«En una sociedad construida para vanagloriarte de tu feliz y plena vida en las redes sociales, sentirse solo es una enfermedad callada que se incrementa paulatinamente en esta realidad deseosa de inmediatez y frescura»
La mera palabra ‘soledad’ nos provoca cierta sensación de insatisfacción, pues refleja, en la mayoría de ocasiones, un estado personal provocado de manera no deseada y caracterizado por la percepción personal de ausencias. Este sentimiento subjetivo de posesión de un menor afecto y cercanía ante lo que demandamos, de convivir con poca o nula proximidad de familiares y amigos o estar engullidos por la soledad social, en donde nos podemos sentir poco valorados debido a la falta sustancial de contactos, probablemente, pueda ocurrirnos en algún momento de nuestra vida. El ser humano, las personas, precisan de otras personas para poder vivir plenamente, desarrollarse, crecer. Carecer de ello de manera no voluntaria provoca un aislamiento no deseado creciente en nuestras ciudades durante los últimos años. Una cosa es soledad no deseada, y otra, querer estar solo. A veces, la búsqueda de la soledad está encaminada a escaparse de la sobredimensionada cantidad de estímulos que nos rodea, o bien mecernos libremente en ella como compañía permanente de viaje, pues hay otros aspectos que llenan las carencias o necesidades. Mi reflexión va más encaminada a sentirse solo y al proyecto presentado por la Concejalía de Servicios Sociales.
En una sociedad construida para vanagloriarte de tu feliz y plena vida en las redes sociales, donde la amistad no sólo debe vivirse sino también publicitarse, donde las familias son elementos de cohesión personal, o lo parecen, sentirse solo es una enfermedad callada que se incrementa paulatinamente en esta sociedad voraz, deseosa de inmediatez y frescura, colocando etiquetas, mostrando aquello que considera inservible. Esa soledad no deseada, en muchas ocasiones, golpea con más virulencia a las personas mayores, pasado constructor del presente, a las que la sociedad les debe mucho, pero se les paga con distanciamiento, incomprensión, aislamiento o paternalismo. A pesar de ello, no debemos olvidarnos que este egoísmo social establecido, este reloj productor de riqueza, olvidando a veces el tiempo de disfrute, nos hace desconocer el nombre de nuestros vecinos de rellano, o incluso no verles durante meses sin hacernos preguntas, para acabar siendo parte de una masa distante, difusa y, en ocasiones, tremendamente insensible.
El Ayuntamiento de Xixón va a reforzar el plan que combate la soledad de las personas mayores. Y lo hará, como todo plan, con diversas actuaciones que, desde ahora mismo, deseo que salgan tal como esperan nuestros responsables políticos. La inacción en este tema, no solo sería preocupante, sino que sería de una gran irresponsabilidad para un gobernante, ya que, en todas las franjas de edad, pero en gran medida dentro del sector poblacional del que estamos hablando, el aislamiento social y la percepción de soledad tienen graves efectos perjudiciales en la salud, tanto física como mental. La colaboración entre Ayuntamiento y Unión de comerciantes en la generación de una red de establecimientos amigables con las personas mayores es una de las acciones planteadas por este equipo de gobierno del que, por primera vez, se ve una actuación que refuerza lo andado y no dinamita lo anterior amparándose en el negacionismo del cambio climático, el sufrimiento animal y el desplante hacia nuestra cultura y ‘llingua’. Es de valorar esta manera de actuar, así como que se trabaje en red con el comercio de proximidad. Esto da fortaleza a la actuación y tiene la posibilidad de llegar a puntos distantes de Gijón gracias a la presencia en el territorio urbano de un protagonista fundamental de la calle: el comercio. El comercio de Xixón camina junto al consistorio con sus señas de identidad: atención personalizada, conocimiento del comprador, cercanía, convirtiéndose tendero y cliente en, si el tiempo lo permite, protagonistas de conversaciones.
Además de esos aspectos favorecedores, cercanía y personalización, el proyecto se sustenta en un elemento clave para las nueve mil personas gijonesas que pasan de los 80 años: la accesibilidad. La digitalización, básica para seguir potenciando las empresas, comparado con los grandes emporios que conocemos, no es tan prioritaria en las ventas para la tienda del barrio. Si no es lo fundamental para este comercio cercano, menos aún para un cliente diario, nada cambiante, con una gran fidelización, en donde las compras por internet son esporádicas o nulas. Las personas mayores prefieren la tienda de su barrio, el “buenos días” de una cara amable, al bombardeo de compras compulsivas y ‘cookies’ de la Red.
El espíritu del comercio amigable con las personas mayores es lograr la comodidad y seguridad a la hora de comprar por parte del cliente, algo muy inherente al espíritu de nuestras tiendas de barrio, al mismo tiempo hacer sentir al usuario que se encuentra en un lugar accesible desde todos los puntos de vista, y que tiene un profesional cercano que mira a la persona no solo como un consumidor, sino como algo más allá de la mera transacción comercial. Una iniciativa que está funcionando en otros puntos del territorio español y cuyo sello, si logra los objetivos, va en contra de bancos, eléctricas, telecomunicaciones, y otras grandes empresas ajenas, en multitud de ocasiones, a la humanización tras la captación del comprador.
Prefiero mil veces un sello que un teléfono de atención al cliente, desinformador ante aquellas personas para las que Dolly era ciencia ficción, que fueron usuarias de un teléfono con centralita y cuya manera de comunicarse con América era escritura en papel de avión, más ligero y por tanto más barato el servicio de Correos. A ellas, con piernas más cansadas, se les pide que corran a la misma velocidad que una sociedad que, a veces, debería pararse para reflexionar sobre a dónde nos lleva la carrera.