«No van a cambiar, ni con pandemia ni sin pandemia. Los cambios necesarios, profundos, van a llegar cuando crezcan esas niñas y niños que corren por las plazas de Cimata más allá del atardecer, en su patio de juegos, en su inolvidable verano de infancia»
Los relojes tendrían que pararse en agosto cada veinte minutos para dar cuenta de lo lento que discurre este mes con paso de elefante cansado. Este es un mes de silencios administrativos, turistas voraces, efímeros amores y camareros agotados, agostados, hastiados.
Mi barrio sigue teniendo dos caras (este mes y todo el año): la A y la B, en la A se descubre una pintoresca colección de historias rojas, personajes verdes y casas azules y amarillas. En la B brilla el abandono en algunas fachadas y bajos con cristales rotos, locales cerrados, herrumbre en los canalones, cables colganderos y solares conquistados por gatos y enredaderas a la espera del ladrillo salvador en un país atrincherado en la molicie. Los playos, las vecinas y vecinos de Cimavilla solo importan días antes de las elecciones. Es en esta época cuando la bonhomía intermitente de los políticos locales dispara la sonrisa vacua y la promesa forzada.
En sus cabezas de treparriscos buscan la oportunidad y el magro cargo de larga duración, No todos son así, me consta, mas si tiro de lista y memoria me sobran dedos de una mano para reconocer honestos. La gente molesta, es así no conviene engañarse, la gente les molesta. Lo importante es el decorado y en agosto los prebostes quieren dormir a pierna suelta, sin disimulo. ¿Qué los playos no tienen centro de salud en el barrio?, «lo empezamos a hablar a partir de septiembre». ¿Qué los ancianos se mueven en taxi para ir a bajovilla porque no hay parada del bus?, «en septiembre charlamos con la boca pequeña». ¿Qué el Colegio Honesto Batalón no cuenta con biblioteca y le faltan unos cuantos ordenadores?, «en septiembre vemos qué se puede hacer. No moleste por favor, ni con la vivienda pública, las fiestas perdidas, el trabajo precario o el precio de la luz. Ni con las obras por hacer o el turismo invasivo. No moleste, no saque otra vez el tema del aparcamiento en el barrio alto. Déjese llevar en estos tiempos difíciles por un oasis llamado agosto que sirve para anestesiar, relajar o vivir como si usted fuese feliz a final de mes.
No van a cambiar, ni con pandemia ni sin pandemia. Los cambios necesarios, profundos, van a llegar cuando crezcan esas niñas y niños que corren por las plazas de Cimata más allá del atardecer, en su patio de juegos, en su inolvidable verano de infancia. Tendremos que armarnos de paciencia y esperar. O imaginar botellas y neumáticos con vida propia. Agosto sigue en calma, por el momento.