«La austeridad en las infraestructuras de Gijón blanqueará la próxima bandera de la guerra popular entre la derecha y la izquierda«
«Madrid es un millón de muertos, según los últimas estadísticas». Se lo escucho cantar a Lecter Bukosky en su último disco titulado 27, un homenaje a la Generación de Poetas del Siglo de Plata de la literatura española. Más que de plata, el XX fue un siglo de plomo y sangre, atávico y hermoso, veterotestamentario, guerracivilista y nuclear. Ya nadie lee a Dámaso Alonso, ni a Cernuda, ni a Guillén y de Lorca nos sigue quedando el fulgor de un tópico. Los hijos de la ira se desjarretan ahora en twitter, pagan sus impuestos en Andorra, disfrutan del poliamor y desbordan su sexo sin DNI ni bandera. Lecter me cuenta que la mayoría de los millenialls piensa que esos versos han surgido de una pandemia y no de la quijada de Caín. El XXI es un siglo grotesco y desordenado, analfabeto, arrítmico y desenfrenado. El siglo XXI, tan joven y trapero, tan eléctrico y cruel.
Madrid es un millón de muertos. Lo sabe Isabel Díaz Ayuso, que ha disuelto la Asamblea y nos espera a todos en el pelotón de fusilamiento el próximo 4 de Mayo. Diaz Ayuso es ingobernable. Madrid es ingobernable. No habrá Goya que lo pinte, aunque tenemos a García Alix que nos hará la foto bizarra y punk y también tenemos a C Tangana que compondrá la rumba gitana con los coros de los Gipsy Kings. La presidenta de Madrid ha presentado estas elecciones como una lucha entre socialismo o libertad. Y ha tenido que bajar desde Moncloa Pablo Iglesias para darle importancia a una guerra popular, a un combate entre populismos, mientras Gabilondo, como un ángel sentado a la derecha de Dios, verifica la paz perpetua de Kant que no es otra cosa que una guerra perpetua y bipolar.
«Suenan los tambores. La política se hace otra vez con miedo«
Socialismo o libertad. Sin quererlo, a Ayuso le ha salido todo un poemario, como a Vicente Aleixandre le salió El Amor o la destrucción. Ha vuelto el 27 sin poetas fusilados, sin gays apaleados, con currantes precarios afiliados a Netflix y Prime Amazon y con toda la rabia eléctrica de las redes y con toda la ira de una mujer infantil, demente y kamikaze dispuesta a que arda Madrid, convirtiendo la Puerta del Sol en la hoguera fascista de Donald Trump. Pablo Iglesias ha recogido el cáliz que apartó de sí Cesar Vallejo y se ha puesto los tirantes del poder popular. O yo o el fascismo. Uno tiene la impresión de que, en el fondo, el vicepresidente estaba esperando este escenario para poder entonar el Canto General de Neruda. En el fondo, a todos nos gusta que ardan las papeleras.
La guerra popular no sólo comprende el frente de Madrid. Ana González, a su manera, ha hecho suyo el poder municipal en esta ciudad y no le duele en prendas romper la convivencia con cualquier asunto que le pongan encima de la mesa. El domingo defendió el abaratamiento del Plan de Vías, las propuestas del ministerio de Ábalos y un nuevo Plan si hace falta. También defendió la intermodalidad, que hasta ahora es solo una presunción y en ningún caso una garantía. Si algo sale adelante será en el 2023 o no será. La austeridad en las infraestructuras de Gijón blanqueará la próxima bandera de la guerra popular entre la derecha y la izquierda. Para entonces no sabremos si Ana González será alcaldesa o profesora. En cualquier caso, el monstruo de la inflación venidera aúlla desde las laderas del monte Deva como el lobo que Aurelio Martín azota cuando le preguntan sobre la economía para que el personal vaya entrando en vereda. Suenan los tambores. La política se hace otra vez con miedo. Se avecina una guerra.
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