Ya podemos decir que Cimavilla existe, al menos para los vencejos
Entra la luz por las ventanas abiertas de mi cocina y el esquivo verano asturiano decide saludarme feliz, aunque solo sea durante una hora. La música de Ilegales se mezcla con algún murmullo o canto de ese par de gorriones que decidirán acercarse curiosos a mi tendal, cuando caiga la tarde. «Chicos pálidos buscando peligro, los ojos siempre llenos de sed». Ilegales forman parte de la banda sonora de mi vida, y si pienso en Jorge Martínez, Rafa Kas y en el alma mater y páter llamado David Morei la sonrisa acude veloz a mi rostro, nunca falla. Me caen bien los rebeldes, aquellos que van a la contra cargados de argumentos.
Los sumisos destilan una pereza mortecina, hija de la resignación. Al igual que Séneca yo prefiero la esperanza frente al miedo, tienen toda mi simpatía aquellos que miran al cielo desafiantes, buscando respuestas o con la sana intención de extraviar pensamientos entre la belleza; del azul al arrebol hasta llegar al nocturno azabache.La cocina es mi lugar en la casa: leo, escribo, pienso, río y charlo. Pongo música y lavadoras y a veces insulto a la radio, preparo revueltos, tortillas, arroces. Como, bebo y vivo en la cocina. Me place asomar la cabeza por la ventana para contemplar un jardín interior con un muro teñido de hortensias, rosales y flores de baladre.
Visitan el pequeño jardín: gaviotas, gorriones, palomas en celo, malvises saltarines, lavanderas bailando claqué, raitanes, colirrojos… y cuando miro al cielo encajado de Cimavilla, entre tejados enmohecidos y paredes que huelen a mar, últimamente creo ver a unos pájaros que parecen vivir en las nubes. Planean incansables y se mueven con precisión horizontal. Ignacio Vega y Amador Vázquez, dos sabios ornitólogos me informan, en el barrio alto tenemos la suerte de albergar una colonia de vencejos pálidos. Ya podemos decir que Cimavilla existe, al menos para los vencejos. Aves de cola ahorquillada, propias del sur de Europa, África y Oriente Medio. Cimata es uno de los pocos oasis cantábricos con los que cuentan estos inquietos paxarinos que se alimentan al vuelo. Tienen querencia por los aires marinos, suelen nidificar en la urbe o en esos acantilados salvajes, breados por las olas.
Herminia Aramburu, otra observadora impenitente de los cielos y las aves, relataba emocionada de qué manera localizó dos nidos. Siguiendo los característicos chillidos y vuelos de los pálidos desde la Torre del Reloj a la Casa Natal de Jovellanos. Estaba sola, miró a izquierda y derecha, seguía sola. Se quitó la mascarilla desoyendo al asesor «Pepito Grillo López Acuña», venciendo al miedo impuesto, socializado, enquistado… Sonrió, sollozó, lanzó un beso al celeste firmamento dibujado por una pareja de pálidos invencibles. En ese minuto de lucidez, en esos segundos, liberada de miradas acusadoras cantó Herminia a pleno pulmón. Intentando emular a Elsa Baeza con el inolvidable tema, composición magistral de René Touzet, que copó las listas de éxitos musicales radiofónicos en los ochenta: «Oye, abre tus ojos, mira hacia arriba. Disfruta las cosas buenas que tiene la vida».