Si hubo un hostelero peculiar, conocidísimo y personaje imprescindible para entender el humor gijonés, ese fue Víctor Bango, «Vitorón». Desde muy joven formó parte de la hostelería con mayúsculas de la ciudad, primero junto a sus padres y luego formándose su propio nombre. El restaurante Casa Víctor de la calle del Carmen fue, hasta su fallecimiento, lugar de culto de comensales que no solo iban a degustar la excelente cocina, sino también a disfrutar de las frases y tertulias que caracterizaban a ese hombre, qué al morir, dejó tal huella que su local nunca llegó a recuperarse de su pérdida
Los gijoneses suelen tener un ADN que les hace diferentes del resto de la humanidad, sí. Ese material, que contiene toda la información heredada de lo que se llama descendencia o rama familiar, es muy característico en esta villa de Jovellanos. Somos aventureros, fiesteros, bailarines, amables, “grandones” y, sobre todo, sarcásticos. Ahora bien, si hubo un sarcástico y puntilloso en Gijón, ese fue el restaurador Víctor Bango Vega, “Vitorón”. Esa personalidad arrolladora la llevaba en el ADN al que hacíamos alusión en un principio. Para ello, hay que remontarse a los años 30 y al concejo de Carreño. ¿Se imaginan embarcar en un barco en esa época y desembarcar en Nueva York? Pues eso es precisamente lo que hizo el padre del protagonista de hoy, Víctor Bango González. ¿Y saben qué? Que tuvo un restaurante en la ciudad de Miss Liberty, que seguramente fue a la primera que saludó al llegar en el barco. ¡De película!
El caso es que después de un tiempo regresó a su tierra, subido en otro barco y con nombre falso. Conoció a la que sería su mujer María de la Paz Vega León, “Pacita” y es entonces cuando deciden montar su propio negocio y se instalan en el que sería hasta hace unos años, Restaurante Casa Víctor, en la calle del Carmen, número 11. En ese bajo se cocinaba, se servía la comanda y se dormía. De hecho, en la habitación de al lado de la cocina nació “Vitorón”, de aquella “Vitín”. Al tener conocimientos americanos, sus clientes fueron los primeros en disfrutar de los famosos sándwiches, claro está con un pan similar porque de aquella no existían las rebanadas con las que se hacen esos bocados que realmente son originarios de Inglaterra. Pero evidentemente los pucheros tradicionales cocinados por Pacita, fueron los que realmente alcanzaron fama. Los callos, el hígado encebollado, el jamón asado…Esas comandas eran realmente las estrellas del restaurante.
Mientras, Vitín ayudaba y hacía lo que le correspondía por edad, encontrar a la persona con quien formar su familia, y Maruja Prendes entra en la historia. Se casan y al tener su hija Ana nueve años, el patriarca fallece. Es en ese momento cuando Vitín, pasa a ser el Vitorón que muchos llegamos a conocer. Ayudado en los fogones por su madre y por Maruja “la gallega”, así llamaban a la ayudante en cocina, llevan a cabo el cambio de carta, con la ayuda inestimable de un buen puñado de clientes, vecinos de Candás y evidentemente pescadores. Ellos son los que enseñan a Vitorón a guisar con pescado y marisco. Lo que no hizo falta fue descubrirle recetas de caza, ya que era experto en esa actividad. Así que en la época que tocaba coto, las perdices con verdura, la arcea al salmit y las codornices con pimientos no dejaban de salir humeantes de la cocina. Como buen cazador, tuvo muchos perros setter ingléses. Era tal la pasión por esa raza que llegó a ser juez internacional en cientos de concursos Una afición que heredó su hija más pequeña Julia. Con ella recorría las exposiciones de Europa buscando las mejores camadas.
Compra entonces una finca en El Valle en Carreño y es cuando su hija, y el marido de esta, Ángel Lamar, empiezan a criar y seleccionar setters, convirtiéndose en unos de los criadores más reclamados internacionalmente, los English &Gordon Setter Los Vitorones. Pero, volviendo al restaurante de El Carmen, era fácil encontrarse en la mesa de al lado a los cantantes Víctor Manuel y Ana Belén; a Sara Montiel, a Paco Ignacio Taibo II, Luis del Olmo y a su gran amigo, el actor Arturo Fernández, entro muchísimos otros. Y por supuestísimo a políticos de todos los colores y, por descontado, a otro de sus grandes amigos, del que cuentan que era devoto, Tini Areces. Porque Vitorón era rápido, ácido, jocoso, agudo, muy puntilloso y sobre todo inventor de grandes frases con la que intentaba “chinchar” al contrario. Si entraba por la puerta un político de izquierdas, se cuadraba frente a él y decía: por el imperio hacia Dios, arriba España. Por otro lado, si lo hacía uno de derecha le espetaba: yo soy anarquista de derechas, a lo que le preguntaban: ¿Eso qué es? Él contestaba: lo que viene a ser un ácrata burgués.
¿Y si entraba alguien de Oviedo? Entonces la frase era: «deja y me les madreñes en la puerta”. Dicho por él, nada parecía mal porque sus clientes sabían que esos “piques” eran para dar paso a grandes e interesantes tertulias. Seguramente que se fue con muchos secretos, porque el gran Vitorón enfermó y en febrero del año 2013 falleció. Ni hasta en su final dejó de hacer y decir lo que realmente le daba la gana. Hizo saber a sus dos hijas que quería ser enterrado en la perrera, al lado de sus fieles amigos. Y así fue, sus cenizas están depositadas en su finca, El Valle, ese gran criadero de setters, los perros que le enamoraron en vida y lo siguen protegiendo.