmica de Aboño y a la acería de ArcelorMittal, visibles en el horizonte.
La línea de meta de este recorrido se cruza, como no podía ser de otro modo, en el Museo del Ferrocarril. Situado en la antigua Estación del Norte, su nutrida colección de locomotoras, vagones, herramientas y objetos ferroviarios, la más importante de España por reconocimiento internacional, da forma tangible al papel que en ese desarrollo industrial jugaron los transportes. Ya fuese para mover manufacturas o materias primas hacia y desde Gijón, para alimentar las empresas o para desplazar mano de obra, la llegada de los railes a la región cambió por completo el panorama fabril de la misma, y dibujó los trazos definitivos a una obra que, todavía en la actualidad, siglos después de sus conatos iniciales, sigue siendo fundamental para la prosperidad de Gijón.
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