Todo está en los libros y si uno es intuitivo lo aprende y si no, se jode. Aún así, uno iba a descubrir a la Semana autores, como un hurón que se colaba en la chabola de una gitana que convirtiera las tendencias literarias en un ejercicio de quiromancia
Vuelve la Semana Negra que ha sido, a lo largo de estos treinta y cuatro años, territorio rojo, comanche y libre de Gijón. En la Semana Negra me enamoré de la niña Chole, de Malinche, de mujeres fatales, periodistas y novelistas anfetaminadas, encocadas, divertidas, locas, desesperadas. A la Semana Negra también se iba a ver a los viejos amigos de Madrid, a los de ultramar. Se iba a leer y a beber, a beber y a leer, y si se terciaba, a la habitación de un hotel. Nunca me interesaron los viejos debates de cocina literaria, porque los buenos escritores nunca cuentan su receta. Todo está en los libros y si uno es intuitivo lo aprende y si no, se jode. Aún así, uno iba a descubrir a la Semana autores, como un hurón que se colaba en la chabola de una gitana que convirtiera las tendencias literarias en un ejercicio de quiromancia.
La Semana Negra y el FICX han sido y son los dos grandes certámenes culturales de la ciudad. Logran que el tiempo adquiera otra dimensión, otra velocidad. Confirman, de alguna manera, la teoría de la relatividad. Nos devuelven a la bastardía del cine y de la literatura. La literatura negra, la literatura fantástica o la histórica, en la Semana Negra, es como entrar en una discoteca. Todo se cuenta, todo se mira, todo se baila y se magrea. Durante la presentación del Rufo de esta edición, Ana González trató de cobrar protagonismo contándonos un cuento malo, tosco y aburrido sobre una Semana Negra, un coñazo de fábula contado por una profesora de literatura. Los profesores de literatura nunca supieron contar nada, no se han enterado de nada o no aprendieron nada en la carrera. Toda esa milonga venía a cuento para venir a recordarnos que la derecha de esta ciudad nunca ha visto con buenos ojos la Semana Negra. El caso es que este año, ni Alberto López-Asenjo, ni siquiera Vox, han armado ningún escándalo por la celebración de la Semana Negra. Y aunque no estuvieron en la presentación con el resto de grupos políticos (incluido FORO), es fácil comprender que Asenjo, con cierta ironía diplomática no habría perdido la ocasión de decir en el propio recinto aquello que le espetó el prefecto Renault a Rick Blaine en su café de Casablanca: «Qué escándalo, qué escándalo, he descubierto que en este lugar se juega». Quiere uno decir, incluso cuando nadie dice nada, que siempre hay alguien que trata interesadamente de recordar, de repetir, como un bucle espectral, los viejos topos del pasado, como un refrán pobre y trasnochado, para justificar su propia identidad, su existencia en la fiesta, incluso cuando esos topos han desaparecido o se han olvidado.
Volver a la Semana Negra es reencontrase con Juanito el argentino, que sigue en plena forma, tan sarcástico, tan cínico, tan querido y es recordar a Argüelles y a Ceínos caminando por el puerto. Sigue aún la vieja camaradería entre periodistas, que es parte también de los reencuentros en la Semana Negra. Juanito, nos toman por locos. Y Juanito, filosofo de arrabal, afirma que es lo mejor que le puede pasar a un periodista, que lo tomen por loco y, si es posible, peligroso. Y después de decir aquello, a Juanito se le dibuja una sonrisa asesina en la cara que cualquier dibujante de cómic estamparía en su libreta para recordarnos que la lucidez y la cordura sólo están separadas por una línea muy difusa.
Volver a la Semana Negra es reencontrarse también con Ángel de la Calle que retoma más animado que nunca esta edición, dispuesto a hacer, sí o sí, esta Semana, sea como sea. Lo cierto es que nadie está completamente seguro de que la Semana Negra no se vea afectada por el aumento de los contagios que se han disparado en cuanto nos hemos quitado todos las mascarillas. Ese temor languidece y se despierta intermitentemente. Es lo que hay. En cualquier caso, la Covid le ha sentado bien a la organización que necesita un buen meneo para no caer en el ensimismamiento de los últimos años, en los que la escasez de financiación y la reiteración de los caminos ya transitados, habían puesto en cuestión la continuidad o no del festival. Hoy, con la Covid y las nuevas tecnologías, la Semana Negra es oportuna para libreros, escritores y editores que han visto en ella la oportunidad de sacar sus novedades y adelantar gran parte de la promoción.
Volver a estos actos en los que nos vemos los mismos de siempre, periodistas, concejales y algún particular, después de haberse visto una hora antes, es tantear al personal. La Semana Negra tiene mucho de termómetro político de cada uno de los partidos, del aire de la ciudad, de reivindicarse y demolerse, de estar o no estar. Y allí estaban todos, ya digo, incluido Aurelio Martín, en una segunda línea que, sentado, me sugiere mientras disparo unas fotos a la Alcadesa que no le corte a Ana la cabeza. «No hace falta, -le digo-, ya se la corta ella sola».