Tres chavales cuentan para MiGijón las dificultades para emanciparse por la burbuja de los alquileres. Tener trabajo ya no es suficiente para vivir solo

Ni la pandemia ha conseguido pinchar la burbuja de los alquileres. Al contrario de lo que se podría pensar en plena crisis económica, el precio por metro cuadrado sigue subiendo de manera imparable en el mercado inmobiliario, sobre todo en los arrendamientos. Gijón no es ajena a esta realidad que se repite en todas las ciudades de España. Cada vez la renta es más alta y se exigen condiciones más estrictas para firmar un contrato. Lo dicen las cifras, siempre elocuentes. La villa es la ciudad más cara de Asturias, según el último estudio elaborado recientemente por el Ayuntamiento de Gijón. De media, 550 euros al mes a pesar de que cuenta con 7.000 viviendas vacías y 14.000 infrautilizadas. ¿Los más perjudicados? Los jóvenes, siempre con trabajos más precarios y peor remunerados. La tasa de paro juvenil en Europa es de casi el 40%. El resultado es que casi 4 de cada 10 jóvenes asturianos de 25 a 34 años siguen viviendo en el hogar familiar. La mayoría sueña con un “trabajo mileurista, indefinido” para poder comenzar “una vida”, pero la dura realidad es que estas condiciones hacen impensable la emancipación. «Se nos eterniza la adolescencia», resumen tres jóvenes para MiGijón. Ya de comprar piso y pedir una hipoteca, ni hablamos.
«Sin ganar más de 800 euros es difícil plantearse la independencia»
Sara Barroso (32 años), trabajadora en hostelería, encadena trabajos de “tres o cuatro meses” desde hace años en los que, a veces, no llega ni a mil euros. “En verano sí gano algo más, mil y algo, pero trabajando 9 o 10 horas”. En todos estos años el trabajo más estable que ha conseguido fue en Oviedo, pero donde no ganaba más de 800 euros. «Así es difícil plantearse la independencia. ¿Qué me queda, compartir hasta que me jubile?”. Por eso vive en Gijón en la casa familiar, donde además colabora con los gastos.
“Alguna vez he mirado alquileres, pero me he encontrado estudios de 480 euros a los que hay que añadir el agua, el gas, la luz… Y, por otra parte, están las condiciones. En la mayoría de los casos piden nómina, aval, seguro, mes de fianza y, si es de agencia, un mes también para ellos. Parecen casi requisitos de una hipoteca”. Respecto a las ayudas (como la de 250 euros a jóvenes anunciada por el Gobierno) opina que “además de darlas habría que controlar que no existan caseros que traten de aprovecharse de esa ayuda subiendo el piso del alquiler”. Los requisitos que necesitaría para poder independizarse no suenan nuevos: “Un trabajo estable, en el que gane unos mil euros y en el que no tenga que trabajar ‘20’ horas diarias”.
En su círculo de amigos, cuenta que las situaciones no son muy distintas: «Hay quien ha podido independizarse a casa de algún familiar con un alquiler muy bajo, otros, gracias a alguna ayuda, están compartiendo pisos y los más afortunados han podido independizarse, eso sí, con sus parejas».
“Alquilar en Gijón es algo inasumible. He comprado un piso con la ayuda de mis padres»
Clara Miguelez (26 años) trabaja durante la temporada escolar en la Asociación Juvenil Abierto Hasta el Amanecer con un contrato parcial de 30 horas. No es una recién llegada al mundo laboral. Tiene dos menciones del Conservatorio (actualmente estudia el grado en Educación Social) y ha pasado por un voluntariado europeo, pero además lleva desde los 18 años acumulando trabajos, como los de profesora o socorrista. Sin embargo, ni sabe lo que es un trabajo fijo, ni su vida laboral muestra más de dos años. “Tengo asumido que nunca voy a tener seguridad en el empleo. Mi sector (el social) no se valora económicamente y me da rabia, pero me apasiona, es lo que hay”.
Con todo, no le ha quedado más remedio que compartir piso. “En Gijón una vivienda te cuesta unos 500 euros, algo que es inasumible, más cuando en la temporada de verano, como es mi caso, sabes que te vas al paro”. Explica que en los últimos años ha pasado por varias casas con buenas y no tan buenas experiencias: “Irte a vivir con gente a la que no conoces es una experiencia muy fuerte”. Tras la última, ha tomado una decisión que pocos jóvenes pueden contemplar: comprarse un piso. “Sé que soy una privilegiada, porque mis padres han podido echarme una mano con la entrada (algo más de 30.000 euros), dinero que les iré devolviendo. Pero al mes, de hipoteca, pagaré mucho menos que si alquilara, unos 350 euros”. Consciente de que no es “lo normal”, cuenta que en este sentido es la más afortunada entre sus amigos. “Los que no se han tenido que ir a trabajar fuera siguen en casa de sus padres o compartiendo piso con amigos o parejas”.
«Viviría sola, pero no me queda otra que compartir piso»
Irati Pires (24 años) nació en Llanes y se trasladó a Oviedo para estudiar Psicología, periodo en el que compartió piso. Ahora lo hace en Gijón gracias al programa Comparte Joven, (financiado por el Ayuntamiento) gracias al cual ha podido entrar a compartir vivienda con otros dos chicos por algo menos de 140 euros al mes. Esta iniciativa está planteada como un “paso” a otra etapa de más independencia, por lo que tiene una duración inicial de un año (aunque prorrogable siempre y cuando se cumplan los requisitos).
Reconoce que tuvo mucha suerte al encontrar este piso, porque además ya conocía a las dos personas con las que entró a vivir. Y es que, aunque lleva desde los 18 años compartiendo, “y un año, en que no me daba con los trabajos, en casa de mi tía”, lo piensa un momento y asegura que “quizá, si no conociera previamente a la gente con la que iba a entrar a vivir no me hubiera planteado volver a compartir piso. Compartir con desconocidos es algo que siempre puede salir bien, pero también muy mal”. Desde luego, si pudiese elegir “viviría sola”. Solo tiene buenas palabras para el programa que la acoge, “creo que deberían potenciarse mucho más. Está bien dar ayudas, pero creo que el camino es este, utilizar vivienda pública para ayudar a los jóvenes a emanciparse”.
Ha estudiado un máster en Educación Orientativa y está cursando otro en Sexología, sin embargo, los trabajos que le salen son de monitora. “Tengo trabajo dando algún taller y ahora estoy a media jornada, pero conseguir algo de psicóloga es complicado. De hecho, a medio-largo plazo lo que me planteo es emprender o irme, porque no veo posibilidad de conseguir un trabajo estable por cuenta ajena”.
Aún con todo es la única de sus amigas de la universidad que ha conseguido salir de la casa familiar. El resto del grupo sigue con sus padres, salvo una, “que al tener pareja ha podido irse con ella». Respecto a este punto, Irati reflexiona en voz alta “está bien irte con tu pareja, aunque creo que deberíamos poder irnos a vivir solos, ‘a nuestra bola’ y después, si te apetece, compartir piso. Pero no debería ser requisito. Y eso que a veces hablo con mis padres, que con 19 ya convivían y pienso que esto de la adolescencia se nos está eternizando”.