

«En Gijón sólo pueden bailar los espectros, como en Eurodisney«
No hemos caído en la cuenta hasta ahora, pero hace mucho tiempo que sigue vigente la prohibición de bailar en Asturias. No se puede bailar en el Bambara, no se puede bailar en el Savoy, tampoco se puede bailar en el Patio de la Favorita, ni en el Toma 3, ni en el Lobbie, ni en el Pez de la lata, ni mucho menos en La Plaza o en el Mubarak. La mayoría se han convertido en bares fantasma. Están cerrados o vacíos. Tampoco se puede bailar en los conciertos, ni en los teatros, ni en los parques ni en las plazas. No se puede bailar en la calle, ni en los pubs, ni en los retretes de los pubs. No se puede bailar en ninguna parte porque, querido y desocupado lector, está prohibido bailar. En Gijón sólo pueden bailar los espectros, como en Eurodisney.
¿De qué nos protegemos cuando bailamos? Esta noche he bailado como un loco hasta las cuatro de la madrugada en el salón de mi casa. Bailé hasta que los pies me gritaron basta, hasta que las suelas de mis botines se resquebrajaron, hasta que mis rodillas se rompieron y mis vertebras se dislocaron. Bailé como Gen Kelly, como Fred Astaire, como Elvis Presley, como Little Richard, como James Brown. Salté como Sid Vicious, como Iggy Pop. También bailé como Ian Curtis antes de que sufriera otro ataque epiléptico, y como Thom Yorke y como David Bowie y como Jarvis Cocker, como Nick Cave o como Lou Reed que nunca supieron bailar. Me inventé coreografías como las chicas de chicle de Instagram o de Tik Tok y lo retransmití todo en un reel para que el mundo, por fin, pudiera bailar. Y bailé con Olvido Alaska, con Miguel Bosé, con Marilyn, con Frankenstein, con Greta Garbo, con Batman y Robin, con Bibiana Fernández y con Victoria Abril, que iba sin mascarilla. También bailé con Nacho Vegas, con Jorge Explosión, Igor Paskual y Pablo Und Destruction; y con Fee Reega y con Alejandro Castaño, y también bailaron Monchi Álvarez y Arantxa Nieto y Kike Reigada y Juan Díaz. Y allí estaban Tigre y Diamante. Y era una danza salvaje, era una orgía. Bailamos todos en un local swinger, en el pub Noches, calle Trueba, rodeados de parejas intercambiables, compartidas, deseantes, donde sí se puede beber y follar pero no se puede bailar.
«Este Gijón que vive en vilo, entre la modernidad y la ruina, el estancamiento y el futuro»
Iba de un punto a otro de mi casa, provocando la curiosidad de mis vecinos. Los cimientos del edificio se agitaron, como se han agitado los de nuestra biografía. Se habían encendido todas las alarma de la casa, dentro de otro estado de alarma: el gas, el agua, se derramaron; el suelo, las paredes, todo se derrumbó al ritmo de mis pies bailongos, imparables. Bailar nos hace creer que la ciudad nos pertenece, como aquella peli aburrida de Jacques Rivette. Paris nos pertenece, Nueva York nos pertenece. Gijón nos pertenece. El mundo era mío porque el mundo se acababa. Me dejé llevar por el trance ¿Se acuerdan del trance? y después me atiborré de sonidos sampleados, copiados, resucitados hasta que logré alzar el vuelo sobre la ciudad, como Jeff Bridges en el Gran Levobski, rodeado de coristas, mujeres que me amaban, me querían y me admiraban.
La vida, sí, nos vuelve incombustibles. Este Diario Pop, que es la anotación de los placeres y los días, toma nota de la realidad gijonesa. Pero ya nos dijo Juan Cueto que Gijon es glocal. Vamos de lo local a lo global. Este Gijón que vive en vilo, entre la modernidad y la ruina, el estancamiento y el futuro. Y yo pienso ahora que no hay nada más universal que la danza. Bailar es descubrir qué ritmo tiene nuestro tiempo. La danza es la poesía que rompe la rutina acompasada del presente, esa que nos obliga a ir de casa al trabajo y del trabajo a casa. Bailar es la mejor forma que encuentra uno para desafiar al futuro, porque bailar sacude nuestros demonios interiores. Bailar es la mejor oposición parlamentaria contra Adrián Barbón y Ana González, y Nuñez Feijoo y Revilla y Pedro Sánchez. Bailad, diputados, bailad concejales, en el parlamento, en el consistorio. Danzad, danzad, malditos, porque habéis prohibido bailar.
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