Un país es rico porque tiene educación y educación significa que, aunque puedas robar, no robas. Yo añadiría que, aunque puedas despilfarrar, no despilfarras
Me gustan los trenes. Mi padre tenía una maqueta a escala del «Surexpreso» Lisboa-Hendaya guardada debajo de la cama. La sacaba cada mañana de domingo, tras desayunar, religiosamente, churros con chocolate. Mi hermano y yo sentíamos la libertad de estar en pijama a media mañana, tumbados sobre el suelo del salón, contemplando con asombro cómo la locomotora encendía las luces justo antes de atravesar un túnel horadado en una montaña de cartón piedra.
Estos días se habla mucho de trenes y túneles; no tanto de la responsabilidad en la gestión del dinero público y del honor. Los japoneses son un pueblo amante del honor y del tren. El Shinkansen, conocido popularmente como «tren bala», es el orgullo del país, una máquina capaz de alcanzar los 320 kilómetros por hora. El Shinkansen siempre llega a tiempo, menos en cierta ocasión en la que se cometió un fallo imperdonable: salió 20 segundos antes. El Tsukuba Express estaba programado para ponerse en marcha a las 9:44:40, Sin embrago, un error humano hizo que saliese de la estación a las 9:44:20. Aunque no se recibieron quejas por parte de ningún viajero, los responsables lamentaron profundamente los inconvenientes causados y dimitieron por no haber sido capaces de cumplir con su deber de llegar siempre a la hora, ni un segundo antes, ni uno después.
Los ingleses no tienen trenes bala pero su ministro de Desarrollo Internacional, lord Michael Bates, dimitió por llegar a la Cámara de los Comunes un minuto tarde. Bates afirmó públicamente sentirse completamente avergonzado por no estar en su lugar. La demora impidió que el ministro contestara a la pregunta de una diputada laborista sobre la brecha salarial. «Siempre he creído que debemos elevarnos a los más altos estándares de cortesía y respeto al responder en nombre del gobierno a las legítimas preguntas de la legislatura», dijo Bates apenado mientras se retiraba por última vez de la cámara.
Dimitir fue una acción que devolvió el honor tanto a los responsables del Tsukuba Express como a Michael Bates. «En España no dimite ni dios» parece ser algo más que una frase hecha. Nuestra sociedad muestra una cierta resistencia a la asunción de responsabilidades por medio de la dimisión. Mi hipótesis es que una de las razones principales tiene que ver con nuestro concepto de lo público, tan bien sintetizado en la sentencia «Nosotros administramos dinero público, y el dinero público no es de nadie» que, aunque pronunciada por un ministro, refleja el inconsciente colectivo del país. Entender lo público no como «lo nuestro» sino como «lo de nadie» permite, incluso fomenta, el despilfarro legal del dinero de todos. Y, si ser impuntual es no llegar a tiempo, y da exactamente igual que sean dos horas que veinte segundos, despilfarrar es malgastar los recursos de todos, y da exactamente igual que sean 31 trenes de Renfe que un paquete de folios de un colegio público.
Afirmaba Don Antonio Escohotado que un país no es rico porque tenga diamantes o petróleo. Un país es rico porque tiene educación y educación significa que, aunque puedas robar, no robas. Yo añadiría que, aunque puedas despilfarrar, no despilfarras, porque sabes y sientes que el banco de la calle, la papelera de la esquina, la luz de la farola, el agua del grifo del servicio de la piscina municipal, los servicios de urgencias del hospital, las plantas aromáticas del parque o el pupitre del colegio son «lo nuestro». Seguir pensando que no es de nadie es perder el tren.