El 27 de noviembre de 2014 José Ignacio Bilbao Aizpurúa acababa con la vida de sus hijas de nueve y siete años, antes de arrojarse al vacío desde el viaducto de la Concha de Artedo; un crimen que dejó a la localidad herida para siempre
Los calendarios pueden resultar tan amables como crueles. Casi tanto como lo son los propios seres humanos. Un almanaque recuerda lo bueno, alegre, ilusionante y esperanzador que se ha experimentado en pasado, pero también aquellos sucesos oscuros, tristes, trágicos o abiertamente demoledores. Hoy, 27 de noviembre, San Juan de la Arena ha amanecido sumida en una de esas últimas efemérides. Una, de hecho, que esta bucólica población, auténtico corazón del concejo de Soto del Barco, es improbable que llegue a olvidar. Porque este miércoles se cumple una década desde que, en la tarde de ese mismo día del año 2014, José Ignacio Bilbao Aizpurúa acabase a golpes con la vida de sus hijas Amets, de nueve años, y Sara, de siete, para, poco después, arrojarse al vacío desde el cercano viaducto de la Concha de Artedo. Un suceso de una crueldad imposible de describir, inusual en tierras asturianas, y que abrió en la localidad, como en el conjunto del municipio y del área del Bajo Nalón, una herida aún no cerrada por completo. Tanto es así que esta tarde, a las 16.30 horas, se oficiará un homenaje junto a la iglesia de San Pedro, en la capital municipal.
A quienes fueron testigos de aquellas horas dramáticas todavía hoy les es difícil pasear frente al edificio El Carrizal, el portal número 56 de la avenida de los Quebrantos, o llevar a sus hijos a jugar al cercano parque infantil de La Arena, sin que les recorra un escalofrío. Fue en dicho bloque en el que Bilbao, vizcaíno de nacimiento, recientemente separado de su mujer y que contaba 55 años, mató a golpes a Sara, que ese mismo día cumplía siete años, utilizando como arma una barra de hierro previamente envuelta en papel de regalo. Acto seguido dirigió su atención a Amets, que corrió la misma suerte que su hermana. Ningún vecino del inmueble declaró haber detectado nada sospechoso, pese al grado de ensañamiento que el infanticida demostró. De hecho, las alarmas no saltaron hasta que, alrededor de las cinco de esa tarde, el cadáver de Bilbao fue hallado en el mencionado viaducto, clausurado al tráfico desde 2009 y al que se precipitó desde el puente de la autovía; su coche, un Citroën Xantia, descansaba, abandonado, a un kilómetro de allí.
Fue un crimen premeditado, planificado, ejecutado para causar el mayor daño posible a su ex pareja, Bárbara García. Y, por doloroso que sea reconocerlo, ese objetivo se cumplió. con creces, además. Tanto, que el municipio en bloque, como toda Asturias, quedaron en estado de shock. «Lo primero que sentimos fue incredulidad; no nos parecía real«, recuerda Jaime Menéndez Corrales, entonces alcalde de Soto del Barco. La casualidad quiso que aquel día «tuviésemos comisiones en el Ayuntamiento; cuando salimos, empezaron a llegar las noticias, y nos quedamos de piedra. El concejo se sumió en la oscuridad, y la gente se preguntaba cómo había sucedido algo así…». Y eso que, a aquellas alturas, Soto del Barco, aun siendo un lugar tranquilo, no era totalmente ajeno a actos violentos. En febrero de 2004, también en San Juan de la Arena, dos hermanos octogenarios, hombre y mujer, habían sido asesinados por un adolescente de diecisiete años que accedió a su domicilio para perpetrar un robo. El que la víctima masculina fuese muerta a hachazos, y la femenina, a cuchilladas y martillazos, añadió un plus de truculencia al caso, pero ni siquiera tales detalles prepararon a los lugareños para lo que estaba por venir.
«Fue el suceso más tremendo de mis 32 años como alcalde, y me marcó profundamente; mira que ya ha habido ejemplos, como el de José Bretón, pero nunca acabas de entender que un padre pueda hacer eso», reflexiona Menéndez. Por descontado, los instantes inmediatamente posteriores al conocimiento de lo ocurrido fueron de parálisis, pero en seguida toda la maquinaria administrativa y vecinal del municipio se puso en marcha para arropar a Bárbara y a la familia de las pequeñas. El Consistorio decretó tres días de luto oficial, y los habitantes del lugar se volcaron con aquella madre que, aún hoy y a pesar de todo, continúa residiendo en La Arena. Humilde y prudente, el veterano regidor afirma que tanto él como sus representados «hicimos lo que pudimos, dentro de lo poco que nos era posible frente a algo tan surrealista. Todos los años ha habido algún acto, un pequeño homenaje…«. De hecho en 2016, por estas mismas fechas, se inauguró junto a la iglesia de San Pedro un pequeño monolito con una placa grabada, en recuerdo tanto de Amets y Sara, como de todos los niños víctimas de la violencia. El mismo ante el cual el pasado noviembre el alcalde José Manuel Lozano, que reemplazó ese julio al difunto Jaime Francisco Pérez Lorente, sucesor de Menéndez tras los comicios de mayo de 2023, presidió una ceremonia integrada en el proyecto educativo ‘El latido de las mariposas’, fundado por Itziar Prats e Isabel Gallardo para alzar la voz contra cualquier forma de agresión.
Si se regresa al presente, y exceptuando jornadas como la de hoy, el drama que sacudió el lugar hace una década no acapara conversaciones, ni alimenta teorías y rumores, ni prende la mecha de la ira colectiva. Porque La Arena, Soto del Barco, la comarca y la región en pleno, como los cercanos a las dos pequeñas, pasaron página… O, como mínimo, lo intentaron. «Es la realidad de la vida; el día a día te abruma con nuevos acontecimientos, y eso te ayuda a seguir adelante, a no quedarte atrapado en aquella tarde«, apunta Menéndez. Y, sin embargo, el espantoso crimen sigue ahí, como si aquella sombra mencionada por el ex regidor no acabase de disiparse por completo. Los vecinos son reacios a hablar de lo ocurrido, y la respuesta que más a menudo dan quienes son preguntados es «Sólo queremos olvidar«, en sus mil y una posibles variantes. Por lo que a él respecta, Menéndez ni olvida, ni desea hacerlo. «Siempre tendré grabada la imagen de ese padre paseando con las niñas, llevándolas a jugar a los columpios que hay junto al Ayuntamiento… No creo que ese recuerdo se me vaya jamás», murmura. Una confesión a la que, contra todo pronóstico, imprime un matiz de esperanza. A fin de cuentas, «es importante no olvidarlas. Personalmente, me creo eso que dicen de que la gente sólo muere del todo cuando dejamos de recordarla. Así que, de algún modo, mientras tengamos un instante para ellas, aunque sea cada 27 de noviembre, esas personitas seguirán estando ahí«.