La máscara que se inventó, los múltiples y provocadores hombres que han sido Tino Vetusta no sirvieron para que la calle penetrara en su librería, ubicada en la calle de La Merced. Hoy es una tienda de ropa
Dice Cioran que el hombre es un tipo impresentable. Con esta frase, el escritor rumano firma una enmienda a la totalidad del Universo, expresando sin pudor el rubor que produce la existencia. Pero también encontramos ese mismo rubor en Quevedo. Contra el lenguaje apergaminado del imperio, contra la costumbre chabacana de vivir, entonces y ahora, surge el idioma de Quevedo, que lo pone todo patas arriba, como si se tratara de un escritor nuevo. En la prosa y las sátiras de don Francisco descubrimos que el hombre también es un impresentable, pero alcanza una visión más íntima de las cosas cuando asegura ser «un fui y un será y un es cansado». Este cansancio de ser anuncia todo el existencialismo europeo. Es el intimismo triste de un castellano adelantado a cuatro siglos.
Mi viejo amigo Tino Vetusta (Belmonte de Miranda, 1948) ha fallecido. Vivía cansado de la ciudad, más atento a las últimas lecturas, las biografías, en la casa familiar de Cezana, una aldea perdida de Belmonte. Gijón se había convertido en un capítulo de su vida demasiado conocido, cruelmente repetido, un tiempo angustiosamente exasperado, que reclamaba su fin. Quizá poner tierra de por medio fue la mejor opción cuando uno se siente un fui, un será y un es cansado.
Aunque había sido maestro, la decepción lo empujó al mundo del libro antiguo. Era el mejor y tuvo el reconocimiento del gremio en Santiago de Compostela, en Valladolid, en Salamanca, en Pamplona, en Logroño o en Madrid. Llamado a tasar bibliotecas familiares y presidenciales, en España o en Perú, logró hacer del libro como objeto una abstracción mercantil y cultural. Su epicentro era su librería. «No estorba, pero sí perturba o, al menos, inquieta, porque no ha sido comprendida. Tampoco la intentaron comprender quienes se acercaron a ella», me contó en más de una ocasión. «Uno se da cuenta de esto por las expresiones de la gente cuando contempla su escaparate. Pienso que el vecino que transita la calle de La Merced se incomoda porque cree equivocadamente que este lugar es un templo o un lugar un tanto esotérico, regentado por un tipo que no es de fiar. Por eso no traspasaron el umbral del conocimiento que les hubiera dado otro tipo de relación personal con la misma».
Pienso que cuando uno frisa los setenta años de edad inicia una especie de meditación de su tiempo interior, una revisión equivocada y resplandeciente de todo aquello que fue y que el presente convierte irrevocablemente en pólvora mojada. En el caso de Tino Vetusta ese tiempo interior pasaba por una acumulación gloriosa de libros y sobre cualquiera de ellos está el sentido existencial que nos ofrece Quevedo de la vida. «El hombre son presentes sucesiones de difuntos», dice el poeta.
Afirmaba que uno se enamora de las imperfecciones de los demás. Alguna errata hubo en su vida, como erratas hay en los textos. «Hay quien asegura que uno aprende de sus errores y mi mayor acierto ha sido aprender de todos ellos. Honestamente, cometí más de un fallo: por un exceso de timidez o de pudor, no he sabido darme a conocer a los demás. Fingí exageradamente algún aspecto negativo, sin duda, para preservarme del daño que pudiera sufrir y, la verdad, no me salió bien», me contó en una de mis primeras entrevistas. «No supe mostrar quién era y, naturalmente, no me supieron comprender. Todos nos formamos un personaje, no para mostrarnos, sino para escondernos. Hay una pose necesaria en todos los individuos: una pose para beber, otra para fumar, otra para vivir. Creo que la mía nadie la entendió».
Me convence la muerte que su pose, su vida, su librería y su mundo no fueron realmente comprendidos. La máscara que se inventó, los múltiples y provocadores hombres que han sido Tino Vetusta no sirvieron para que la calle penetrara en su librería, ubicada en la calle de La Merced. Hoy es una tienda de ropa. Tras verlo por última vez me detengo ante el escaparate de su «cueva», como una presencia que el recuerdo logra retener en mi mente. Pienso que Tino ha ido acumulando todos los libros que murieron y que nadie enterró, múltiples presentes, sucesiones de difuntos que todavía se están yendo con el secreto de la vida.
Vetusta, entre liberal, anarquista y republicano, fue el heterodoxo, el dandy, el esteta, un sentimental, un hedonista y un escéptico subyugado por la sensibilidad que jamás perdió cierta verticalidad de temperamento, inspirada de cerca o de lejos en el Marqués de Bradomín aunque hoy habría pasado por ser un perfecto Jep Gambardella. Para Vestusta, la vida era el tiempo que nos queda. Somos el tiempo que nos queda, dice el poeta. El gaditano, otro militante de Quevedo, se pregunta cómo evitar el simulacro de la vida, cómo vivir sin desvivirnos. Quizá haya que desvivirse constantemente para no morir en el olvido. Demasiado tiempo acumulado en esa librería para no darse cuenta de que ya se había convertido en un panteón.
No tuvo una relación estrecha con Gijón. Más bien áspera como la de dos amantes que no se comprenden. «Uno nunca se despide. No vine, luego no me voy. Yo recalé en esta ciudad por obligación. Nunca nos hicimos el uno al otro. Ella no fue una buena novia o yo no la supe cortejar. En cualquier caso, la despedida no es ni añorante ni rencorosa. No tendría que despedirme de la ciudad, sino de personas singulares. Tampoco existe desagradecimiento, porque viví dignamente en Gijón. Pero los dos debemos reconocer que la relación de tú a tú no fue muy fructífera y, si lo fue, en todo caso, lo sería para ella y no para mí. Pero si me encontrara a un extranjero, le diría que viniera, que disfrutara de su paisaje y de sus vecinos y que escapara de sus restaurantes».
Hoy me despido de mi amigo, de mi maestro, de mi padrino. Nada de lo que ustedes leen, nada de lo que yo siento y escribo se habría forjado sin su amistad, su familiaridad, su afecto, su experiencia y su cariño. Aquel muchacho tímido que entró por primera vez en su librería, hace treinta 25 años, salió tiempo después convertido en un hombre. Hasta siempre, amigo. Tu recuerdo ha sido perenne y caminará siempre conmigo.
No sabes, Víctor, cuánto echaré de menos a Tino Vetusta. Últimamente lo veía poco porque estoy fuera y ya veo que él también. Gracias, muchísimas gracias por las explicaciones en tu magistral artículo. Mucha salud.
Gracias Chema. Un honor recibir esta consideración y tu comentario es alentador y reconfortante. Gracias por leer este artículo y tus palabras. Un fuerte abrazo, compañero.
Cuando los obituarios unen al amor por la cultura el privilegio de la amistad y se escriben con el corazón, el resultado no puede ser otro que el entregado por Guillot en este artículo: razón y emoción de la palabra para que el fallecido viva en la memoria.
Gracias Félix. Un fuerte abrazo, camarada!!
Muchas gracias Víctor por tu estupendo artículo, con Tino, a mí me unía una muy sana amistad desde que tenía la librería de Dtr. Bellmunt. Fueron muchísimas las veces y durante años los que comímos juntos con Isabel, Elsa, Camín y Carmen, en el Gandoy, El Auseba, Las Colonias y otros muchos restaurantes del momento.
Con Tino, visité las librerías de Lisboa, Oporto, Madrid, Salamanca, etc. Era un lujo acompañarle en esas visitas y disfrutar de su compañía.
Luis Ardavin y yo mismo lo animamos a poner su librería en la Calle de La Merced, porque de aquella pretendíamos que fuese la calle del libro, junto a Paradiso, Musidora, Veritas y Cornión.
En estos momentos siento una profunda pena, porque se va un amigo, creo que no era la hora, como diría Camín, «esta vida es una estafa», pero también se va un LIBRERO con mayúsculas, todo un referente a nivel nacional. Descanse en paz.
Inspeccionando los lomos de los libros que en los anaqueles de su librería se exponían, fui girando una y otra vez hacia el rostro del librero en el que, con las repetidas ocasiones, se iba dibujando una amable y tenue sonrisa, haciéndome participe de su tesoro de anécdotas, entrañable mordacidad y compartiendo sana misantropía.
Allí a donde fuere siempre tendrá algo que contar Tino Vetusta, y en nuestra memoria quedará su gracia exquisita y discreta cordialidad.
Gracias Amadorl. Siempre te veíamos por la calle de la Merced, siempre unas palabras amables y esa complicidad de calle, de espíritu, que hacen verdadera comunidad. Un fuerte abrazo!
Envío mi pésame a sus amigos y a su familia. La de mi padre fue una de las bibliotecas que tasó.
Excelente obituario. Culto, claro, sentido y muy bien escrito. Y el género no es fácil. Un abrazu, Víctor.
Gracias Jaime. Un abrazu muy fuerte. Escribir obituarios es siempre jodido. Un género difícil por amargo. Nos debemos unos cacharros y brindar por lo que sea. Incluso por Vetusta. Se te quiere.
Víctor, gracias por su artículo, yo no sabría expresarlo mejor. Le compré el primer libro bueno, de bibliófilo por decirlo de alguna manera, hace más de 25 años, como no tenía dinero para comprarlo, me dejo pagarlo en dos veces y ahí empezó una pequeña amistad de librero-cliente y digo librero porque «Tino» era un librero, no un vendedor de libros. Cuando iba a la librería, al menos una vez al mes, él me sacaba libros que me podían interesar, siempre acertaba. Aunque parezca extraño, lo empecé a conocer mejor, cuando se jubiló, ya no me vendía libros, pero siempre que nos veíamos, me asesoraba sobre ellos. Lo echare de menos, porque nada más que vea un libro antiguo, en cualquier sitio, me acordare de él, porque ya nadie me podrá dar los consejos que él me daba. DEP.
Gracias José Antonio. Quienes le conocimos le celebraremos siempre. En el fondo, Tino era un hombre sentimental y vitalista.
Excelente semblanza la que has escrito y dedicado a tan ilustre y entrañable personaje, al menos para los que lo conocimos un poco más allá del escaparate de Vetusta. Seguro que estaría encantado con tu despedida.
Gracias Edu. Me emocionan tus palabras. Un fuerte abrazo. Le seguiremos celebrando.
Hola, Víctor,
Maravilloso homenaje el que les has rendido a Tino Vetusta.
Yo lo conocí a través de internet, cuando me documentaba para una novela que va de libros y libreros (Libros Rayados). Contacté con él para pedirle permiso para que fuera uno de los personajes de la novela y accedió encantado. Desd entonces mantuvimos una relación epistolar muy fértil. Fue un rivilegio
Hola, Víctor,
Maravilloso homenaje el que les has rendido a Tino Vetusta.
Yo lo conocí a través de internet, cuando me documentaba para una novela que va de libros y libreros (Libros Rayados, 4a edición, una productora quiere llevarla a la pantalla). Era un personaje tan novelesco que contacté con él para, con su permiso, convertirlo en uno de los personajes de la novela y accedió encantado. Desde que me dio sus bendiciones y durante el proceso de escritura mantuvimos una relación epistolar muy fértil. Fue un privilegio para mí haber disfrutado de sus anécdotas y sus consejos. No son pocos los lectores que se enamoran en la novela del personaje de Tino Vetusta, y en ferias de libros y charlas en clubs de lectura sale a relucir siempre su nombre. No lo llegué a conocer personalmente pese a que me había invitado a comer si pasaba por Gijón (soy de Lleida), pero no por eso mi admiración por él disminuyó un ápice.