A finales del siglo XIX y principios del XX España vivió una importante transformación social. El desarrollo industrial y el despegue del núcleo urbano frente al rural se hicieron realidad, y Gijón fue un muy buen ejemplo. Su actividad portuaria le otorgó un papel predominante dentro de la industrialización asturiana, y eso hizo que importantes inversores aparecieran en la ciudad. Como consecuencia, una nueva sociedad burguesa cobró protagonismo entre 1890 y 1920 en un Gijón industrial cada vez más fuerte. Nada se explica hoy sin aquellos años en los que la ciudad llegó a ser conocida como el pequeño Londres.

El despegue urbano e industrial de Gijón
En 1857, Gijón sumaba 10.000 habitantes. Y en 1900 eran ya 29.000. La ciudad creció vertiginosamente, rompió con el pasado con el derribo de la vieja Torre del Reloj y de la Puerta de la Villa, y miró hacia el futuro con la construcción del nuevo puerto de El Musel, pieza clave de su desarrollo. Pero todo este crecimiento no se explica sin su industria.
A finales de siglo XIX la ciudad comenzó a acoger un amplio abanico de actividades industriales. La fábrica de tabacos fue una de las primeras en abrir -y en incorporar mano de obra principalmente femenina-. Después vinieron muchas más.
La actividad industrial de entonces estaba muy diversificada. Aparece una importante industria siderometalúrgica con los astilleros o empresas dedicadas a las transformaciones metálicas. Y comienza también en aquella época un importante sector alimentario, dedicado a la fabricación de chocolates, panaderías industriales, elaboración de cervezas… Además la presencia de la actividad textil se hace muy fuerte, con empresas tan significativas como La Algodonera, en el barrio de La Calzada.


Todas las actividades industriales punteras del momento tenían cabida en un Gijón , que se animaba cada vez más con comercios, cafés, teatros y paseos. La burguesía y el proletariado cobraban protagonismo, y la desigualdad social estaba a la orden del día.
Las fábricas se convirtieron así en el principal motor del Gijón de finales de siglo, el impulso definitivo para que la villa de marineros diera paso a una ciudad marcada por una intensa actividad económica. El pequeño Londres era una realidad.