«Que podamos seguir tocando ‘La Marsellesa’, o ‘Este Gijón del alma’, cada vez que nos dé la gana… En manos de los gijoneses está».

Se acaba la campaña electoral. Una experiencia apasionante, enriquecedora… Un doctorado en sociología, psicología, politología, periodismo y montaje de carpas e inflado de globos. Es agotador, y creo que me voy a tomar un merecido descanso: me voy a ir de vacaciones a ‘Casablanca’. Allí tengo un amigo que tiene un café al que todo el mundo quiere ir: Rick’s.
Él me metió en esto de la política. Empezó en su barrio, Hoboken, en New Jersey. De aquella era conocido como Richard Blaine y, como le dijo a un mayor de la Gestapo cuando le preguntó si se imaginaba a los nazis entrando en Nueva York, «hay barrios a los que no recomiendo que entren». A los Estados Unidos no puede volver. Figura en la ficha de los nazis, por motivos indeterminados, pero yo sé que fue porque votó a favor de una ordenanza de movilidad, fiándose de quien no debía.
Luego le persiguió el dilema más fundamental que tiene cualquier persona y, especialmente, los políticos: ¿qué hacer? ¿Lo que debo hacer o lo que hay que hacer para escalar como reptiles? Está claro cuál fue su opción; colaboró con los etíopes contra los fascistas italianos, vendió armas a la II República Española, se fió de que los franceses iban a parar a los nazis… Sólo le faltó hacerse socio del Atleti y apostar todo su dinero a que gana una Champion’s. Todo lo contrario de otro amigo, el exmilitar ciego de ‘Esencia de Mujer’; él lo tenía muy claro, sabía cuál era el camino correcto, pero nunca lo siguió porque era jodidamente difícil.
Pero bueno, Rick sigue haciendo de las suyas en Casablanca. Deja de ganar dinero para que una joven pueda escapar de los malos, les calza ‘La Marsellesa’ a los nazis en el morro… Los liberales siempre miramos de reojo a Francia; hay gente a la que no desprecia porque ni tan siquiera piensa en ellos. A veces le cierran el local, algún vigía de la moralidad. «Qué escandalo, he descubierto que aquí se juega», mientras recoge sus ganancias. Y, sobre todo, intenta ayudar al que le va a llevar a la infelicidad.
Recuerda aquella tarde… «Arrimadas, tú ibas de naranja; los alemanes iban de azul»… Siempre nos quedará Paris.
Han sido cuatro años, tócala Sam: «As time goes, bye». Ojalá esta vez la película cambie, que Rick me siga esperando en Casablanca porque aquí, por una vez, han ganado los buenos. Que podamos seguir tocando ‘La Marsellesa’, o ‘Este Gijón del alma’, cada vez que nos dé la gana… En manos de los gijoneses está.