Se dice que hasta finales del siglo XIX ninguna huelga tenía éxito sin la presencia de las cigarreras. No es de extrañar, ya que llegaron a ser 23.000 en toda España. También se cuenta que no había mayor ejemplo de sororidad y lucha conjunta que el que estas mujeres profanaban. Nunca se dejaba ninguna compañera atrás, costara lo que costara. En enero de 1903 las cigarreras de Gijón paralizaron durante nueve días la fábrica de tabacos tras reducirles el sueldo. Eran mano de obra barata, y querían que lo fueran aún más. Ellas se negaron y protagonizaron la primera gran huelga de mujeres en Asturias.
La huelga de las cigarreras en Gijón
Las cigarreras en Gijón demostraron que ya no tenían miedo, sino hambre. Habían pasado de cobrar 80 céntimos por cajetilla de tabaco a 45, lo que significaba que las más de 800 cigarreras de la fábrica gijonesa cobrarían al mes 24 míseras pesetas. «¿Cómo vamos a resignarnos a morir de hambre, señor?», declaraban según recogen las crónicas de El Noroeste el 14 de enero de 1903.
Las amenazaron con perder su trabajo, incluso con el cierre de la fábrica, pero no dieron su brazo a torcer. Las cigarreras ya habían protagonizado huelgas y protestas similares a lo largo del siglo XIX en otras fábricas de España para reivindicar mejores salarios y condiciones laborales. Eran muchas y estaban unidas.
No tardaron en llegar representantes de la fábrica desde Madrid. Las cigarreras habían ocupado sus puestos sin trabajar, «guardando la mayor compostura», y se fueron sucediendo las reuniones entre los responsables y los trabajadores. Ellas eran tajantes: no aceptarían que les redujeran un salario ya de por sí muy bajo.
Las cigarreras habían pasado de cobrar 80 céntimos por cajetilla de tabaco a 45, y convocaron la primera huelga asturiana para reivindicar mejores salarios y condiciones laborales
Las cigarreras conquistaron sus peticiones pocas días después y consiguieron que la prensa nacional, al terminar esta, siguiera denunciando las malas condiciones en las que se veían obligadas a trabajar: «La Fábrica de Tabacos no reúne ninguna condición higiénica. Está situada en un barrio sucio, compuesto de casas nauseabundas y con un lavadero público a diez metros que cuenta con unas aguas tan pestilentes que la salud pública está en peligro», aseguraba El País.
No solo eso, sino que la lucha por los reconocimientos de la mujer se contagiaba. Mientras las cigarreras de Gijón volvían a sus puestos de trabajo, las hilanderas de la Algodonera de La Calzada se levantaban en huelga, inspiradas por el espíritu de sus compañeras. Urdidoras, bobineras y tejedoras reclamaban lo mismo: que no empeoraran sus ya de por sí paupérrimos salarios.