Hartos de denunciar ante el Ayuntamiento el estado de una de las parcelas del barrio, sin lograr que se tomasen medidas, los vecinos han celebrado una sextaferia comunitaria para limpiar y replantar el terreno en cuestión
A los habitantes de Santa Bárbara se les ha agotado la paciencia. Y lo cierto es que, si se escuchan sus testimonios, raro, precisamente raro, no parece que se haya llegado a ese punto… Ya van tres años, los mismos que la actual directiva de la Asociación Vecinal del barrio lleva en sus cargos, reclamando al Ayuntamiento acciones para adecuar la parcela ubicada frente al área recreativa del lugar, al otro lado de la calle Dámaso Alonso, dominada por la maleza y en franco estado de abandono. De modo que, hartos de reclamar una intervención que no terminaba de producirse, los lugareños han decidido coger el toro por los cuernos y resolver el problema por sí mismos. Así fue como el pasado domingo, desde las once de la mañana hasta las dos de la tarde, una docena de personas, niños incluidos, se desplegó en la finca de la discordia y, de motu propio, la limpiaron, acondicionaron y transformaron en el que es el primer ‘jardín de lluvia’ del poblado. Una actuación con no poco de protesta, pero también con mucho de ejercicio de convivencia.
El buen tiempo acompañó esta iniciativa, y su efecto se tradujo no sólo en el desarrollo del trabajo, sino también en el ánimo colectivo. Cada participante aportó lo que pudo. Hubo quienes llevaron esquejes de romero; otros, en cambio, proporcionaron lavanda. El aloe vera también encontró su hueco en el jardín. Y, como reina indiscutible del conjunto, las crasas, también conocidas como ‘plantas suculentas’. «Lo único que les pedimos fue que no requiriesen demasiados cuidados», ríe Ángel Pérez, vicepresidente de la Asociación. Algo muy lógico si se tiene en cuenta el concepto de ‘jardín de lluvia’, pensado para absorber y reconducir el agua de lluvia, de modo y manera que pueda reaprovecharse o, mal menos, desviarse para minimizar daños. Con esa misión en mente, poco sentido tendría desplegar vegetación que precisase de atenciones frecuentes. Y nadie en Santa Bárbara perdió de vista ese punto. De todos modos, los más implicados fueron los pequeños de la tropa, que aportaron a la tarea toda la ilusión propia de la niñez.
Con el trabajo completado y la satisfacción de lo conseguido aún dominando los ánimos del barrio, el deseo colectivo ahora es que el Consistorio tome nota y asuma el mantenimiento de lo plantado, aunque sea mínimamente. «Nos cansamos de decir a los operarios del Ayuntamiento que, por favor, lo limpiaran, pero alegaban que ese trocín de prao no era su responsabilidad«, protesta Mapi Quintana, presidenta vecinal. Y es que, como ya se ha dicho, esa reclamación no es, ni mucho menos, nueva. Como relata su mano derecha, Ángel Pérez, tirando de memoria cercana, «ya desde que llegamos, hace tres años, nos dimos cuenta de esa necesidad, pero desde el Gobierno nos han llegado a decir que no les constaba la existencia de esa parcela». Pero no hay mal que por bien no venga, pues la decisión de tomar cartas en el asunto ha dejado no sólo un hermoso jardín de disfrute colectivo, sino también ese placer que sólo el trabajo en equipo es capaz de aportar. Al fin y al cabo, «si no lo hacen ellos, lo haremos nosotros… ¡Pero que, a partir de ahora, sea cosa de ellos!».