«No estamos hablando de un grupo pequeño de gijoneses y gijonesas que quieren conquistar la playa de manera pirata, sino de una manera de sentir las mascotas como en pocas ciudades ocurre»
San Llorienzu ha vuelto a abrir sus puertas a los cánidos. Esa situación provoca de nuevo el debate en la ciudad: ¿es una merma del potencial del arenal o es una ganancia para el conjunto de esta ciudad dog friendly con cerca de cuarenta mil perros?
Xixón, como siempre, es inconformista. Se mueve en la opinión de sus habitantes. Reflexiones expresadas con vehemencia sobre aquello en lo que creen. Opinadores u opinadoras protestando contra imposiciones y escuchando proposiciones para volver a debatirlas, en un bucle frente a una botella de sidra, una mesa de cafés o simplemente en un corrillo en medio de la calle. Es impronta gijonesa, es nuestro orgullo y carácter, es aquello que hace de la ciudad peculiar y reivindicativa. Quien piense que las decisiones en Xixón no deben ser participativas, dialogadas y decididas acorde a las responsabilidades de cada uno, entrará en una grave equivocación, provocando, seguramente, un estadillo social con posibilidades de incrementarse con el paso del tiempo, hasta que se nos escuche, habitantes de carácter proveniente de la mar y de las minas.
Mi compañera desde hace nueve años es una amorosa pastor alemán llamada Nora. Un flechazo entre seres de distintas especies surgido tras personarme en el albergue de Serín y ver a esa pequeña cabeza repleta de desconcierto tras dejarla, unos desalmados, atada y abandonada a un árbol de Viesques. Ella, ya adulta, esperaba, me dijo el lancero, tumbada a que llegasen aquellos por quienes daría la vida, aquellos que nunca llegaron, aquellos seres que perdieron la humanidad en una cuerda. Alguien, tras estas palabras, podrá decir que mi objetividad para hablar del tema de los perros en la playa es relativa, pero ¿no lo es relativa también la opinión de quien no tiene perro? ¿Los perrunos debemos garantizar la objetividad de distinta manera de quienes no lo son? ¿Por qué nos justificamos nosotros y no aquellos carentes de perros en sus vidas? Teniendo en cuenta esas preguntas, opino con la objetividad propia de tener una compañera incondicional que, cada día, me espera creyendo que soy lo más importante del mundo (aunque me cambie por cualquiera)
Con esa opinión sectaria, poco objetiva, condicionada, puedo celebrar la reciente llegada de la apertura de la playa para los treinta y siete mil perros, casi un animal por cada seis habitantes. Parece que esos seres, caminantes en cuadrupedia, molestan a algunos de los viandantes playeros, pues les ponen en una situación incómoda o incluso dificultan el caminar por la orilla del mar Cantábrico. Puede que tengan razón. Hay gente que tiene fobia a los perros, y no es criticable ni debe dar lugar a risas de incomprensión. Otros consideran que no deben esquivar chuchos corriendo por la arena. Algunos, en su ingenuidad, hablan de la suciedad que generan. La cuestión es ¿dónde están mis derechos y los de los demás? Aquí ya no hablo de derechos de los animales, que también, sino derechos de las personas. Ahora mismo la legislación, por fin, aleja a las mascotas de meras cosas, siendo seres sintientes. Quitando esa gran apreciación, propositiva de derechos para las mascotas y obligaciones para los dueños, lo que debemos preguntarnos es si un ciudadano, una ciudadana puede o no llevar a una mascota, parte de su familia (así lo sienten muchas personas) a la playa sin ocasionar con ello perjuicio objetivo alguno. Yo creo que puede, teniendo en cuenta siempre que, en las convivencias, hay cesiones. Lo que nos hace y nos salvaguarda como sociedad, lo que nos hacer ciudadanos, lo que nos da poder como especie es la convivencia, es la importancia del conjunto sobre el nosotros, es la fuerza del todos para mejorar lo común. El mundo se basa en ese equilibrio entre intereses.
Claro que hay elementos negativos de la convivencia en la playa, ¿Cuándo existe convivencia sin conflicto? Pero nadie es propietario exclusivo de la totalidad de los espacios públicos, teniendo la obligación de compartirlos con normas que ordenen el uso común. Además de ello, hay que tener en cuenta que el número de canes en la ciudad se va incrementando paulatinamente. Un perro por cada seis personas es un número muy representativo de lo que significan los cánidos para esta ciudad, lo que significan para las personas que la habitan. Por lo tanto no estamos hablando de un grupo pequeño de gijoneses y gijonesas que quieren conquistar la playa de manera pirata, sino de una manera de sentir las mascotas como en pocas ciudades ocurre. ¿No pueden más de treinta mil personas disfrutar de ocho escaleras durante las poco más de cuatro horas que existe de lengua de arena durante las mareas? ¿Tan difícil es para nosotros compartir durante ese corto periodo de tiempo un espacio, también limitado, con otras personas que tienen en su domicilio un perro?
Nuestras mascotas suelen, de manera general, estar acostumbradas a la vida con personas, con otros animales y en diversos ambientes. Ese conocimiento les permite no estar a la defensiva y, por lo tanto, tener un comportamiento social más adecuado. No es lo mismo encontrarse, hace veinte años, con un perro suelto en San Llorienzu que ahora. Si antes nos podría recibir con la mirada fija, cabeza agachada y belfos moviéndose, ahora suele ser su cola incontrolada la que nos da una pista de estar encantado de encontrarte. ¿Qué existen perros asilvestrados? ¿Gente que tiene sus mascotas sin control o demasiado humanizados? Sin duda, pero no por ello debemos pagar el resto de ciudadanos tenedores en nuestra familia de un peludo. Si nos llevásemos por esa prerrogativa, los humanos no deberíamos entrar en las playas. Es minoritario, pero en nuestras costas la gente olvida botellas, fumadores dejan restos de tabaco en la arena, hay plásticos flotando en la mar… basura generada por algunos pocos seres defensores de la ausencia perruna. Los perros disponen de unos meses de disfrute y unas escaleras de esparcimiento, quizás en vez de mirar lo negativo, debemos pensar en la importancia de lo común, en la convivencia, en hacer ciudad a través del uso compartido de un lugar emblemático de nuestra ciudad.
Bueno otro artículo más totalmente parcial!!!
Tan de Gijón que eres tendrías que saber que el ciclo de las mareas es de 6 horas y no de 4.
Y el cálculo de un perro por cada 6 personas es un poco engañoso también porque ahora lo que está de moda es que como mínimo se tengan dos o tres perros por persona. El dato correcto sería saber cuántos «tutores» (ahora se les llama así) de perros hay en Gijón.
Por cierto los límites de la Escalera 2 a la 8 no los cumple casi nadie y os recuerdo que tenéis una playa completa para vosotros…
Como hacen ciudades como Oviedo en las que hay 33.000 perros censados, u otras como León, Madrid, Valladolid,…. al no tener playa los están maltratando???
Si algún día pisarás una «mierda» de perro yendo descalzo por la playa quizás no te haría gracia….o si???
Saludos
Y por favor dejemos de pensar que en nuestro Xixonin del alma somos especiales, estas polémicas «perrunas» suceden en todos los pueblos de España.
Suelo estar casi siempre de acuerdo con los artículos de Alberto, pero hoy no me vas a encontrar entre los que aplauden tus palabras, y estoy en el bando de Roberto.
Toda esta gente que prioriza tener perros a niños, saben que los perros no pagarán sus pensiones.
Usted supone que quien tiene perros no tiene niños. Es una falacia muy de la extrema derecha. Aunque aquí a eso lo llamamos babayada
«Lacero» y no «lancero», hombre. Si fueran los segundos en lugar de los primeros, seguro que desaparecían los problemas de convivencia.
El problema es que muchos propietarios de perros ignoran absolutamente la normativa vigente. Y con su libre interpretación de la misma, a la vez que la incumplen tratan de imponer su criterio al resto de ciudadanos. Y como siempre pagan justos por pecadores.
Me he criado con perros y me han enseñado, que estos no han de causar molestia a los vecinos.
He ido muy a menudo a la playa con mi hijo cuando era pequeño, no a la escalera 9, a la 11. Para tratar de jugar tranquilo en la arena y aún así cada poco tiempo éramos interrumpidos por algún canido que con sus buenas intenciones venía a saludar, pero que a su vez aterraban a mi hijo.
Creo que si habéis ido a la Playa a partir de Octubre habréis visto que es muy habitual encontrarse perros a lo largo de toda la playa.
El pasado Domingo paseando con mi hijo por el parque de la Plaza Bibio, cometimos por descuido la «imprudencia» de pasar por la Zona habilitada para mascotas, con la mala suerte de que un perro salió ladrando hacia él. Le tuve que cortar el paso mientras observaba atónito la inacción de la propietaria. Al pedirle explicaciones me manifestó que estaba en una zona de Perros. Pues tengan cuidado Gijones, que si son mordidos por un perro en una zona habilitada para estos, quizás la culpa sea suya.
Por suerte el ayuntamiento ha colocado unos carteles informativos, a la entrada de estas zonas, que muchos propietarios de perros no se han parado a leer, a pesar de las muchas horas que pasan allí.