«Su único mérito es haber es haber estudiado en profundidad a Pablo Iglesias» y un largo y vergonzoso etcétera dan muestra de que el insulto y la violencia verbal se han institucionalizado en el Congreso
La barbarie puede, después de haber sido sometida por completo, renacer y conquistar la civilización. Cuando esto ocurre, lo conveniente es que esa civilización sea consciente cuanto antes de que corre el riesgo de perecer.
El Congreso es el lugar donde reside la soberanía nacional y desde donde se construye nuestra democracia sobre las bases del diálogo racional. Nuestra civilización se asienta sobre el logos, la palabra meditada, reflexionada y compartida; el discurso argumentado; razón, proporción y medida; reunión y encuentro; orden, sentido y justicia.
«¡Imbécil! », «¡gilipollas! », «¡canalla! », «golpistas»,«fascistas», «violadores», «Hoy empezó el totalitarismo en España (…) No están actuando ustedes, señores de la ultraizquierda en el Gobierno, de una manera distinta a Hitler y a Stalin (…) Están deshumanizando a la oposición, que es el paso previo al Gulag», «su único mérito es haber es haber estudiado en profundidad a Pablo Iglesias» y un largo y vergonzoso etcétera dan muestra de que el insulto y la violencia verbal se han institucionalizado en el Congreso, en el corazón de nuestra democracia.
En su último libro, ¡No al totalitarismo! (Gedisa), el neuropsiquiatra y etólogo francés Boris Cyrulnik nos advierte de la importancia de vacunarnos contra este tipo de discursos; de lo contrario, no solo enfermamos como ciudadanos, sino que nos hacemos cómplices. Boris Cyrulnik, creador del concepto resiliencia, nos advierte de la existencia en el ser humano de una peligrosa sumisión confortable que, buscando protección en momentos de incertidumbre, anula toda forma de pensamiento crítico para someterse voluntariamente al discurso violento de un líder dominante. Hay un lenguaje totalitario que se apodera de la mente.
El ser humano no es dueño de su propia psique. Sabemos que un hombre normal puede matar sin freno ni culpa cuando deja de pensar por sí mimo y se somete a la voluntad de un líder que lo embauca con un discurso de odio que, bajo apariencia de logos, viene cargado de un odio que nos incapacita para razonar con cordura. Por ello, la sabia propuesta de Boris Cyrulnik consiste en hacer uso de la libertad individual y del pensamiento crítico para vacunarnos contra estos discursos enfermizos y contagiosos, empezando por los más jóvenes, porque este tipo de pseudologos se apodera especialmente de sus almas.
Boris Cyrulnik arranca su obra confesándonos cómo de niño quedó cautivado por los dos lenguajes que regían el mundo mental de los hombres: el nazismo y el comunismo. Ambos cegaban con odio el pensamiento y anulaban la duda. Los niños, afirma Cyrulnik, son el blanco perfecto de estos discursos porque necesitan categorías binarias para empezar a pensar: todo lo que no es bueno es malo; todo lo que no es grande es pequeño. Gracias a esta claridad abusiva, los niños se forjan un mundo de certezas claras que les da confianza en ellos mismos. Por eso es tan importante enseñarlos a dudar y ampliar sus horizontes mentales.
Los discursos que se están normalizando en el Congreso no solo nos infantilizan, sino que, sobre todo, ponen en alto riesgo nuestra salud democrática. Toca vacunarse de nuevo.