
Manu se topó con otros ojos, también miraban canalones. Un tipo alto, moreno, de camisa blanca y vaqueros ajustados, con pinta de protagonista de telenovela. El galán sonrió a Yuri y dijo: «Pinche de canalones»

Llegó al barrio alto cuando la palabra turismo no era mercancía cotidiana ni en Gijón ni en el resto de Asturias. Vivió de alquiler sin grandes preocupaciones, crió a sus dos peques entre el Chino, el Parque, Honesto Batalón y Liquerique. Se separó de la madre de sus hijos y quedó varado como un cetáceo en el arenal del paro, con un último contrato de alquiler, casi vencido y sin derecho a prórroga. Un ebanista sin curro, con 50 años en este puñetero país, tierra yerma a la vista.
Siempre podría trabajar para guiris o madrileños en las mesas de algún bar, por temporadas tal vez. Atendiendo terrazas. En su juventud abrazó los ideales más revolucionarios en el Partido Comunista de los Pueblos de España y pasó de llamarse Manuel o Manu para algunos a ser Yuri para todos. Todavía quería cambiar este mundo a los 50 y no estaría mal empezar por el barrio que conocía sus pisadas desde la primera y bien sufrida mudanza en una Noche de los Fuegos con una Cimavilla ‘sitiada’, doce años atrás.
Pasaba la tarde sin demasiados contratiempos para Yuri, en una primavera que regalaba días de sol con cuentagotas. El mayor, Leo, se quedaba en casa rezongando y estudiando con la intención de salvar los interminables exámenes del instituto, y a Manu le venía a la mente Froilán, el nieto del Rey Emérito, preguntándose con media sonrisa: ¿para qué?. Jon, el pequeño, recorría su barrio en estampida, como un caballo salvaje, saltando, corriendo, riendo. Tomaron los dos camino por Rosario y Yuri se fue fijando en los canalones y las pegatinas que cubrían ese invento dado por la humanidad para «civilizar al agua» y que en algunos casos y casas se iban «achatarrando», como diría Gabriel García Márquez. Pegatinas de tamaños y colores diferentes con lemas de lucha, otras ofrecían trabajos de restauración de fachadas.
Le llamó la atención un Bob Esponja agarrando un arco iris con la frase: «Recuerda que la patria está en tu imaginación». Y otra con la leyenda: «Todo el mundo necesita una casa, nadie necesita un casero». Había una color verde de Asturies Antitaurina y más abajo se podía leer: «No a la guerra», «Aquí no hay quien viva» y «El turismo nos arruina».
En su lenta contemplación de canalones y pegatinas, mientras Jon jugaba al fútbol solitario con una lata, Manu se topó con otros ojos, también miraban canalones. Un tipo alto, moreno, de camisa blanca y vaqueros ajustados, con pinta de protagonista de telenovela. El galán sonrió a Yuri y dijo: «Pinche de canalones». Manu devolvió la sonrisa al cineasta Alejandro González Iñárritu y añadió: «Pinche pegatinas». Se despidieron levantando al tiempo la mano derecha a media altura. Y en cuanto el mexicano se alejó, Yuri recordó a un perro grande y chingón, que tampoco se salva del final de los finales en ‘Amores Perros’, en un día que no había estado mal del todo. Sonrió parado, imaginando neumáticos ardiendo en las calles y plazas de Cimavilla, canturreando susurrante ‘Lucha de gigantes’. «Y en un mundo descomunal, siento mi fragilidad».