«La gran asociación que tanto ha hecho por el ocio juvenil alternativo no tiene un miserable duro ni nadie que le escriba»
Primero los criminalizaron durante la pandemia y ahora los ignoran. O sea, que no interesan. Los jóvenes, la juventud, que diría mi abuelo, socialista y sentimental, está demasiado tranquila, demasiado quieta. Ha hecho del rap una forma de aclararse, de entenderse, de conocerse, cuando nosotros creíamos que el rap había muerto. La juventud española representa esa España aturdida, amordazada, perdida. Pocos contenedores arden por las calles de este país para cómo estamos. Quizá sea cierto que lo que hay en toda tierna y bisoña juventud es la imposibilidad de ser una grave y perversa madurez. Pero esta juventud no contempla el pasado. Es un presente resignado, impenitente y febril, con toda la simbología urbana de la raza de los acusados, que diría Guide.
El caso es que los muchachos de Abierto hasta el Amanecer reclaman al Ayuntamiento de Gijón que les paguen los 28.000 euros que se les debe, una ayuda municipal prevista desde el año pasado que no acaba de llegar en este, porque el dinero navega entre las procelosas aguas de la burocracia. Dice Marina Pineda, la concejal de Hacienda, que el asunto está en manos de los interventores y que no tardará. Veremos.
Sofía Moreno, presidenta de la organización juvenil, afirma que en el Ayuntamiento no se molestan en responder a sus requerimientos, que entre la concejalía de juventud y ellos no hay ningún tipo de comunicación. Hubo un tiempo en el que Abierto hasta el amanecer llenaba páginas y páginas de prensa. Convenios, intervenciones, declaraciones, afirmando precisamente su juventud, rebelándose como un futuro con derecho a conquistar el presente. Ahora no hace falta prestarles demasiada atención. Desde que Alberto Ferrao se piró por razones personales a coordinar la cosa cultural en toda Asturias, el asunto ha ido de mal en peor. La gran asociación que tanto ha hecho por el ocio juvenil alternativo no tiene un miserable duro ni nadie que le escriba.
Seguimos sin saber cómo los jóvenes han aguantado la pandemia. Sí sabemos que los pijos de Somió se han montado unas cuantas zambras en el barrio, antes de que la guripa procediera al desalojo. Los cayetanos que no se han jugado la paga de papá en los alrededorores del chalet, se han pirado al llagar de Colloto, que está que lo peta todos los fines de semana, rompiendo el cierre perimetral si lo hay que romper.
Poco se habla de la conciencia de clase en esta pandemia. Y uno cree que, entre los jóvenes, la ha habido y la está habiendo de una forma lacerante. Todos estos jóvenes que vienen del barrio porque no pueden venir del coto de caza han sido más respetuosos con las restricciones que las pijas y los cayetanos empeñados en mostrar en su instagram su último unboxing, su penúltima cenaca y su enésima cagada.
Ácida Amor, sembrada de tattoos y una mirada ingenua y diáfana, se ha revelado en la pantalla de este diario como un ejemplo de joven de clase obrera con unas cuantas canciones grabadas en Barcelona porque se sabe artista y a partir de ahí, lo que surja. En sus canciones habla de la emancipación femenina, que para ella es una independencia económica, sexual y sentimental. Toda la literatura feminista ha sido una anticipación de esa mujer joven que compone trap desde el balcón de su casa. Toda literatura feminista cumple necesariamente el tópico literario de una mujer rota conquistando una habitación propia. Suponemos que Ácida Amor destruye celos, pasiones violentas y construye una soberanía femenina, libre de estereotipos, incluso libre de los estereotipos producidos por eso que ha venido en llamarse música urbana, para producir otros. Leer a Ácida Amor resulta estimulante porque logra tener conciencia de lo que nos han quitado, de lo que hemos perdido, reinventando un culto al presente, con el estampario religioso de unas cuantas damas del rap y otros tantos grupos. Ha hecho de su intimidad un cancionero, representando a una juventud última, que hace música y rapea, porque quemar contenedores, querido y desocupado lector, ya es definitivamente, una cosa de viejos. O no.
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