Las bodas asturianas ascienden a presupuestos que oscilan entre los 23.700 y los 40.000 euros y una media de diez servicios que se contratan para el gran día: «Llega un momento que lo quieren todo»
Malena García (40) y Alba Cuesta (32) cuentan qué esperaban del día de su boda cuando tomaron la decisión de casarse y transmiten cierta sensación de excepcionalidad. “Nosotras teníamos claro que queríamos hacer una fiesta, una buena celebración y que la gente se despreocupase y que se lo pasara bien”. Enumeran las prioridades: “Que la comida fuese de calidad, que el sitio fuese muy guay, que la música fuese de nuestro gusto, que la barra libre fuese decente… Con eso yo creo que teníamos cubierto lo que buscábamos y luego el resto ya nos parecía bastante accesorio”.
Estas dos vecinas de Gijón contrajeron matrimonio el 1 de mayo ante 67 amigos y familiares a mediodía en el Ayuntamiento y celebraron la fiesta de después en ‘La Casona de Amandi’, en Villaviciosa. Aquella finca que mejor cumplió con su deseo de pasar el día «en un lugar alejado de la ciudad y rodeado de naturaleza». Su impresión es que cumplieron objetivos con creces: el catering incluido en los servicios de la casona lo prepara el equipo del chef con estrella Nacho Manzano y «tanto el menú como el servicio fueron alucinantes, ojalá comer de sus platos todos los días». Para el tema fotos contrataron a un fotógrafo porque querían conservar «un trabajo profesional», pero con los vídeos, «vimos que contratar a un videógrafo era igual de caro y pensamos que con los ‘movilazos’ que tenemos todos y todas las grabaciones que habría del día estaríamos más que satisfechas».
No hubo corner de alpargatas; su razonamiento pasó por que «cada uno se llevase sus propias zapatillas si quería como hicimos nosotras y listo, ¿no?». Tampoco ciggar bar, mesa de dulces, glitter corner, photocall, fotomatón, retratos, tatuajes, pirotecnia… Ni siquiera hora loca, ese servicio de animación tan de moda que promete una resurrección garantizada de los espíritus ‘cansados’ a mitad de fiesta. «Bastante arriba estábamos nosotras ya, no hacía falta más locura», recuerdan ambas. En su caso era de verdad: no contaron con una mayoría de servicios que ahora se asumen parte normal de la celebración. “Intentamos prescindir de todo lo que consideramos más superficial o que supusiera un despilfarro innecesario porque asumimos nosotras todos los gastos”, resume Malena. Sin embargo, su sencillez no representa la deriva general que estar tomando las bodas en los últimos años.


Los datos que se barajan de años anteriores en algunos portales estadísticos (Stadista por ejemplo) sitúan a España como el segundo país del estudio en el que salía más caro pasar por el altar, solo por detrás de Estados Unidos y con un precio medio de 23.400 dólares, superando a países como Francia, Bélgica o Reino Unido. La cifra pertenece a 2019, pero coincide con la tendencia que recoge Bodas.net, un destacado portal web en el sector nupcial y que observa cómo la curva en España va en aumento con los años: desde los 21.000 euros en 2023 a los 23.750€ que han concluido en 2024 con las más de 2.000 parejas a las que encuestaron. En ese cálculo no incluyen la luna de miel y otros detalles externos a la celebración como el anillo de compromiso, servicios que pueden añadir otros 6.000 euros a la suma.
La boda media en España en 2024 cuesta 23.750 euros, el equivalente a la entrada de un piso
Y en lo alto del récord español, Asturias. Los novios asturianos pagan el precio medio más caro del país para sus invitados, de unos 267 euros, muy por encima de los 196 que Bodas.net calcula a nivel nacional. O sea que, al unir piezas, tenemos que el Principado es una de las regiones del mundo donde más dinero se deja uno en «el día más especial de su vida». Si se pone el dato en perspectiva con el mercado actual de la vivienda, desembolsar 22.000 euros de golpe podría equivaler a dar la entrada para un piso de condiciones, digamos, medianamente estándar, al tener que cumplir con el requisito de depositar el 20% del gasto hipotecario total.
Adriana García (30) y su (todavía) prometido, Marijn de Boer (35), pusieron este desembolso en perspectiva con lo que se dejaron en el viaje por América Latina con el que él terminó hincando rodilla. Eran unos meses de aventura juntos con los que llevaban fantaseando desde que empezaron a salir en 2018; no así la idea de casarse. Ahora, inmersos en los preparativos para el gran día, el 3 de agosto, se están dejando 20.000 euros al margen del viaje, 5.000 más de lo que gastaron en ese itinerario por Sudamérica. «Cuando comparamos ambas cosas y vimos que nos estamos dejando más en preparar un día que el dinero con el que vivimos durante 3 meses, dijimos: «Mierda, ¿de verdad queremos hacer esto?»», cuenta la de Gijón.
Ellos se han respondido que sí obviando lo económico y recordando que encontraron su motivación al asistir a un par de enlaces desde el otro lado. «Ver a toda la gente junta que te quiere, ese punto de celebrar el amor y que estamos felices juntos… Nos hizo ponernos en los zapatos de los novios y dijimos: «pues casarse igual está bien»». Y ese es el espíritu que quieren que prevalezca el gran día, a pesar de observar y experimentar hasta qué punto se «exprime el negocio», ya que a cuatro meses de la boda el lugar que habían elegido para celebrar el banquete en Gijón les dejó tirados. Después de distintos engaños por teléfono y cancelar la prueba del menú, se enteraron gracias a otro proveedor de que el Ayuntamiento había cerrado el espacio «porque les faltaban distintos permisos, necesitaban hacer una obra y también habían tenido problemas con vecinos de la zona». Aún no han sido avisados por el local, pero enseguida tuvieron que buscar otro sitio en el que celebrar la fiesta. «Es que es decir la palabra ‘boda’ y…», sugieren.
Ambos además constatan la importancia del factor cultural en la diferencia entre España y Holanda, su país de residencia, y cómo hacen que el día se transforme en «bodorrio» o se quede en «boda». Él es neerlandés y lo máximo que suele organizarse allí consiste en una «comida o cena muy informal con no más de diez amigos o familiares, solo los más allegados, después de ir a firmar al registro». «Son más individualistas, no viven tan vinculados a la familia y también les gusta salir, pasarlo bien y comer y beber bien como en España», añade Adriana, que añade un ‘pero’ sin rodeos: «El caso es que son bastante ratas para todo».
La influencia cultural está clara, pero no termina de justificar qué ocurre en Asturias y en España. ¿De quién es la culpa entonces? ¿Son los proveedores que viven de ello o es que los novios hacen un gasto excesivo? ¿Y la presión social? La respuesta aún no está clara y parece haber un poco de todo en ella. Aldara Arruñada Muñoz, por ejemplo, lleva siendo wedding planner en la región desde hace diez años, por sus manos pasan una media de 16 bodas y resume que esta ‘sobreinflación’ nupcial se debe en parte a que «las novias» van cayendo en el bucle de los preparativos a medida que se acerca la fecha. No considera que pertenezca a la esfera de wedding planners de lujo, pero trabaja con una media de presupuestos que ronda los 40 o 50 mil euros. «Empiezas muy ‘chill’, buscando lo que encaje… Pero llega un momento en que lo quieren todo». Habla en femenino porque solo recuerda organizar el enlace junto a dos novios; se siguen encargando ellas aunque «en los últimos años los chicos igual se involucran un poco más porque los servicios para la parte de la fiesta han crecido».
Efectivamente Bodas.net da la razón en ello. La tendencia que concluyen en su informe de 2024 es que cada año, las bodas cuestan más, se preparan con más tiempo y tienden a una «mayor personalización». La premisa de los servicios que se contratan «sorprender» y de media cada pareja española paga 10 proveedores distintos para el día. La opinión personal de Muñoz es que «no hacen falta tantas cosas, solo que las necesarias sean buenas». Recuerda una anécdota cuando estaba empezando el negocio que le hizo darse cuenta de cómo han cambiado las prioridades respecto a las nupcias de generaciones anteriores. Su padre trabajó inmerso en una finca para eventos durante toda su vida, asistió a muchos enlaces y un día descubrió a Aldara comprando vasos para una pareja. Con mucha sorpresa le preguntó si no había vasos en el restaurante. «Y sí que los había, pero a los novios no les gustaban».
«Colombia se puso de moda como destino de luna de miel gracias a la serie ‘Griselda’ de Netflix, pero me he encontrado con personas que no saben situar en el mapa adónde van»
Concluye añadiendo dos motivos más a la ecuación: el mundo influencer de las redes y el «yo más». Ambos los menciona Alba Espina, responsable de Infinity World, una agencia gijonesa especializada en viajes de novios. Ella suma la «búsqueda de exclusividad» y «lo que esté de moda», lo que termina haciendo «que las expectativas de la gente no se ajusten a su realidad» y haber visto a «más de una pareja pedir financiación y créditos para costear parte del viaje o la celebración». En su negocio ayudan a gestionar unos 100 viajes al año y desde este año ha ampliado su servicio a contactar con proveedores como peluquería, flores o gestores financieros para los novios. Pone como referencia los viajes: desde hace unos meses, Colombia es un destino de luna de miel en tendencia gracias a la serie ‘Griselda’ de Netflix, lo que se une a haberse topado con «casos de novios que no saben situar en el mapa el sitio al que van ni qué situación vive ese país». «Se piensa más en la exposición del día que en el sentimiento». Aldara lo ratifica con clientes que «quieren superar lo que ven en la boda de su amiga» o lo que ven en redes, «como la banda asturiana que tocó en la boda de una Pombo, Villaboy Band». «Más y mejor, somos así», zanjan.
¿Y quién se acuerda de los invitados? Porque si la pareja paga más, los asistentes, también. Katy y Pablo acudieron a la fiesta de Alba y Malena, quienes se encuentran todavía de viaje por Tailandia. Reflexionan días después sobre aquel día desde la oficina y coinciden en que se lo pasaron «muy bien», pero los recuerdos derivan en una charla sobre aquellas normas no escritas que se configuran en torno a costear las bodas y su papel en ello. Pablo lleva ya «unas cuantas», aunque recuerda que ya en su primer enlace se dejó 300 euros en el regalo, al margen del traje, zapatos, transporte y otros detalles. A su lado interviene Diego, otro compañero en la oficina que confiesa haber acordado con sus amigos un rango para el regalo: entre 220 y 250 como mínimo. También supera las cinco bodas en su vida y recuerda una celebrada en Ibiza durante tres días en la que los novios solo les pidieron a los invitados «regalarles el hecho de estar allí», es decir, el viaje y los días de vacaciones en el trabajo.
María Pérez tiene una opinión similar como invitada pese haber estado en el otro lado hace dos años junto al que ahora es su esposo, Adrián Rodríguez Carrera. Junto a su enlace, ha tenido que acudir a bastantes celebraciones de amigos, muchas fuera de Asturias, y reconoce que «supone un gasto importante». No ha sido su caso, pero tiene a conocidos que han tenido «unas cinco, seis, siete bodas al año durante varios años seguidos», porque también existen aquellos que, en su opinión, «amplían infinito su círculo de invitados para su día». En esas bodas de Pajares para fuera, reconoce que siempre paga más el invitado asturiano, como le ocurrió a ella misma con su enlace. «Aquí es evidente que se celebran más a lo grande, somos los más esplendidos a la hora de organizarlo y de poner cosas como desplazamiento, comida abundante y muy rica… Las bodas fuera son más escasas incluso en duración, pecan de poco banquete, etc.».
«Es difícil que te dejen celebrar tu día como quieres»
Aún con todo, el punto de partido era que no todo era «culpa» de la pareja. A veces el propio funcionamiento del negocio «no te deja» celebrar las cosas a tu manera y «planear con total libertad», como les está ocurriendo a Elena Álvarez Fernández (28) y Miguel Huidobro García (27) desde que comenzaron a preparar su boda el pasado mes de abril. Se van a casar el 4 de octubre, o mejor dicho, van a celebrar su unión con sus seres queridos en una cena de cóctel con fiesta, barra libre y demás en el hotel NH a los pies del Piles. Irán a firmar los papeles al Ayuntamiento días antes o esa misma mañana por su cuenta, sin mayores piruetas. Para la fiesta con su gente querían algo «muy sencillo»: un traje de modista, maquillaje y peinado hecho en casa y los elementos más básicos de una celebración, sin la lista de extras ya conocida. Pero explican algo que cada pareja repite asombrada: «Te encuentras con que en cuanto dices boda todo cambia, porque todos los negocios ya tienen las ideas muy claras, de antemano presuponen que querrás un montón de cosas que nosotros en nuestro caso no queremos y no te dan mucho margen».
Tanto ellos como las gijonesas recién casadas desde Tailandia, quienes decidieron tener una fiesta más sencilla, intentar ver la cuestión desde fuera y llegan a una idéntica conclusión del «temor al aburrimiento». Elena y Miguel consideran que «a la gente le agobia mucho eso de darle cosas a los invitados para que se entretengan» y que el ritmo «no decaiga» en ningún momento. Malena y Alba sintieron esa presión durante los meses previos: «Al principio y al ser una boda durante todo el día lo pensábamos, decíamos: «Dios mío, ¿la gente va a aguantar?»». Sin embargo, revelan un consejo que les dio uno de sus proveedores «con mucha experiencia de años». «Nos dijo que la gente hace lo que hagan los novios y punto, que el resto es todo accesorio. Si los novios están arriba, la gente está arriba. Si los novios están sentados en el jardín, la gente está sentada en el jardín, y tenía muchísima razón». Elena se hizo ese mismo recordatorio hace poco, quizá ese sea el secreto. «Tienes que pararte y pensar en que hay que estar centrado en pasarlo bien, nada más, acordarte de: «Son mi familia y mis amigos, me quieren y están aquí para celebrar mi día pase lo que pase».