Se acaba la Feria, se acaba el verano, y yo me pregunto, sabiendo la respuesta, si no tenemos la suerte de vivir en un idílico lugar norteño, de permanente y cotidiano veraneo
Un dicho gijonés mantenido incluso ahora que el clima y las dinámicas vacacionales se han modificado. La Feria cierra sus puertas y el gijonés se prepara para recuperar la ciudad, para poder pasear por lugares propios, prestados durante estos meses ante el empuje del turismo desbocado. El verano se acaba, y con él los recuerdos de otro estío ya pasado.
En nuestras calles, entre los récords de temperaturas registradas, y que seguirán subiendo por ignorantes negacionistas del cambio climático, se han consumido y consumado, en las noches estivales, amores de verano, leyendas compartidas repletas de nostalgia melancólica. Inolvidables momentos de pasión romántica, fugaces, pestañeantes, intensos, vacíos de futuro, pero repletos de un presente que ya es ayer.
San Llorienzu, con la estupenda apuesta de “arenal sin humo”, se transformó, durante las tardes de sol, en testigo de castillos de arena. Padres convertidos en infantes, intentando encontrar esa sombra del ayer en cada construcción compartida (uso, deliberadamente, el masculino, pues los ayudantes de arquitectos de arena siguen teniendo sesgo de género, eso que algunos no ven y otros ignoran). Instantes playeros donde, intentando guarecerse del mañana, las manos de niños y brazos de hombres se juntan ahondando inmensos agujeros para taparse. Escondites de cuerpos cuyas cabezas y pies respiran sobre granos removidos. Arenal masificado donde el “aguaaaa” de Tino ha dejado paso a la domesticación de neveras sin alma.
Estos meses, nos dejamos llevar por paseos en el puerto deportivo. Atardeceres de mástiles proyectados en la acera y de señoras sentadas, siempre con viseras de noticias pasadas, protegiendo sus ojos del sol y garantizando el cotilleo. Oriundas anhelantes de mirar lo que ocurre, de contarse gritando al oído historias de este Gijón del alma mientras saludan con gracia playa a personas conocidas. Radiólogas sociales, memoria viva de una ciudad, al igual que una ciudad con memoria. Unas deben transmitirla, otros tenemos la obligación de hacerlo para conservarla. Algunos, al igual que niegan el cambio climático, reniegan del conocimiento del ayer, como si este no fuera el muro protector ante dictaduras y crímenes pasados. Sin embargo, iluminado también al ocaso, por mucho que digan y renieguen, que oculten y falseen, el refugio antiaéreo de Xixón, grita, apoyado en su arco, la historia de las personas huyendo de unas bombas que, todavía hoy, algunos defienden. Junto a él, por las calles, adoquines de dignificación recordarán por siempre los nombres de quienes lucharon por derechos que podemos, hoy más que ayer, perder con esa confianza que da sentirlos nuestros, pero no valorarlos. Unas pondrán periódicos para no ver el sol, otros mirarán al cielo para no ver el ayer, pero ambas cosas siguen estando, pues el sol acompaña siempre al verano y el hoy es reflejo de lo que fuimos.
Agosto de toros, de vuelta a los ruedos, de balconcillos engalanados. No se puede llamar fiesta nacional a un maltrato, ni atrincherarse en la ciencia para defender la ausencia de sufrimiento de un toro que jadea entre sangre tintando el coso. Ignorancia servida por aquellos que defienden la existencia de la raza gracias al martirio, como si el hombre no hubiera defendido la supervivencia del burro o de nuestro asturcón, funcionalmente cuasi innecesarios en el hoy. Defensores de los coches humeando la ciudad, al mismo tiempo que lo son de las lejanas dehesas salmantinas. Entendidos naturalistas urbanos que proclaman, si se deja de maltratar a un animal, la desaparición futura de hábitats de la faz de la tierra, olvidándose, parcos de miras, que bajo las encinas y alcornoques vive el cerdo ibérico, placer gustativo y espectáculo natural. Especie criada y, también, sí, sacrificada, en este caso, y con mucha diferencia, sin maltrato, para comer, no para el divertimento.
Verano de cambio de corporación, de censuras de llingua propia, maquilladas por votaciones puntuales de un legítimo gobierno de derechas y ultra derechas que construirán un Xixón más triste, pues la llingua es nuestra cultura, nuestra realidad. Si nos la quitan, si la esconden, si no nos enorgullecemos de ella, renegamos de nosotros mismos, buscando en el mañana lo que no fuimos ni somos. Si el arte no puede cantarse en asturiano, si los textos no pueden narrarse en lo que somos, buena parte del color gijonés que conocemos se fundirá en difusos grises monótonos.
Tardes veraniegas de terrazas. Lugares repletos de turistas y habitantes gijoneses, esperando que no llegue la moda despiadada donde mesas y manteles son tan solo para cenas y comidas compartidas. Confío y deseo que nuestra hostelería siga permitiendo la caña solitaria viendo el atardecer apoyándose en un libro. Los vientos provenientes de la masificación están llevando a un choque interesante de intereses. En una sociedad donde el número de personas viviendo solas aumenta cada año, los regidores de espacios públicos privatizados se amparan en un derecho de admisión inexistente, evitando la soledad de un café o una cerveza, evitando el onanismo desde la mesa contemplativa. Aprovecho estas líneas para dar la enhorabuena a nuestra hostelería y hotelería. Que las personas sigan viendo a Asturias y Xixón como destino turístico en claro aumento es gracias al clima, a su patrimonio, gastronomía, paisanaje y, también, a la profesionalidad y esfuerzo de quienes trabajan para que otros disfruten.
Noches de fuegos y mediodías de restallones. Actos finalizadores de Semanas Grandes que, hace tiempo, se han quedado pequeñas. Interesante propuesta del gobierno gijonés, esperando que su desarrollo no elimine ni carbayonice las fiestas. Nuestra semanona es sinónimo de popularidad, apertura, accesibilidad, en donde la ciudad se vuelca a la calle, sin sacar una entrada o privatizar un espacio para aquellos pudientes. Sigamos incorporando los barrios a la semana, sigamos irradiando actividad por Montevil, La Calzada, L´Arena, abramos la semana y abramos los lugares.
Se acaba la Feria, se acaba el verano, y yo me pregunto, sabiendo la respuesta, si no tenemos la suerte de vivir en un idílico lugar norteño, de permanente y cotidiano veraneo, que unos sueñan para llegar en julio o en agosto, y nosotros lo vivimos para poder disfrutarlo cada día. Hagámoslo, pues tenemos la suerte de encontrarnos en ese paraíso natural, a veces no valorado por acostumbrarse uno a la belleza.