«Fernando transmitía la misma pasión que aprendió desde que decidió emprender un camino religioso del que finalmente ‘solo’ quedaría la música»
Hace unos meses les hablaba de uno de mis primeros maestros en esto de la vida y el periodismo, Daniel Serrano. Hoy me acuerdo de él, porque sé que ha llorado la muerte de otro maestro: Fernando Menéndez Viejo, cuya voz se apagó para siempre el viernes por la mañana en el Hospital Universitario Central de Asturias donde estaba ingresado tras haber sufrido una caída en el “kilometrín” cuando caminaba con su esposa.
Tuve el placer de conocer a Fernando hace ya muchos años y les aseguro que aún resuena en mis oídos la voz de un hombre gracias al que afiancé mi gusto por la música clásica y coral. Fue en el Instituto Calderón de la Barca donde me encontré por primera vez a este hombre largo, paciente y didáctico que en primero de BUP se convirtió en mi profesor de música. Recuerdo con mucho gusto aquella hora semanal en la que el profesor Menéndez Viejo se afanaba para que nuestros torpes oídos fuesen capaces de discernir todos los instrumentos que sonaban en “Apache”, de los Shadows o en la sinfonía 40 de Mozart.
Su gesto siempre fue serio, pero recuerdo su voz como una especie de guante para envolver la pasión con la que hablaba de la historia de la música, apoyado por un excelente libro de texto que a día de hoy aún guardo con mucho cariño. Fernando transmitía la misma pasión que aprendió desde que decidió emprender un camino religioso del que finalmente “solo” quedaría la música. Comenzó sus estudios musicales en la Catedral de Oviedo y luego en el Seminario Metropolitano, donde fue ordenado sacerdote y donde dirigiría la Schola Cantorum. A mediados de los años sesenta fue nombrado director de la Escolanía de Covadonga. Luego fue el organista de la parroquia de San Lorenzo, donde abandonó sus labores para casarse.
«La voz y el amigo ya están registrados para siempre en nuestra memoria”
Era nacido en Oviedo, donde fue el primer director del Coro de la Ópera, pero se dejó adoptar de mil amores por Gijón, ciudad en la que junto a amigos como otro de mis ex profesores, Jesús Menéndez Peláez, fundó el grupo Melisma, deliciosa formación musical de veteranos enamorados del Canto Gregoriano.
Este fin de semana me reencontré después de muchos años con Conchi, una ex compi de instituto quien me comunicó el fallecimiento del profe que tanto a ella como a mí y a casi todos los alumnos y alumnas que le conocieron dejó el suficiente y cariñoso recuerdo como para lamentar la muerte de un hombre que era, como certeramente afirma Menéndez Peláez en su artículo de La Nueva España: “encarnación humana de la música”.
Fernando Menéndez Viejo amaba la música pero disponía de un valor aún mayor: la capacidad para transmitir su amor y su saber a los que tuvimos el placer de ser su alumno o de haberle conocido en otras circunstancias. Por ello me apropio de la palabra de Daniel Serrano, otra de mis voces en la vida, para concluir este sentido recuerdo: “Fernando era la música, armonía, sobre todo. Como armónica fue su vida, tanto en su oficio de sacerdote, con su magnífica contribución a la recuperación de la Escolanía de Covadonga, como en su vida civil, como músico, didáctico… Su voz de tenor, su finura de afinación solo son parejas a su excepcional condición humana, a su inmensa capacidad para el ejercicio de la amistad. La voz y el amigo ya están registrados para siempre en nuestra memoria”.
Nacho Poncela es periodista y colaborador de miGijón