¿Cuántas veces escuchamos eso de que tras el confinamiento todos íbamos a ser más buenos, estaríamos más unidos y seríamos más solidarios? ¿Cuántas veces dijimos a nuestros vecinos que en cuanto acabase el confinamiento teníamos que quedar? ¿A cuántas de las personas que saludamos en aquellos meses que comenzaron hace casi un año desde las ventanas hemos vuelto a saludar o a interesarnos por sus vidas? Si me lo permiten contesto yo: ninguna.
Esta semana paseo entre el desánimo, el enfado, la desilusión y, por supuesto, la preocupación. Será que mi estado de ánimo no me permite últimamente muchas alegrías, pero les aseguro que visto lo visto y oído lo oído durante la pasada semana lo único que puedo expresar sobre las promesas del confinamiento es una sonora y dolorosa carcajada.
Ilustro esta tristeza que me generan algunos comportamientos sociales que afortunadamente no son mayoría pero que dejan claro el trabajo que nos cuesta hacer un Fuenteovejuna ni siquiera para enfrentarnos a esta pandemia. De mano, sirva como introducción de ejemplos contra el consenso social los que un colega de profesión me contaba a mi y a mis oyentes hace unos días.
“Proliferan como setas policías de ventana, chivatos intoxicadores, criticones profesionales y personas que sin ningún rubor hacen correr bulos con el COVID como telón de fondo”, me decía este buen amigo, antes de que compartir los casos concretos que dejan en evidencia tanta bondad cacareada desde balcones y ventanas.
«No son mayoría pero que dejan claro el trabajo que nos cuesta hacer un Fuenteovejuna ni siquiera para enfrentarnos a esta pandemia».
Un comerciante avilesino ha tenido que salir al paso de la infamia difundida de que mantenía su negocio abierto con trabajadores contagiados. Arcelor ha sido acusada de forma demostradamente infundada de no cumplir con los protocolos sanitarios. Los dueños de unos cuantos bares que tuvieron que cerrar sus puertas por casos positivos han perdido parte de su clientela, esa parte que considera como unos apestados a los afectados por esta pandemia que no entiende de razas, religiones, oficios o clase social.
Y no se pierdan esta: una maestra de un colegio acertadamente cerrado como todos los que lo han hecho ante la detección de positivos, llegó a ser conminada por una madre para que confesase su positivo a pesar de que hasta el momento esa docente no ha estado contagiada. La alertada y ofendida madre pidió las explicaciones y emitió su juicio sumarísimo tras haberse enterado del inventado positivo de la maestra en un grupo de whatsapp de padres.
Afortunadamente, frente a estos iletrados y peligrosamente maledicentes comportamientos, la verdad se impone gracias al trabajo y el esfuerzo de los y las que tienen más que hacer que quedarse en el chascarrillo fácil y sin fundamento de cuestionar sin pruebas. Como ejemplo, esta misma semana conocía la historia de una enfermera de planta COVID que en su tiempo libre se ha ofrecido a ayudar para realizar pruebas PCR.
«Frente a estos iletrados y peligrosamente maledicentes comportamientos, la verdad se impone gracias al trabajo y el esfuerzo de los y las que tienen más que hacer que quedarse en el chascarrillo fácil.»
Desde que mi uso de razón me permitió discernir, he defendido siempre la ilustrada afirmación acuñada por Jean-Jacques Rousseau de que el hombre es bueno por naturaleza. Pero cuando escucho lo que les he contado hasta ahora o veo en una terraza a un grupo a los que las medidas sanitarias les importan tan poco como el respeto a los que sí las cumplen en la mesa de al lado, en ese momento es cuando me acuerdo de Thomas Hobbes al defender que el hombre es malo por naturaleza, pues siempre privilegia su propio bien por encima del de los demás y vive en medio de continuas confrontaciones y conspiraciones, cometiendo crueldades y actos violentos para asegurarse la supervivencia.
Perdonen mi extremismo, pero es que no estamos para juegos. No quiero reírme de la supuesta solidaridad social, pero hasta la fecha pocos gestos he visto que recuerden a aquellas ventanas bien avenidas de hace ya casi un año. Demostremos que podemos derrotar esta pandemia como sociedad.
Nacho Poncela es periodista y colaborador de miGijón
¡¡¡¡¡Cuanta razon!!!!