«La Administración así lo quiere. Ni sabe, ni desea controlar: horarios, sueldos, grupos, visitas organizadas, alojamientos»
Sufre «la invasión» de los turistas el barrio alto cuando el estío asoma la cabeza en el almanaque y algunos vecinos ya piensan en emigrar entre julio y agosto. Como si fueran pamploneses que no quieren convertirse en uniformados pamplonicas, de pañuelo rojo al cuello, a partir del 7 de julio. No digo que sea mala la convivencia, ni pretendo criticar al turismo (es un gran invento). Quién no ejerce de cargador y paseante de maletas si la oportunidad y el dinero se presentan en sabia conjugación, mas hay puntos negros en una urbe que no está sabiendo asimilar el furor por Gijón como destino vacacional. El casco viejo y sus estrechas calles quedan taponadas en determinados momentos del día por las visitas guiadas y los llamados «free tours».
Me cuenta la incombustible Anina Hood que llegan a coincidir hasta cuatro visitas en la Plaza de la Soledad, cerrando el paso a los vecinos. Son grandes profesionales los guías, al menos aquellos que no enarbolan la bandera pirata como ocupación ocasional. Estos últimos hacen un flaco favor a los primeros. Los visitantes se llevan a casa «narraciones singulares» alejadas de la historia del barrio y la ciudad. Se escuchan en parques y plazas acentos murcianos y madrileños. andaluces y alemanes, italianos y franceses. Gafas de sol, mapas desplegados, pantalones cortos y chubasquero. Al pie del Club de Regatas puede contemplarse una larga fila india que avanza con paso cansino cual procesionaria gigantesca, camino del cerro. Todo o todos parecen concentrarse en este pueblo-barrio de perfume marino que hoy es un decorado para fotografiar. La Administración así lo quiere. Ni sabe, ni desea controlar: horarios, sueldos, grupos, visitas organizadas, alojamientos. Es muy curiosa esta manga ancha con los dos motores económicos en este país que forma parte de Europa por pura chiripa geográfica. Manga muy ancha con la construcción y el turismo en unos meses de restricciones por culpa de una pandemia que juega a la contra en cualquier terreno. Si somos sinceros (los de arriba y los de abajo), ellos y nosotros sabemos que no tenemos ni la mejor hostelería del mundo ni hoteles para empatar. Ojo que no lo estoy criticando, el planteamiento podría ser otro.
Lo malo es que me temo que no hay estrategia alguna y el caso es dejarse llevar por los lugares comunes: paraísos naturales, sidra helada, cachopos kilométricos, pastel de cabracho con pimiento de lata, fabada como primero o segundo en la carta o el menú. No se trata de renegar de la tradición, se trata de elaborar, construir, planificar y pensar si queremos ser Edimburgo o Magaluf. Si podemos ofrecer una oferta escalonada a lo largo del año, si nuestros horarios encajan con el turismo internacional. Sin atajos ni despedidas de soltero. Es necesario dejar respirar a las piedras, huesos y gentes de Cimavilla. Todavía hay vida en mi barrio, no intenten anular su esencia, lo poco que queda. Lo anunciaban sin saberlo, lo cantaban hace unos cuantos años El Gran Combo de Puerto Rico: «No hay cama pa’ tanta gente».