Miguel Laburu, presidente de la AVV Severo Ochoa: “Los vecinos son gente muy mayor que no se moviliza para pedir cosas”
Pasear por Pumarín, en el corazón del distrito Sur de Gijón, es respirar la sensación de que el tiempo parece haberse detenido. Poco o casi nada ha cambiado desde que el auge industrial que vivió la ciudad a mediados del siglo XX le convirtió el epicentro de la construcción de modernas viviendas que supusieron un avance en el concepto de barrio obrero que buscaba mejorar la calidad de vida de la clase trabajadora. En poco más de tres años, terrenos poblados por pumares -origen de su nombre- entonces alejados del centro de la ciudad, se convirtieron en el paradigma de la vanguardia constructiva que trajo los primeros “rascacielos” a la ciudad. Primero fue “La Urgisa”, una manzana triangular de casas construida por la empresa Urbanizadora Gijonesa en 1949.
Después se levantaron las hoy conocidas como Las Mil Quinientas que el Instituto Nacional de la Vivienda ordenó construir en 1958 junto a la entonces conocida como “la ronda de camiones”, hoy avenida Gaspar García Laviana. Sus 68 bloques supusieron todo un hito constructivo de la época, con edificios de hasta 20 pisos de altura con ascensor y rodeados de zonas verdes. La incesante llegada de nuevos habitantes completó la orografía del barrio con la construcción del apodado como “grupo Carsa” entre 1959 y 1963, sumando otros 93 bloques aunque estos ya de configuración mucho más modesta. Pumarín creció mucho en muy poco tiempo y también sus alrededores: Nuevo Gijón y el polígono de Pumarín, quedando las fronteras de este, limitadas sin posibilidad de crecimiento.
Los vecinos de aquellos primeros “rascacielos” de Gijón siguen en su mayoría viviendo en este barrio que ve pasar el tiempo sin cambios ni mejoras. También su asociación de vecinos, que adolece de gente joven que quiera ponerse al frente. Su actual presidente es Miguel Laburu, un vecino de Somió que hace dos años cogió el cargo por petición y con el objetivo de recuperar la actividad para evitar la desaparición de este colectivo vecinal tras el abandono de sus anteriores responsables. Hoy, se prepara para pasar el testigo a “personas jóvenes y a ser posible que vivan en el barrio” con la convocatoria de elecciones el próximo 29 de abril.
Pumarín languidece sin perspectivas de inversiones, mejoras o modernización: “Falta orgullo de barrio”
A pesar de ser una de las asociaciones con más solera del movimiento vecinal gijonés, la AVV Severo Ochoa se resiente del envejecimiento de los vecinos del barrio, que “ni piden, ni se movilizan”, tal y como explica su actual presidente Miguel Laburu, un marino mercante jubilado y residente en Somió que hace dos años cogió las riendas de este colectivo vecinal con el objetivo de evitar su desaparición. “Le di mi palabra a un amigo que me lo pidió de que la pondría en marcha y en este tiempo hemos avanzado en todo”. Así resume Laburu la labor desarrollada durante su mandato que está a punto de terminar. “Hemos mantenido la asociación, las cuentas están al día y hemos digitalizado la página web”.
No ha sido labor fácil la de la actual directiva de la AVV Severo Ochoa para tirar por un barrio formado en su mayoría por los vecinos que llegaron a él en sus años de nacimiento y esplendor y que ya son “muy mayores” y en el que los pocos jóvenes que hay conviven, en su mayoría, con la precariedad laboral. Con esta configuración poblacional, el barrio languidece sin inversiones, mejoras ni perspectivas. “Paseas y ves que muchas aceras están levantadas y sin embargo, la gente pasa ampliamente”, cuenta Laburu. “Mientras gobernó el PSOE en el ayuntamiento no hicieron nada porque sabían que contaban con los votos del barrio y ahora que están los del otro lado, tampoco”, lamenta.
A esto se une que, según él, “falta orgullo de barrio entre los vecinos”. La lista de carencias de Pumarín es larga y está asociada a la falta de modernización, empezando porque, su núcleo central, Las Mil Viviendas, carece de garajes, una necesidad que no existía cuando fueron construidas en los años 60. “Como no hay sitio, la gente aparca donde puede”, señala el presidente de la asociación de vecinos. Ejemplo: la calle Canarias donde este indica que sería necesario poner bolardos. “La policía viene a poner multas pero vuelven a aparcar”.
El deficiente mantenimiento de los espacios públicos es una tónica general en todo el barrio. En la calle Valencia la falta de poda de los árboles hace que las ramas toquen con las ventanas de los edificios. En las calles Soria, Baleares y Andalucía, hay fallos en el alumbrado público y faltan pasos de cebra en las calles Ramón Areces y Severo Ochoa y entre el parque de la Urgisa y las Torres Sedes, el paso carece de una conexión adecuada. En cuanto a la mejora de infraestructuras, la principal petición vecinal es que dote a la pista deportiva de Las Mil Quinientas de una cubierta que permita utilizarla durante todo el año. Los jardines que antaño confirieron al barrio de su moderno aspecto, tampoco pasan por su mejor momento. Hace tiempo que el ayuntamiento propuso a las comunidades de los diferentes edificios el traspaso de la propiedad para hacerse cargo de su mantenimiento pero, como reconocen desde la asociación “son muchos vecinos con diferentes opiniones y no han conseguido ponerse de acuerdo”. Todos estos asuntos están pendientes en la agenda de los responsables del colectivo vecinal que aún esperan la visita del concejal de Participación y Atención ciudadana, Guzmán Pendás. “Teníamos la esperanza de que viniera para trasladarle estos problemas pero aún estamos esperando”, lamenta Laburu.
Elecciones en la AVV en busca de relevo generacional: “Necesitamos gente joven y a ser posible vecinos del barrio”
La edad media de los vecinos aumenta mientras el número de socios disminuye. De las 17.000 personas que viven en Pumarín, solo 400 son miembros de su asociación de vecinos. “Si lo divides porcentualmente, es muy poca gente”, dice Miguel Laburu. Atrás quedan el millar de socios que llegó a tener hace unos años y que en el momento actual parece un objetivo muy lejano. “Estamos en un proceso de recuperación pero muy lenta”. Con el objetivo de que sean vecinos del propio barrio quienes cojan las riendas y “tiren del carro”, la actual directiva ya ha puesto en marcha el proceso para la convocatoria de elecciones y cuyo primer paso será la convocatoria de una asamblea general el próximo 22 de marzo.
La salud también ha jugado un papel importante en su decisión de abrir paso a un relevo al frente de la asociación: “Llevo unos meses con achaques y venir aquí, estar fastidiado y no rendir, no creo que sea apropiado para la asociación”, confiesa. Aunque sin desvelar su identidad, a Laburu le consta que habría unas cuantas personas interesadas en presentar candidatura. La siguiente junta directiva tendrá por delante un gran reto: continuar con la labor de reconstrucción de la asociación iniciada por Laburu, empezando por el propio local propiedad del ayuntamiento, deteriorado por el paso del tiempo y la falta de mantenimiento: desde marcos de ventanas por las que entra el frío a paredes remachadas con paneles de madera, o ventanales de cristal rotos.
A pesar de todo ello, la Severo Ochoa mantiene activas una decena de actividades a las que acuden varios días a la semana gente mayor, en su mayoría mujeres y que van desde manualidades a manejo de dispositivos, pilates, pintura, bailes de salón, yoga o sevillanas.“Nos gustaría poder hacer muchas más pero las condiciones del local y el frío que se pasa no nos lo permiten”, lamenta Laburu. Lo que sí han mantenido, es la tradición de organizar cada 29 de septiembre las fiestas de San Miguel en el parque de la Urgisa si bien, comentan “no podemos instalar muchas cosas allí porque debajo hay un parking”. Con 75 años cumplidos y una segunda parte de su vida de jubilado a la vista, Miguel Laburu cuenta a Mi Gijón que, una vez entregue el relevo al frente de la asociación, se dedicará a viajar “todo lo que pueda”.