«La actualidad local gijonesa nos demanda altas dosis de cinismo para poder soportar tanta hipocresía«
Desde que irrumpió la pandemia, uno se ha abrazado al salvavidas de la ironía para no naufragar en mitad de esta tormenta de normas absurdas y delirios políticos que, efectivamente, han vomitado los gobiernos y los partidos a lo largo de este último año. Lo absurdo de la norma es que prohíbe aquello a lo que incita. No podemos viajar pero se nos insta a desear permanentemente los viajes de los otros a través de los mass media. Solo la ironía que propicia el cinismo ha conseguido que en todo este tiempo no nos hayamos vuelto locos.
La ironía, sin embargo, exige conocimiento y cierta inteligencia, y no se estila tanto entre los gobernantes de piel fina que enseguida amedrentan a los gerentes de los medios de comunicación agitando el catálogo de la publicidad institucional con arrogancia y soberbia. Valga como ejemplo el aviso a navegantes de la Alcaldesa, en la entrevista que concedió ayer a la Cadena SER. El caso es que en mitad del barullo local, publica mi buen amigo Eduardo Infante No me tapes el sol. Como ser un cínico de los buenos (Ariel, 2021), donde desglosa el pensamiento de Diógenes con soltura y didactismo, devolviendo una herramienta de pensamiento ético y político vivo a nuestra actualidad. Eduardo es un bestseller andaluz afincado en Gijón. Maneja la filosofía en ensayos, clases y relámpagos de tweet que tienen un valor perdurable, por eso triunfa.
Me acogí al cinismo de Rick Blane o Humphrey Bogart en Casablanca cuando era un adolescente. En alguna ocasión he dicho que Bogart es el Diógenes Laercio del siglo XX y que para ser un cínico como Rick antes hubo que ser un romántico al que le han destrozado el corazón. A veces los cínicos y los hipócritas se confunden porque ambos se manejan hábilmente con el florín de la ironía. Pero la diferencia entre un cínico y un hipócrita radica en la distinta autoridad sobre la que ambos se apoyan para romper las convenciones sociales. El primero suele sostenerse sobre sí mismo, sin comprometer a nadie más. Diógenes lo hacía desde un barril y la solemnidad de su pobreza. El segundo lo hace sostenido sobre el poder y el despotismo de su riqueza. Mientras uno desvela la verdad desnudando nuestras propias contradicciones sin remisión, el otro las oculta o las desvela apostando siempre por su propio negocio.
Así las cosas, la actualidad local gijonesa nos demanda altas dosis de cinismo para poder soportar tanta hipocresía. Los periodistas vamos muy bien servidos para seguir contando lo que gusta y, sobre todo, lo que no nos gusta, desde nuestro barril, aunque haya que reclamar a la Alcaldesa o a su porquero que, por favor, se aparte y no nos tape el sol.