Vika tuvo que huir de Ucrania con su hija Sofía y acabó en Gijón gracias a Valeriy, que fue a la frontera a buscar a su suegra y a llevar ayuda humanitaria
El 24 de febrero de 2022, Rusia invadía Ucrania. Según todos los testimonios, ningún ucraniano pensaba que esto iba a ocurrir de verdad, ni que las amenazas de Putin pudieran desembocar en una guerra de tal calibre.
Más de seis meses después, la guerra continúa, aunque ya no abra todos los telediarios, y muchos ucranianos han dejado su país ante el terror de las bombas. Sin embargo, muchos otros se han quedado. Los hombres, hasta los 65 años, están obligados a quedarse y a luchar en el Ejército ucraniano y muchas familias han decidido quedarse con ellos.
Iryna Yaguzhynska, ucraniana residente en Gijón desde hace varios años, es la traductora que ha colaborado en este reportaje. Cuenta que su casa de Kiev está bombardeada y que, desde que empezó la guerra, habla todos los días con su padre y él se despide de ella todos los días por si pasa algo. Él no tiene que luchar, porque es un hombre mayor, pero no quiere irse de su país. Iryna cuenta que el 95 % de los ucranianos quieren volver allí próximamente, haya acabado o no la guerra.
Gijón solidario
Todos los países de Europa decidieron volcarse con Ucrania y enviar ayuda humanitaria, España también. En Gijón, el partido político Ciudadanos decidió poner en marcha una campaña de recogida de alimentos, ropa y toda la ayuda que los vecinos quisieran aportar. Empezó como una acción de partido, pero después, “para no politizar ni que la gente pensara que queríamos rédito político, nos organizamos unos pocos para ayudar, tanto de dentro del partido como de fuera y cedimos nuestra sede para que la gente trajera las cosas, porque pensamos en poner una carpa en la calle, pero llovía mucho como para eso”, explican Ana y Lolo, compañeros de partido.
Ana, Lolo, Rubén, Javier, Jaime, Olga, Francisco y otros muchos recogieron toda la ayuda en la sede e hicieron un crowdfunding para alquiler una furgoneta y llevar la ayuda hasta la frontera con Ucrania. Valeriy Vladovych, camionero ucraniano residente en Gijón, tiene amistad con Rubén y fue el encargado de llevar lo recaudado porque, además, iba a la frontera a buscar a su suegra. Con el dinero que les sobró del crowdfunding, compraron material escolar y bienes de primera necesidad para cuando llegaron los refugiados a Gijón.
Después, la ONG Accem se encargó de buscarles alojamiento. A lo largo de estos meses, han estado en diferentes hoteles de Gijón, el hotel Castilla, el hotel don Manuel y ahora el hotel Begoña.
Valeriy fue a la frontera de Ucrania con Eslovaquia a buscar a su suegra y allí conoció a Vika
Valeriy Vladovych, ucraniano de nacimiento, reside desde hace muchos años en Gijón. Cuando Rusia invade Ucrania, “los primeros días de guerra estábamos muy estresados, todos queríamos ayudar”, dice Valeriy. Es por eso que decide coger una semana de vacaciones e ir a la frontera de Ucrania con Eslovaquia para llevar la ayuda recaudada en Gijón y para ir a buscar a su suegra. Su cuñada y sus sobrinos también están en Ucrania, pero decidieron quedarse porque su hermano tiene que luchar en el Ejército, aunque se mudaron durante dos meses al oeste del país, una zona que en ese momento estaba más tranquila antes de volver a Kiev recientemente, ahora que no hay tantos bombardeos.
Su suegra huyó a un campo de refugiados en la frontera de Ucrania con Eslovaquia gracias a la Administración ucraniana, que ayuda a evacuar a la población. Primero cogió un taxi a la estación del tren y tuvo que esperar allí unas horas, porque no decían ni qué días ni a qué horas había trenes por seguridad. Salió el mismo día de viaje en tren, un trayecto que normalmente duraría dos horas duró casi un día entero, el tren iba sin luces y hacía muchas paradas, tampoco tenían los móviles operativos. “Mi suegra estaba en el tren sin saber a dónde iba”, dice Valeriy.
Finalmente, llegó al oeste de ucrania, donde la recogió el cuñado de Valeriy y vivió con ellos dos semanas, hasta que Valeriy llegó a buscarla al campo de refugiados. Para llegar allí, primero fue en el coche de su cuñado y luego tuvo que coger un taxi. La situación en el campo de refugiados era devastadora, tal y como la describe Valeriy. “La gente no sabía muy bien por qué estaba ahí, nadie se lo esperaba, decíamos qué tontería, cómo va a haber una guerra”, destaca.
Llamaba la atención “la inocencia de los niños que había allí, porque jugaban sonrientes e inconscientes de la verdadera realidad”. La organización del campo era muy buena, “había carpas para estar allí y para dormir, muchos kioskos, hacía mucho frío, porque estaban a -7ºC, pero había chimeneas dentro para que la gente estuviera mejor”, cuenta Valeriy. También había muchas colas para autobuses que iban a diferentes países como Bélgica, Austria, Suiza o Polonia, los refugiados escogían a dónde querían huir y en la recepción les decían el horario. “Había un autobús cada media hora y también varios para ir a diferentes pueblos de Eslovaquia”, explica.
Valeriy llevó la ayuda humanitaria a una Iglesia de griegos cristianos, donde recogían lo que llegaba desde diferentes países. Después, se llevó a su suegra en la furgoneta de vuelta y dijo en recepción que tenía plazas libres, por si algún refugiado quería volver con ellos a España. Así conoció a Vika, que viajó con ellos hasta Gijón. “Lo tenían todo muy controlado, te preguntaban a qué sitio ibas, tu DNI y por el camino te iban llamando para ver si estaba todo bien y te llevabas a las personas al sitio que habías dicho, porque pasan cosas horribles”, cuenta.
En total, fueron cinco días de viaje entre Eslovaquia y Gijón. Valeriy sabe que no quiere volver a Ucrania porque aquí tiene su trabajo y su familia, pero su suegra sí quiere. Cuenta que durante los últimos diez años ella viene una vez al año a Gijón a visitarlos y tenía la meta de quedarse a vivir aquí, pero “ahora que la gente no es turista, sino que son refugiados, el sentimiento es distinto. No es que Gijón sea malo, sino que ahora el patriotismo es más fuerte, la gente se unió mucho y todos los ucranianos tenemos el mismo problema y el mismo enemigo y eso nos une mucho”, dice.
“No se puede olvidar lo que está pasando, hay que parar esto ya, a gritos o como se pueda”, recalca.
Vika venía a España a casa de su tío, pero este no volvió a dar señales de vida
Viktoria Gorpenyk, más conocida como Vika, trabajaba como niñera en Ucrania. Una vez que estalla la guerra, su tío, que vive en Murcia, le propone venirse a España y ella acepta. Decide huir de Kiev con su hija Sofía, de 14 años. Para ella, su familia son su hija y su madre, pero esta última decide quedarse en su país y no huir -aunque finalmente, se fue a Polonia y llegó hace poco a Gijón con Vika y Sofía-.
Cuando Vika decide huir, unos amigos la llevan en coche hasta la frontera de Ucrania con Eslovaquia, donde se queda con su hija en un centro de refugiados. Allí conoce a la suegra de Valeriy, que le propone irse con ellos a España. Vika acepta y, al llegar, se queda unos días en casa de Valeriy y después en los hoteles con el resto de refugiados, ya que su tío no volvió a dar señales de vida para acogerla.
Gracias a Maca, encargada del restaurante Ginos, que tiene amistad con algunos de los que recogieron toda la ayuda humanitaria, Vika está trabajando en su restaurante, aunque no de cara al público, porque no sabe hablar español, pero va entendiéndolo poco a poco.
Tanto a ella como a Sofía les gusta Gijón y están a gusto, buscan estabilizar su vida y tener un piso para ellas dos, porque siguen viviendo en un hotel. Sofía tiene problemas de estómago y hay alimentos que no puede comer, así que echan de menos un sitio en el que poder cocinar. Aunque ambas están a gusto, dudan si volver a Ucrania o no. Ahora mismo no lo saben, su casa sigue en pie, no está bombardeada, pero sí echan de menos su vida anterior y a sus amigos de allí.