Era un hombre nacido y criado en una sociedad que alimenta una relación de poder y control hacia las mujeres. Que nos llama malas madres mientras siguen dando custodias compartidas a maltratadores
Sé lo que se viene encima con un artículo con este titular. Lo sabemos todas. Este texto no cuenta nada original, pero no es por ello menos necesario. Tomás Gimeno, el hombre tristemente conocido por todos, no es un monstruo, es un hijo sano del patriarcado.
No estaba loco, no es una excepción. Era un hombre nacido y criado en una sociedad que alimenta una relación de poder y control hacia las mujeres. Que acepta que a veces los colegas «se vayan de putas». Que ríe las gracias a los celos. Cuyos adolescentes siguen pensando aquello de «si no me deja ponerme falda es porque le gusto, me quiere solo para él». Que censura monólogos y discursos necesarios que intentan educar en la igualdad. Que pone en duda, siempre, el testimonio de una mujer. Que nos llama malas madres mientras siguen dando custodias compartidas a maltratadores.
No, no se arregla pidiendo la silla eléctrica. Todo es mucho más difícil.
La solución pasa por ser capaces de aceptar que, muy a nuestro pesar, aún vivimos en una sociedad machista. Y ahora es cuando alguno salta: «otra histérica -apelativo que lleva toda la historia marcando a quien simplemente se salía de lo escrito- con su discurso de odio a los hombres, feminista ‘radical’.» Huelga decir, aunque sé que conviene, que no odio a los hombres. Que si soy feminista es solo porque busco la igualdad entre nosotros. No quiero para mí nada mejor que para ti. Lo mismo. Exactamente. Eso es el feminismo.
Sé que es muy jodido deconstruirse. Pero es más necesario que nunca. Probablemente sus amigos se pregunten hoy cómo pudo Tommy asesinar a sus hijas. Y no fue por loco. La violencia machista es un germen que, si está en la sociedad, está en cada uno de nosotros. Es momento de desaprender lo que hasta ahora damos por válido. Por supuesto, de dejar de mandar apoyos y pasar a adoptar las medidas políticas necesarias.
Recordaba Ana Bernal-Triviño en un artículo que comparte titular con este como El prenda (violador junto con cuatro amigos de una chica en 2016) decía en el juicio: «Tal como fuimos eyaculando, nos fuimos”. «Como si fuese algo rutinario, como si no pasara nada en sus actos», comenta la periodista. Chavales “normales”. Con trabajos, novias y amigos normales. Hijos sanos del patriarcado. Cinco hombres que, de fiesta, vieron muy normal violar a una chica en un portal. En grupo. Sin estar locos. De los que dicen «si tocas a mi hermana te mato». Porque saben que ahí fuera hay otros iguales a ellos. Para ellos esa chica, que fuimos todas, fue carne, un agujero, una mamada. Mercancía, ganado, mierda. A la que violar, sobre la que eyacular y a la que dejar tirada en un portal. Como se deja la basura.
Sé que es muy complicado mirarse el ombligo. Pero cada año, en España, los hombres violan y matan a cientos de mujeres. Y algunos, como Tomás, también a sus hijos. No son casos aislados, no son locos. Son hombres con trabajos, amigos y una vida funcional.
Si puedes, la próxima vez que leas una de estas noticias antes de decir eso de que «es que ellas también…» párate y piensa. ¿Podemos, juntos, hacer algo para parar esto? Y actúa.
todo ser vivo que sea capaz de matar a sus descendientes,es abominable y implica una perturbación indiscutibleme.
A partir de esto lo demás no creo que se sostenga ya.
Un tio normal no mata a sus hijos por desavenencias con su ex pareja,eso lonhwcenunnperturbado,otrancosa es que haya más de los que pensamos