«Propietarios de perros han denunciado el peligro que para sus mascotas suponen en el arenal los anzuelos de los pescadores que al atardecer tientan la suerte de una chopina, una fugaraña o un xargu«
«Más de un kilómetro y medio de playa más la zona de pedreros dan para mucho»
Hace unos días que volví a encontrarme con el mar. Por motivos laborales, familiares, personales y perimetrales hace semanas que mi habitual paseo de ronda ciudadana se circunscribía a poco más que una ruta circular que abarca unas cuentas manzanas al oeste y este de mi casa. Un recorrido siempre satisfactorio y agradable pero que quieren que les diga que no sepan los que de esta ciudad somos nacidos: el mar es mucho mar y más si el mar es el de San Lorenzo.
Enfocar la avenida de Castilla desde Cocheras; bajar desde el Coto por General Suárez Valdés o desde Ceares por Cabrales; girar en Moros por Jovellanos o tirar desde la Guía por Doctor Fléming. Cualquiera de estos paseos desembocan en el mar y en la playa. A la altura de San Pedro, de la Escalerona, de la 11 o del Tostaderu, cada uno elige su rincón y su destino es esta costa ciudadana que se nos ha regalado y en la que todos y todo cabe con orden y concierto. Más de un kilómetro y medio de playa más la zona de pedreros dan para mucho.
Y me refiero hoy a los usos y disfrutes de la playa después de haber leído (no sin cierto asombro) que algún propietario de las decenas de perros que en estos meses de invierno disfrutan y mucho del arenal gijonés, ha denunciado el peligro que para sus mascotas suponen los anzuelos de los pescadores que al atardecer tientan la suerte de una chopina, una fugaraña o un xargu. La verdad es que no seré yo quien ponga en duda el daño de los anzuelos en la boca de un perro, pero me resulta difícil creer que los cebos lanzados por estos artesanales pescadores sean un arma mortal para otras especies que no sean las que salgan del mar. Excepto que quien maneje la caña sea quien esto escribe, o sea yo, ya que mis intentos de cambiar la pesca de pedreru por la de espigón y carrete se saldaron en numerosas ocasiones con un plomo silbando demasiado cerca de la sien de un hasta ese momento tranquilo bañista o con el sedal y el resto del aparejo formando nudos imposibles hasta para Houdini en torno a la propia caña. Sea como sea, el asunto ha llegado a las consistoriales donde un grupo político ha planteado que se habiliten zonas específicas para esta pesca deportiva que a la vista de lo leído parece que puede convertirse en un auténtico deporte de riesgo.
En mi reencuentro con la playa, observé sin mayor temor a estos pescadores de barandilla con la misma tranquilidad que a dos galgos zalameros jugando a dejarse pillar por un afgano (raza de perro) y un labrador (también perro) a la altura de la Escalerona. Un poco más adelante no vi mayor peligro al comprobar cómo un hombre caminaba por la arena deslizando a izquierda y derecha una especie de fiambrera con mango en la esperanza de encontrar los supuestamente relojes de oro perdidos en San Lorenzo (ésta es otra historia que ya les contaré). A la altura de Escalera 7, alumnos y alumnas de una de las escuelas de surf que jalonan el paseo tampoco hicieron temblar mi ánimo, que eso sí, se vio conmovido ante los arrumacos de una parejina que eligió la rampa de la Escalera 15 para demostrarse su amor. En este paseo no vi a Macio, pero seguro que estaba y tampoco me pareció raro ni molesto, a un chavalín que intentaba volar con poco éxito una cometa en el Mayán de tierra.
«El susodicho alcalde hizo saber que para moverse por las calles había que hacerlo por la derecha para evitar aglomeraciones»
Conclusión. A finales de los cincuenta el entonces alcalde franquista de los que en Gijón, el general Cecilio Olivier Sobrera emitió un edicto propio de los gobernantes de aquel tiempo y aquel régimen. Quizás imbuido del más puro sentimiento derechista o por ser más franquista que el propio Franco, el susodicho alcalde hizo saber que para moverse por las calles había que hacerlo por la derecha para evitar aglomeraciones y supuestos accidentes. Así lo contaba en su crónica de La Nueva España mi estimado J.M. Ceínos: “A saber: si un propio quería subir desde la plaza del Seis de Agosto hasta el paseo de Begoña, obligatoriamente tenía que caminar por la acera del Hotel Hernán Cortes. Y viceversa: para bajar desde Begoña hasta los pies de la estatua de Jovellanos debía hacerlo, inexcusablemente, por la acera de Correos. Siempre por la derecha”.
Tan absurda fue esta orden como el tiempo que estuvo en vigor. Espero que el recuerdo de tan cómico edicto nos sirva como ejemplo para tener claro que en San Lorenzo, los caminos son de ida y vuelta y en ellos, con orden, cabemos todos .
Nacho Poncela es periodista y colaborador de miGijón