«El deporte es la cosa menos importante de las más importantes, la pandemia demostró que para algunas autoridades sólo es cierta la primera parte de la frase»

Este año no ha sido normal, llevamos dos años de no normalidad, muchas veces me acuerdo de aquellos vestuarios del colegio, en los que se cambiaban cuatro equipos a la vez y si se te olvidaba la toalla, usabas la mojada de un compañero cuando él acababa. Nunca volveremos a esa manera de ser, nos hemos hecho más distantes, más desconfiados, parecemos japoneses. Y no tengo el mejor concepto de los japoneses.
Lo primero que me enseñó el año fue; cómo puedes ser un fenómeno de un deporte y a la vez un caballero, ese carácter recto y noble que en Gijón conocemos como “ser un paisano”. Eso se manifestó en la boca de Raúl Entrerríos, el mejor jugador de balonmano español de la historia, al minuto de ganar la medalla de bronce en los JJOO de Tokio: “He vivido mi pasión, he estado en grandes grupos, esto es un deporte de equipo y me he rodeado de grandes compañeros y grandes personas”, un discurso que me devolvió a los tebeos del Capitán Trueno, o a las primeras películas de James Bond. Cuando siempre teníamos claro quiénes eran los buenos.
Este año también acabé de asumir lo que dice José Luis Garci: “La felicidad es una ráfaga… pasa y ya está”, los sportinguistas ya fuimos felices; con el gol de Jaime al Milan, los regates de Juanele a Hierro, o el córner directo de Ferrero al Torino, pero nunca más lo seremos así, el ultimo poeta fue Preciado y ya no está entre nosotros. A veces creemos que aparecen pastores que nos van a llevar a la tierra prometida, pero rápidamente los lobos se los comen a ellos y A nuestras ilusiones.
En los deportes de equipo masculinos, Gijón, la única ciudad capaz de que un orfeón se divida en tres y no actúe uno si lo hace el otro, sufre el fenómeno físico de la entropía, es decir siempre avanzamos hacia la división, la disolución y el desorden. Hemos visto momentos de gloria, el Gijón Baloncesto o el Gijón Jovellanos Balonmano, pero ni el apoyo de las empresas, ni la unión de las personas, permiten que sobrevivan en el cielo. Ahora hay buenos proyectos otra vez; el Círculo, Gijón Basket, o Jovellanos y siempre el Grupo Covadonga en balonmano, tenemos que mimarlos.
El deporte femenino nos mantiene arriba, con el Telecable Hockey o el BM Unicaja La Calzada, pero parece que tienen que suplicar que la gente acuda a ver los partidos, ojalá consigamos verlas algún día con la cancha abarrotada.
También nos han dicho que deportivamente nos miramos demasiado el ombligo, pero la solución es mirarnos el corazón o el cerebro, no mirar el ombligo de los de fuera, tenemos embajadores por todo el mundo, pero necesitamos recuperarlos para casa.
Reconozco que después de cincuenta años no sabría explicar lo que es un tranco, pero me han robado el verano quitándome el hípico en las mestas, los fuegos pase, pero el hípico no. Sin vibrar con Whitaker saltando, mientras miras el cronómetro y le mandas recortar… No hay verano.
El deporte es la cosa menos importante de las más importantes, la pandemia demostró que para algunas autoridades sólo es cierta la primera parte de la frase, si un río se contamina, quitamos los piragüistas, si hay un contagio lo primero es quitar los balones a los niños. He visto cosas que no creeríais, niños jugando en el recreo clandestinamente al fútbol con un Actimel, esperemos que del efecto rebote todos nos concienciemos de lo fundamental que es para una sociedad sana.
Gijón da un placer extraordinario, el de levantarse pronto un sábado por la mañana y ver el interminable vaivén de jóvenes que van a sus respectivas competiciones o las innumerables carreras que hay cada semana, por un buena causa u otra, eso da esperanza, avanzamos por el camino correcto.
Siempre lo supe pero el echarlo de menos hace que luego lo refrendes con más fuerza, nuestra ciudad es excepcional para correrla o para nadarla, correr hasta la Lloca, por Cimavilla, por el Elogio, o salir por el fluvial en dirección a la Camocha, combina el placer del deporte, con un placer visual inenarrable. Pues prueben a nadar un día de marea llena en la Escalerona viendo el skyline playu a escasos metros, como un bebé que no quiere salir de la barriga de la madre. La vida puede ser maravillosa.