MARTA SANZ, ESCRITORA
«Pido a mis lectores que lean despacio, aunque sea un texto breve, un texto aparentemente insignificante, que lean despacio y encontrarán muchísimas cosas»
«El juego de la equidistancia ha sido terrible y ha hecho posible esa reinterpretación amnésica e interesada de la historia que permite que un joven vote a Vox sin conciencia»
Marta Sanz acude a la Semana Negra a presentar Conciencia de clase: Historias de las comisiones obreras, una antología de relatos protagonizados por hombres y mujeres de la clase trabajadora, lo que nos invita, inevitablemente, a preguntarnos por la caída y auge de la literatura de corte social, desde que irrumpiera el realismo social en los 50 con autores como López Salinas, Grosso, Paso, Aldecoa. Mas que una entrevista, mantenemos una breve conversación sobre literatura y política, donde la autora de Una parte de mí o Pequeñas mujeres rojas despliega sus certezas y sus dudas sobre esa geografía militante unas vez, ensimismada otras que es la literatura de izquierdas.
-Tengo la impresión de que la visibilidad de la clase trabajadora en la ficción española está vinculada a los diferentes momentos que ha vivido el sindicalismo español. Por retrotraernos a los estertores del franquismo o la transición, creo que sí hubo una mistificación a través de la novela o del periodismo más literario de la clase obrera en los momentos más épicos y fulgurantes, con las CCOO de Marcelino Camacho y su regreso a la fábrica. Del mismo modo, la desaparición o la reducción del protagonismo de la clase trabajadora también está ligado a los momentos más bajos del sindicalismo y su acción sindical. Pienso en Antonio Gutiérrez, años 90, incorporándose a la Fundación Telefónica y a una literatura que buceaba en la autoficción pero también en el ensimismamiento. ¿Ha dependido la literatura de clase de los avatares del sindicalismo?
-Yo creo que tienes parte de razón. Las distintas etapas por las que ha pasado el sindicato y sus distintas estrategias, más honorables o no, pueden haber revertido en el reflejo de la clase obrera en los textos literarios o no.
-Genera descreimiento.
-Efectivamente, pero venimos de una tradición literaria en la que ya estábamos bastante descreídos, respecto a todo eso. El papel en el que hayan podido incidir los sindicatos en la cultura es muy pequeña, entre otras cosas porque tampoco les ha importado hacerlo.
-Pero en los 70 si lo era. Era fundamental que Francisco Umbral pusiera voz y texto a un documental sobre La Pasionaria.
-Claro. Y ahora yo creo que se está recuperando y eso está muy bien. También pienso que la autocrítica está muy bien y que nos fustigamos excesivamente. Debemos aprender de todos los errores y debemos subrayar también los aciertos.
-La política en el cine, la literatura o la pintura adquiere una sustancia espectral. Es como un fantasma que está presente y que el espectador, el lector debe desvelar. Cuando Francis Bacon presenta sus cuerpos retorcidos nos habla del cuerpo humano como un espacio de combate y ese mismo concepto tradujo a sus apuntes universitarios y sus libros Michel Foucault. Cuando David Lynch o Hitchcock nos presentan el american way of life de su época, con la épica de los trajes gris marengo o la sublimación de la mujer perversa, como un espacio y un tiempo siniestros que superficialmente juegan con las reglas de la normalidad y bajo la superficie se representan con el horror, lo siniestro que diría Mark Fisher, pienso que la conciencia política o una manera de describir la política están siempre presentes, de manera corpórea o fantasmática. Si la conciencia de clase no está mas presente es porque las relaciones laborales han cambiado. Nuestros modelos laborales son más atómicos. La autoficción es quizá reflejo de eso porque nuestra sociedad en ese aspecto representa muy bien ese capitalismo.
-Es una reflexión compleja pero que hay que abordar. En primer lugar se han producido transformaciónes respecto al concepto y las condiciones del trabajo que deberán reflejarse en los textos. Todas las caracteristicas de esto que llaman turbocapitalismo, flexicapitalismo o realismo capitalista o algo como el teletrabajo y el desarrollo de vínculos débiles a través de las redes que nada tienen que ver con los vínculos fuertes que se creaban anteriormente en el trabajo deben aparecen en las novelas, en los libros.
-Tu lo abordas en Una parte de mí.
-Pues sí. Hay personas que abordan este libro como una frivolidad y en realidad tiene que ver con la autocrítica a la explotación masiva a la que los artistas nos obligan la precariedad neoliberal y el miedo a no ser vistos. Creo que ese libro tan dulce tiene que ver con cosas que no son nada dulces, además de la pandemia. En segundo lugar, lo que has dicho me interesa muchísimo. Claro que en todas las novelas y películas está la política, eso que Francis Bacon llamaba el sistema nervioso personal del ser humano que coge el pincel o teclea para contar una historia. El problema es que estamos en una sociedad que, a causa de una velocidad vertiginosa, está perdiendo destrezas de comprensión lectora. Destrezas para poder leer más allá. Destrezas para ver qué hay al otro lado del espejo. Destrezas para bucear en la combinatoria de palabras de la página con nuestros propios sentimientos, nuestra propia ideología, saltar dentro de la baldosa del deshollinador de Mary Poppins y hacerlo con toda tu carga personal. Eso lo estamos perdiendo y nos conduce a un lugar muy peligroso: primero a leer deprisa. Por eso yo pido a mis lectores que lean despacio, aunque sea un texto breve, un texto aparentemente insignificante, que lean despacio y encontrarán muchísimas cosas. Y encuentro otro peligro: la literalidad. Creemos que los textos son lo que se dice explícitamente y eso nos lleva a tener una concepción del arte de la literatura edificante, estrecha y políticamente correcta y perniciosa.
-Bastante facha, añadiría. Es cierto que se ha perdido el sentido de la metáfora y la analogía.
-Bastante intolerante. No entender cómo es el proceso de comunicación literaria, que tenemos que hacer el esfuerzo de entender que hay detrás de las palabras, estigmatiza inmediatamente todo aquello que nos suena agresivo. Eso nos lleva a una sociedad visceral y fascista aunque lo estemos haciendo en nombre de buenas causas.
-O para limpiar nuestras propias conciencias.
-Creo que las personas estamos perdiendo lamentablemente el sentido de la metáfora y la belleza simultánea de la literaratura que nos permite hablar de una cosa a través de otra.
-Y también de la ironía que es un mecanismo para poder no solo interpretar la realidad sino soportarla.
-Estoy completamente de acuerdo.
-Hemos dado algunas razones de por qué no se visibiliza en la literatura a la clase trabajadora. Últimamente percibo que, a cuenta del crecimiento de Vox y su discurso desacomplejado de extrema derecha, nos ha pasado desapercibido el significado real de ese desacomplejamiento. La intelectualidad de izquierdas, sea esto lo que sea, lo ha interpretado como una derecha que no tenía ningún reparo en proclamar que era de derechas o neofalangista. Pero, realmente, ese desacomplejamiento tiene que ver con los ritos y los hábitos de consumo de esa derecha que en el siglo XXI se han transformado sin que la izquierda los haya percibido. Creo que esa extrema derecha de 30, 40 o 50 años no se va a identificar con los clásicos de la literatura conservadora o fascista, algo que pretendía en otro momento Juan Manuel de Prada, sino que se ha diluido en los hábitos de consumo culturales de una oferta supuestamente identificada con públicos o lectores de izquierdas. Personas de 30 años que votan a Vox se sienten perfectamente legitimados para ir a un concierto de Vetusta Morla, La habitación roja o Los Planetas.
-Creo que tu análisis es muy inteligente y necesitaría tiempo para analizarlo con más detenimiento, pero en relación a ese desacomplejamiento, por una parte es completamente verdad que los consumidores de 20 0 30 años no ven incompatible, en absoluto, votar a un partido reaccionario y carpetovetónico y machista como es Vox y al mismo tiempo escuchar a la Mala Rodríguez o ir a un concierto de Vetusta Morla. La cultura me divierte pero tampoco significa nada. Es hedonismo puro y duro. Pero por otra parte, y es algo que me hace mucho daño, es ese desacomplejamiento de la derecha que tiene que ver con un lavado de cara de nuestra historia más triste y que tiene que ver con la conversión del franquismo en un eufemismo. Cuando Abascal dice que este es el peor gobierno de los últimos 80 años, cuando Casado dice que la ley sin democracia, la democracia sin ley, están reinterpretando torticeramente nuestra historia y están logrando que la sociedad tenga un Alzheimer y patologías de la memoria que repercuten después con que los jóvenes voten a la derecha y luego lean un libro o escuchen un grupo que no tiene nada que ver.
-¿Y este diagnóstico encuentra sus causas solo en el desacomplejamiento de la derecha o la izquierda también tiene algo que ver?
-La derecha está desacomplejada pero la izquierda se ha dejado comer el lenguaje en aras de palabras tan «dignas» como la equidistancia y la conciliación. Por no ser como ellos, por no practicar la intolerancia, por no caer en los discursos del odio o la necesidad de conversar con un fascista como dice la escritora brasileña Márcia Tiburi, yo voy dando pasos hacia atrás y me voy dejando robar todo el terreno, viviendo la utopía de que esto no es una confrontación y que el problema es que vivimos en tiempos de confrontación. Y se dice que tenemos que evitar los choques directos y la polarización de la sociedad pero creo que estamos utilizando estrategias equivocadas y lo llevamos haciendo desde el año 75. Yo no demonizo ni hago la crítica total a la Transición. Menos mal que hubo Transición y también hubo mucha gente que se sacrificó: tortura, cárcel. Eso hay que valorarlo. Pero creo que el juego de la equidistancia ha sido terrible y ha hecho posible esa reinterpretación amnésica e interesada de la historia que permite que un joven vote a Vox sin conciencia.